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Crítica Incisiva



Sebastián Gray


Que los arquitectos podemos pecar de soberbia, qué duda cabe. Apenas capaces de tolerar una crítica, por fundamentada y constructiva que sea; renuentes a confesar las influencias que constituyen nuestras ideas de proyecto, a riesgo de mermar nuestra pretendida "originalidad" o autonomía intelectual. El arquitecto tiene, casi por derecho propio, un ego imperial que se nutre de una de las más atávicas empresas del ser humano: la traslación de imágenes y conceptos hacia una materia espacial no solo para dar lugar a los actos de la vida, sino para dotarlos de trascendencia mediante sensaciones y emociones. Cuando esos propósitos se realizan con naturalidad, la satisfacción del autor es difícil de igualar. El acto de construir es formidable por la complejidad y los recursos que involucra, y en ese ámbito el arquitecto es siempre el visionario, el organizador supremo, a medio camino entre príncipe y tambor de galeras, de manera que una obra exitosa resulta casi un monumento a sí mismo.

Siendo así, la crítica de arquitectura resulta un contrapeso indispensable; sin embargo, casi no existe en Chile. Jamás se debate una obra reciente, el resultado de algún concurso, la dudosa restauración de un monumento. Me refiero a la crítica incisiva, profunda, hecha desde la perspectiva del interés social en la disciplina; constructiva gracias a un análisis serio con conocimientos de historia, técnica y del estado del arte. Esta crítica es habitual en las grandes ciudades del mundo, donde arquitectura y temas urbanos tienen lugar permanente en periódicos y televisión, y apasionan tanto como las demás artes y ámbitos creativos. La crítica no solo anima al ciudadano a involucrarse en estos temas, sino que mantiene alerta a la profesión misma: en la medida en que estimula el interés y el debate público, resulta instrumental para poner de manifiesto las falencias en planificación y diseño urbano, como en el caso de normativas que permiten edificios en altura en medio de barrios patrimoniales; para contrarrestar la indiferencia de gestores inmobiliarios a las tendencias constructivas y urbanísticas de la vanguardia, como en el caso de innumerables edificios energéticamente ineficientes o pobremente terminados para mejorar su rentabilidad; y para denunciar la irresponsabilidad de aquellos arquitectos que se desentienden del mandato de levantar una ciudad bella y armónica con tal de asegurar sus rentas.

He aquí, pues, el rol primordial de una crítica cotidiana, inteligente e ilustrada: es la única forma de situar al ciudadano en los temas de la ciudad, para defenderla, preservarla y mejorarla, para tenerle fe y aprecio, para que sea parte de la vida misma en plena conciencia, con las mismas expectativas que corresponden a un derecho fundamental.

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