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Esperando a El Buey


La ola gigante de Arica
por Sergio Paz
Diario El Mercurio, Revista del Domingo
Domingo 24 de mayo de 2015


Normalmente, quienes se sientan ahí solo ven mar. Todo cambia a principios de invierno, cuando llegan las marejadas que se han iniciado en el sur.

Es entonces que, frente al ventanal, aparece el gran espectáculo que reserva Arica a sus visitantes. Me refiero a El Buey: una de las veinte olas más espectaculares del mundo y la más poderosa de Latinoamérica, categoría que comparte con Puerto Escondido en México, Pico Alto en Perú y Punta de Lobos en Pichilemu.

Al momento de iniciar este reportaje, nada hay ahí al frente. Pero, mientras pasan las horas, la espuma crece y la gran ola se empieza a formar.

Se sabe que es cuestión de tiempo para que, un poderoso temporal iniciado en la Antártica, se manifieste como una gran marejada.

La crecida viene.

No soy el único que espera la llegada de El Buey. En el Arica Surf House, sobre la calle O'Higgins, en pleno centro de la ciudad, se congregan reconocidas estrellas del surf sudamericano. Entre ellas el brasileño Bento Cuervo y el argentino Santiago "Aguja" Di Pace, un surfista de Mar del Plata sobre quien la revista Australian Surfing Life acaba de publicar un artículo que recoge sus andanzas en la gran ola de Arica.

-Cuando está grande y te metes en su tubo, es como estar en el espacio. En El Buey te sientes en otro planeta -explica el argentino, mientras equilibra, con la misma mano, mate y termo.
El Arica Surf House es propiedad de Kurt Hertrampf, ariqueño que creó en una casa muy simple un ambiente relajado y amigable, en cuya entrada destaca una cafetería con ricos pasteles ultrabaratos. Eso en la línea de las cocinerías ariqueñas en las que no es raro almorzar bien -muy bien- por no más de dos mil pesos.

-En los próximos días habrá una gran crecida y esperamos que El Buey pueda estar de seis metros -dice Bento Cuervo, el brasileño que, de paso, asegura que en cada temporada de olas gigantes se puede quedan entre uno y tres meses en Arica. Ayuda a la larga estadía la certeza de que esta es una ciudad barata. Además, segura y entretenida. Ni hablar del clima.
Desde el hostal, Kurt -con el apoyo de agentes del sector turístico- ha impulsado el Arica Big Buey, duro campeonato que a través de los años ha buscado posicionar el emblemático spot. Claro que no le ha ido muy bien. Pese al esfuerzo, el evento no ha logrado continuidad. Sigue faltando el apoyo de una gran marca, cosa que sí ocurre en El Gringo, la otra gran ola de Arica, frente a la ex isla Alacrán, donde todos los años se realiza una de las fechas más esperadas del circuito internacional de la WSL, liga mundial de surf.

Lejos del centro, entre las exclusivas casas que se encumbran sobre los apacibles balnearios del Laucho y La Lisera, está el Mirador del Buey, cómodo hostal creado hace unos años por Giovanni Viscontti y Santiago Melús, reconocidos empresarios y surfistas locales.
Fanáticos de El Buey,  Viscontti y Melús juramentaron que algún día tendrían un hostal con la mejor vista hacia la ola. Lo lograron cinco años atrás cuando inauguraron un hostel que hoy se enorgullece de su servicio de fotografía-video y rescate en moto de agua. No podía ser menos. Cada invierno, huéspedes de la casa son celebridades como el peruano Gabriel Villarán, destacado rider del Big Wave World Tour. Otro habitué es Kohl Christensen, el hawaiano que recibió a Ramón Navarro en su casa cuando el chileno dejó Pichilemu en busca de hacerse un lugar en el mundo del surf. En sus pasillos puede deambular días, semanas, el brasileño Danilo Couto, una de las nuevas figuras del surf de su país, nominado a los premios Billabong 2015 justamente por su despliegue en El Buey el año pasado.
El Mirador es el lugar.

Con los trajes puestos y las tablas bajo el brazo, los surfistas bajan caminando y, tras remar quince minutos, llegan al lugar donde quiebra la ola.

-El Buey es un viaje. Y, cuando funciona, es uno de los mejores lugares del mundo en que puedes estar. Normalmente los sitios con buenas olas están repletos de gente, pero aquí casi no hay nadie. El Buey es soul surf. Una ola grande y potente, donde no tienes que pensar en quién está a tu lado; solo saber dónde estás -dice Viscontti.

El Buey empezó a ser conocido en el mundo cuando dos californianos a cargo de Surf Report Global (ligado a Surfer Magazine) documentaba las bondades de Chile y Arica. Tras eso, el peruano "Magoo" De la Rosa,  siete años campeón peruano de surf, fue conminado por la revista para descubrir la costa ariqueña.

Corría 1993 cuando De la Rosa junto a Donovan Frankenraiter, una de las leyendas del surf noventero, llegó a Arica. Junto a ellos viajaba Aaron Chang, un fotógrafo excepcional de viajes y surf.
Tras la publicación (que incluía las impresionantes fotos de Chang), Arica empezó a tener un lugar en la escena mundial. Los gringos llegaron. Norteamericanos y mayoritariamente australianos, intrigados por una ola que en Australia fue conocida como "la izquierda de Magoo".
Era el inicio de la fama. Y hasta hoy nadie olvida que uno de los primeros grupos en arribar compró una destartalada "cuca" de Carabineros que, tras ser habilitada con cocina y colchones, fue instalada en la playa.

Diez años después, Arica tendría otro golpe de suerte.

En Redondo, California, Billabong -uno de los gigantes de la industria del surf- ponía a punto un ambicioso proyecto, dotado de tres millones de dólares, gracias al cual más de veinte surfistas recorrerían el mundo en busca de olas gigantes. Era una necesidad del nuevo márketing: las grandes marcas se daban cuenta de que sus clientes más fieles eran viajeros impenitentes, jóvenes profesionales que cada año necesitaban descubrir nuevos lugares. Ojala exóticos. Ojala duros. Ojala (fue y sigue siendo tendencia) con grandes olas: poderosas; tan monstruosas como misteriosas. La expedición se llamó Billabong Oddissey y estuvo a cargo del periodista Bill Sharp, quien sumó a estrellas como el hawaiano Shane Dorian y el australiano Brenden Margieson. Además, contó con Collins y Replogle, dos surfistas de Santa Cruz, California, el ondero pueblito vecino a Maverick: la monstruosa ola de Estados Unidos continental.

Para el viaje a Chile, en diferentes containers se cargaron cuatro motos de agua y dos trailers. Además de anclas, salvavidas, boyas y equipos de radio. El team desembarcó en Iquique y por tierra siguieron a Arica. Cuando llegaron, quedaron impresionados con lo que vieron.
-Tal vez -diría Bill Sharp, el productor- esta es la costa con más olas gigantes del mundo.
Luego hubo silencio.

¿Qué diablos fue lo que vieron? ¿Qué es El Buey?

Habría que decir que se trata de una ola oceánica que, cuando comienza a quebrar, lo hace en un lugar muy profundo: justo frente al Hotel Arica, 800 metros en dirección SW.
Si los surfistas prefieren izquierdas o derechas (considerando el lado hacia el cual les es más fácil correr), en El Buey nadie alega, pues ofrece ambas opciones.  Y a toda velocidad ya que, gracias a su cerrado peel angle (la relación entre la dirección de la ola y el espumón), El Buey es una ola pletórica de energía.

Dato nada irrelevante es que, en medio de una marejada, El Buey no se cierra. Al contrario, es una ola gigante, con un gran tubo cuyo vortex (apertura) no le permite ser tan agresiva como Pipeline en Hawai, pero sí de temer. Con una jerarquía semejante a la de grandes olas como Padang Padang, en Bali, Indonesia.

Rodrigo Farías, fotógrafo chileno, fiel seguidor de las andanzas de Ramón Navarro, ha retratado la ola en múltiples ocasiones.

-En un viaje que hicimos con el hawaiano Kohl Christensen y Fletcher Chouinard, el hijo de Yvon, dueño de Patagonia -recuerda Rodrigo-, se metieron los dos en una de las marejadas más grandes que he visto en mi vida. Fletcher corrió probablemente la ola más grande registrada en El Buey. Ahí me di cuenta de la magnitud que tenía esa ola y hasta qué límite podía llegar.

Cada invierno, las grandes tormentas en la Antártica transfieren su energía al mar que, presionado tal cómo ocurriría con el agua en una bañera, avanza en ondas en dirección al norte. Cuando hay marejada y El Buey alcanza unos tres metros de altura, la ola comienza a quebrar. Es el momento en que puede ser surfeada. Claro que, si la marejada es muy fuerte, El Buey puede alcanzar 6 u 8 metros, lo que la convierte en una de las más grandes del mundo aún accesible a "remo", o sea sin ayuda de moto de agua.
Finalmente, a favor del monstruo está la certeza de que se trata de una ola de agua relativamente tibia. Eso y la baja presencia de "corchos" (bodyboards) hace que los expertos la consideren una de las veinte mejores olas del mundo.

Y está ahí no más: en Arica, a dos horas y media en avión. Más los 15 minutos que tardas desde el aeropuerto.
¿Una maravilla?
No soy el único que lo piensa.

CIUDAD SURF

A Renato Aguirre lo llaman "Pelecho".
Renato vive en el  Valle de Azapa. En los 90 arrasó en el circuito chileno de surf y todos los días se sigue metiendo al agua.

Renato fue piloto de Lan, pero renunció cuando se fue a vivir a Santa Cruz, California, el lugar donde montó una empresa especializada en pintura de edificios y casas. Con lo que ganó viajó por el mundo en busca de olas gigantes, hasta que decidió regresar.

Como conocía desde el aire la costa ariqueña, decidió explorar el desierto entre Camarones y Vítor y, en ese afán, descubrió siete olas. Dos tan grandes como El Buey.

Hoy, premunido de un zodiac/catamarán y una van Mitsubishi 4x4, Pelecho organiza tours a una zona que sigue siendo de difícil acceso, pero repleta de olas mutantes.

Para hablar con Renato, dos días antes de la gran crecida, acordamos juntarnos en el Club de Yates de Arica. Al vernos, Pelecho me dice que mejor conversemos al sol. Tiene frío tras pasar horas surfeando El Gringo: la otra ola famosa de Arica. Esa que, en 2007, fue epicentro del Mundial de Surf, en el que un expresivo Andy Irons (Q.E.P.D.) se impuso a Kelly Slater, otra leyenda.
Al sentarse, Renato revela una gran cicatriz en su rodilla izquierda. Surfeando El Gringo se estrelló contra las rocas y se hizo añicos el platillo tibial. Para volver a caminar, en el hospital le pusieron una placa y nueve pernos.

Renato "Pelecho" Aguirre conoce como pocos las olas locales. Estaba, de hecho, durante el verano de 1979, cuando una pareja de gringos se lanzó a surfear la temible ola frente a la ex isla Alacrán. Nadie lo había hecho antes.

-La gente en Arica -recuerda Renato- no entendía lo que ocurría. Pensaban que los gringos se querían suicidar. Por eso al lugar llegaron ambulancias, bomberos y carabineros.
Tras aprender a surfear, siempre mirando a los extranjeros, Pelecho fue uno de los primeros nacionales que desafiaron a El Buey. No sin casi ahogarse dos veces.
-El gran peligro en El Buey -explica- es la hipoxia por inmersión. Por eso el desafío es estar bien psicológicamente.

Antes de cada temporada, Renato ejercita en el agua, pero también fuera. Medita. Sabe que, en un revolcón, necesita contener la respiración. Una ola como El Buey te zamarrea de un lado a otro al menos 40 segundos: el equivalente a hacerlo dos minutos en una piscina.

-Cuando te caes en El Buey -dice-, el secreto es relajarse, incluso quedarse dormido un ratito. El problema es que, al salir, otra gran ola te caerá sobre la cabeza. Tras aguantar tanto tiempo sin respirar, los músculos se cortan. Quedas quemado. Sin poder moverte sobre la tabla.

Años atrás, en conjunto con empresarios locales (buena parte de ellos ligados con el surf), Renato desarrolló un proyecto para Corfo con el objeto de aprender cómo en otros países se desarrolla el borde costero en armonía con deportes como el surf. Parte de esa experiencia fue viajar a la Gold Coast de Australia, tras lo cual implementaron una serie de iniciativas. Entre ellas, potenciar la cadena de valor en torno a la industria del surf con énfasis en el desarrollo de nuevos y mejores productos de turismo.

Todo lo anterior, complemento del trabajo desarrollado para Arica Surf City: organización que forma parte de World Surf Cities Network, cluster de cooperación global al que pertenecen once ciudades del mundo. Arica es la única de Latinoamérica.

Fue gracias a ese trabajo que Pelecho Aguirre se dio cuenta de que, como consecuencia de las marejadas cada vez más potentes y el alza en el nivel de los océanos, las mareas no solo están socavando las playas de Arica, sino que de todo el país. ¿La solución? Primero saber qué es lo que realmente pasa en el borde costero.

-Las playas se están degradando -asegura.

Hoy Renato -junto con un equipo multidisciplinario- trabaja en una segunda etapa del proyecto que busca diseñar un nodo que destaque la impronta surfera de Arica, una ciudad que a la fecha tiene varios campeones vigentes. Entre ellos Guillermo Satt, campeón chileno adulto de surf, y a Lorena Fica y Danilo Cerda en juniors.

SIEMPRE ARICA

Tras dos días en Arica, esperando a que se levante El Buey, intento conocer algunas de las nuevas atracciones de la ciudad.

Todo parte, cómo no, en la piscina con agua salada del Hotel Arica (donde alojo), gran lugar para descansar. Más si es con un maracuyá sour en las manos.

-¿Disfrutando? -me dice una aeromoza de Sky, mientras chapoteo de un lado al otro.
-Esperando al Buey -contesto.

-¿Un amigo mexicano? -pregunta coqueta.
-Un mexicanote. Búscalo en Tinder -le respondo cuando, sonriente, ella sigue su marcha.

Lo aclaro. Quien escribe es fan confeso de Arica: el Tijuana chileno. Soy de los que piensan que es justamente ese carácter fronterizo, sumado al clima y a la hospitalidad de su gente, lo que hace que aquí uno se sienta cerca de todo, lejos de nada. Eso pese a que, en verdad, sí que estás lejos. Más considerando que Chile mantiene una deuda histórica con Arica. No solo por los exiguos recursos fiscales que se le asignan, sino porque (especialmente en estos días en que todos vociferan la irrestricta defensa del territorio ganado) Arica sigue siendo una ciudad pobre, abandonada a su suerte. Lista para que se la engulla el mar.

Con todo, Arica patalea. Y si hace unos años costaba encontrar buenos lugares donde alojar, hoy cuenta con adorables alternativas como el Aruma, hotel boutique (en el proyecto original, un hostal para surfistas) que acaba de inaugurar Víctor Hugo Cortés y su mujer.

Para comer, la oferta no es menos seductora. Imperdibles son los restaurantes Rayú, Maracuyá y Mr. Buey. Más clásicos como el Mata Rangi del Terminal Pesquero, Los Aleros de 21 y Don Floro. Este último, una picada cercana al cementerio y que está en la condimentada línea de los huariques peruanos.

De noche, otro tanto aportan los nuevos y prendidos pubs del paseo Bolognesi. Más todos los boliches que se han abierto en torno a las calles San Marcos y 7 de Junio.

¿Qué tiene de especial la gastronomía ariqueña? Supongo que esa mezcla de frutas y verduras de los valles de Lluta y Azapa, más un largo etcétera de sabores del mar. Principalmente pescados. Si un clásico de Arica siempre ha sido comer palometa (o mahi mahi, como se conoce en Isla de Pascua), ahora se suman pescados de roca como el mulato (vieja) o el chaleco. Si estás con suerte, en Arica también podrás probar el inigualable "cebiche de mono", hecho con la magra carne de bonito, una suerte de atún muy pequeño. Eso y, claro, tortillas hechas con camarones de río.

Para un día en off, de descanso, gran atractivo es la llamada Ruta de las Misiones, que integra a las 31 iglesias altiplánicas construidas cuando se bajaba la plata desde Potosí a Arica: otrora, un señorial puerto sobre el Pacífico. Uno que rápidamente cayó en desgracia cuando toda la plata se fue a Buenos Aires.

Claro que aquí no poco quedó. Es lo que pienso el día en que debo marcharme y, a través del ventanal del hotel, veo que finalmente El Buey se ha comenzado a formar.

-Arica -decía Giovanni  Viscontti, el dueño del hostal Mirador- tiene olas increíbles y si no llegan más surfistas, es solo porque en Chile se habla de turismo, pero no se potencia como se debe.
Hacia El Buey, algunos osados han comenzado a remar.

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