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¿Enseñar o no religión?

Señor Director:

El profesor Agustín Squella, en su columna del viernes pasado, considera no conveniente enseñar religión en los establecimientos públicos. Lo afirma comentando, con su agudeza de siempre, un documento en el cual sostengo exactamente lo contrario; esto es, que la clase de religión es necesaria, obviamente, para los estudiantes cuyos padres han optado voluntariamente por ella.

¿Por qué ofrecerla? La libertad religiosa consiste en que el Estado no puede imponer un credo determinado; pero también debe proveer las condiciones que permitan disfrutar de ella. Es lo mismo no tener un derecho que tenerlo y no poder ejercerlo. Así, nuestros alumnos deben tener la posibilidad de aprender la religión de sus padres y abuelos. Lo contrario es condenarlos a tener una educación pública sin religión o una particular con ella.

Educar religiosamente es principalmente tarea de los padres; a cumplir en el hogar, templo, mezquita o sinagoga. Es evidente, empero, que la educación formal se hace fundamentalmente en la escuela. Una dimensión esencial de la formación es cívica, moral y espiritual. Además, malamente se entendería nuestra cultura si no se enseña el aporte del cristianismo. En el mundo han renacido las religiones. Ello lo vemos desde la presencia del Islam, en Oriente y Occidente, hasta en los debates acerca de la vida.

Si nuestros hijos no conocen en qué consisten las creencias de sus padres y la de los otros, ¿podrán saber bien quiénes son y aspiran a ser?

El profesor Squella duda de si se deba "adoctrinar" a los hijos, antes que piensen por sí mismos. Comparto su aprensión, sobre todo cuando se entiende "adoctrinar" por una suerte de justificación teórica de una ideología. Pero precisamente eso es lo que no debiera ser una clase de religión. La religión, incluso la confesional, es la comprensión de una búsqueda de Dios y que el hombre ha tenido desde que es hombre. ¿En qué consistiría educar a un hijo? ¿Solo enseñarle matemática, lectoescritura y ciencias? La educación es transmisión de la sabiduría acumulada y por el mundo que nos vio nacer y que nos verá morir. Y también su visión crítica.

Pero prescindir de ella en el proceso educativo es cerrarse precisamente a una fuente que la experiencia histórica y contemporánea ha considerado de las más importantes para el cultivo de lo humano. Concedo que se pueda hablar de una moralidad sin referir a Dios, pero lo religioso no se acaba en la mera consideración de lo moral. Con todo, la religión no es solo esperanza de vida eterna, sino que anhelo de justicia consumada. Ella dice que este mundo no es absoluto y que el verdugo no tendrá la última palabra.

Agradezco al profesor Squella sus preguntas "religiosas", que ojalá podamos seguir discutiéndolas en el colegio particular y público.

Tomás Scherz
Vicario para la Educación del Arzobispado de Santiago

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