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Revoltijo pretencioso


por Juan Manuel Vial
Diario La Tercera, sábado 16 de mayo de 2016
http://voces.latercera.com/2015/05/16/juan-manuel-vial/revoltijo-pretencioso/
Hace tres años Patricio Urzúa publicó su primera novela, Nunca, la que fue celebrada con entusiasmo en esta columna. Hoy me corresponde hablar de Las variables cataclísmicas, su segunda obra, pero ya no es el entusiasmo el que me impulsa, sino más bien la desazón: donde antes hubo contención, ahora hay exceso; donde antes se percibía un lenguaje cuidado, ahora chirrían los clichés; donde antes el autor actuó con simpleza, ahora se impone la pretensión. ¿Qué fue lo que sucedió entonces durante la escritura de Las variables cataclísmicas? La explicación es sencilla: en vez de apegarse a eso que por convención podríamos llamar “honestidad literaria”, Urzúa sucumbió ante la peligrosa tentación de intentar ser original a como diese lugar.
Lo anterior se deja ver claramente en la estructura de esta novela. Fueron tantos los modelos narrativos con que el autor adornó su relato, que muchas veces uno se distrae de la historia debido a que tal o cual recurso resuena más que la trama en sí. Y no es que la distracción venga acompañada del agrado o del asombro, ya que las técnicas de las que Urzúa echó mano en pos de la originalidad son conservadoras e incluso anticuadas. Ello resulta bastante paradójico, puesto que desde el principio -a partir del título mismo, de hecho- es fácil darse cuenta de que la ambición del escritor fue hacer de este libro una obra vanguardista.
La primera parte de la novela hace honor a una técnica que hoy por hoy no rinde tanto como en siglos anteriores, la de narrar dos historias a través de capítulos intercalados. Por un lado, el autor nos presenta a una astrónoma sueca que pasa sus días en una casa de reposo santiaguina; por el otro, a un tipo que vuela de regreso a Chile después de ciertas correrías sexuales en Europa que implicaban que él y una mujer, de la que se presume enamorado, montaban tríos con ancianos.
Tal vez lo más relevante allí -nuevamente por sobre los personajes y sus circunstancias-, es que en la página 51 se le explica al lector qué diablos significa el título: “Las variables cataclísmicas son estrellas dobles que orbitan una alrededor de la otra”. Sin embargo, la información no alcanza mayor trascendencia en lo que resta de novela, algo que fundamenta la sospecha inicial de que todo se trata de una impostura.
La segunda parte, estructurada ahora bajo el dudoso formato de la numeración de párrafos (van del 1 al 199), narra la historia de Pablo, un taxista cuyo padre formó parte de la primera generación de dibujantes y guionistas chilenos que se dedicó al cómic en la revista Zig-Zag. La tercera parte aborda la existencia de un neonazi marginal.Y es recién aquí, por primera vez en la novela, que uno puede leer con cierto agrado lo que el autor transmite. La razón es simple: en vez de dedicarse a construir artilugios de efectividad nula, Urzúa opta por la sencillez.
La cuarta parte y final es bastante breve y se titula, con majadera insistencia, Las variables cataclísmicas. El guiño, además de ser poco elegante, es absolutamente inútil, puesto que a esa altura el lector ya ha adivinado que el título es una superchería sin nombre. No obstante, aquí Urzúa se supera a sí mismo en su afán de inventiva: el formato elegido para la ocasión es el guión de cómic. La guinda de esta torta indigerible viene a ser la forzadísima relación que queda establecida entre los personajes principales al momento del desenlace, un recurso más pobre y lamentable que todos los desaciertos mencionados con anterioridad.

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