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¿Para qué escribir?


por Agustín Squella

Me entusiasma leer libros en que los autores de novelas reflexionan sobre su oficio,
aunque al hacerlo hay que poner más atención a lo que expresan de la escritura en general
que a los juicios que emiten acerca de sus propias obras.

Un escritor resulta más confiable cuando habla del arte de escribir
que cuando lo hace en particular acerca de las novelas que él ha publicado.

Tiene importancia lo que un autor piensa de su obra,
pero es mejor quedarse con la impresión que uno se forma como lector,
libremente, en ese espacio de simulada soledad en que nos recluimos
cada vez que iniciamos o reanudamos el hechizado desplazamiento
por las páginas de un relato literario.

Tanto da que las reflexiones sobre la escritura
provengan de un novelista de primera como de segunda línea,
aunque yo no estaría dispuesto a llegar a los de tercera y menos a los de cuarta línea.

Porque tratándose de novelistas, como en el fútbol, hay divisiones.

Publicar novelas resulta fácil, aunque escribir buenas novelas es un desafío siempre difícil.

Tantas son las novelas que en la actualidad publica un mismo autor,
presionado por la industria editorial, que la libertad de expresión de los escritores
está amenazada no porque se les pongan trabas para escribir,
sino porque se les compele a hacerlo.

Y a propósito de libros acerca de la escritura,
Stephen King, autor de uno de ellos, y muy bueno,
declara con justa razón que los escritores de segunda línea,
como él se considera a sí mismo,
también tienen derecho a reflexionar sobre el oficio.

"Un arte espectral" se llama el libro que Norman Mailer nos dejó acerca de la escritura.

Fue una de sus últimas obras
y se inicia con este formidable epígrafe
tomado de Henry David Thoreau:

"Nunca era lo bastante rápido con mi virtud
como para que mi vicio no me alcanzara.

Somos hojas de doble filo,
y cada vez que afilamos nuestra virtud,
el golpe de vuelta sobre la correa
nos devuelve nuestro vicio".

El sol brilla a veces en el centro mismo de la tormenta
-reflexiona ahora el propio Mailer-, y cuanto mejor es un artista,
más difícil le resulta llegar a cumplir su propia idea de sí mismo.

"Mi creencia fundamental sobre una buena sociedad -continúa-
es que los policías mejoran y los rufianes también".

Por lo mismo, si tenemos conciencia
de que acertamos tanto como nos equivocamos,
no deberíamos mostrarnos interesados
en que los demás piensen como nosotros,
sino "en que todos mejoren en la tarea de pensar".

Un profesor -y digo profesor y no un profeta ni un demagogo-
sabe que su tarea es colaborar a que los jóvenes
lleguen a formarse sus propias ideas y no que adopten las que él abraza.

Si contamos historias, es para sacarle un sentido a la vida,
y, en esa perspectiva, la narrativa es tan apaciguadora
como puede serlo un buen narcótico.

Hay días en que la vida es tan absurda, o acaso sólo trivial,
que nada tiene sentido, aunque "las historias aportan orden al absurdo".

Sin la literatura, los hechos de una vida
se parecerían a un montón de escombros
-como creía Iris Murdoch-, de manera que tiene hondura
lo que respondía nuestro Carlos León cada vez que le preguntaban
por qué escribía: por la misma razón -decía- que el capitán de un barco
estiba bien la carga para que el barco parezca eso y no feria flotante.

Amo la novela -declara Mailer- porque es el género literario
que colabora mejor a desarrollar nuestra sensibilidad moral,
"lo cual equivale a decir nuestra profundidad de comprensión
en vez de nuestro apuro por juzgar".

Una idea de resonancia cristiana que podríamos poner de este otro modo:
escuchar antes de discutir, discutir antes de censurar, y abstenerse incluso de juzgar,
porque -en observación que Mailer toma de Trotsky- "el único modo en que
puedes distinguir la verdad es mediante una comparación de las mentiras".

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