"Sí, me encantaría dirigir la Roja"
por Margarita Serrano
Diario El Mercurio, El Sábado,
7 de julio de 2007
De vacaciones en Chile, el entrenador del Villarreal no esquiva ningún tema. La selección chilena, los costos de vivir separado de su familia, su difícil adaptación en Europa, su camino al éxito, los futbolistas atrapados por la farándula, su confianza en Matías Fernández y sus planes de abandonar el fútbol en siete años más.
Es el Clint Eastwood del fútbol: seco, serio y buenmozo.
Cool, dirían los gringos. Y en su aparente indiferencia, avanza con paso firme, sin miedo, sin palabras, con las botas puestas, y da justo en el blanco.
Con ese estilo ha ido conquistando territorio en el fútbol mundial y ha llegado a ser el único chileno que dirige un equipo europeo, y que gana y gana campeonatos, y euros, y promesas de otros clubes, y respeto y prestigio. Pero él no parece inmutarse por lo que para el resto es "éxito". También le gustan los fracasos, o al menos los considera parte del trayecto y no lo sorprenden en absoluto. En realidad, casi nada lo sorprende. Pero se nota que tiene una convicción profunda de hacer lo que hace. Sabe que optó por construir su sueño, y eso le da mucha paz.
Porque no era fácil para un joven y prometedor ingeniero civil, uno de ocho hermanos de una familia tradicional y muy conservadora, anunciarles que dejaría su empresa constructora para ser futbolista profesional. El escándalo debe haber sido mayor. "En esos tiempos era más difícil emprender una carrera que no fuera tradicional", recuerda. Pero Manuel no titubeó y pasó 14 años como jugador, sin grandes logros, pero sistemático y esforzado, y de ahí 20 como entrenador, donde sí ha hecho una carrera descollante.
"Cuando me quise ir de Chile para ser entrenador, mi hermano Emilio me preguntó si estaba loco, me dijo que ningún chileno había logrado ser entrenador afuera", confiesa. Se queda pensando y agrega: "Me siento muy identificado con el Quijote. Luchando por causas imposibles, persiguiendo sueños lejanos, pero caminando hacia ellos en las buenas y en las malas".
No le gusta que le saquen fotos en su casa de Santa María de Manquehue, donde viven su mujer y sus tres hijos. Nos cita en el Club de Polo. Saluda amablemente a las pocas personas con que se encuentra. Sin efusividad. Es muy alto y delgado, se le notan las horas de paddle, de tenis y de golf que tiene en el cuerpo. Cuando se sienta, exuda comodidad. No puede disimular que está de vacaciones, que le encanta venir a Chile, que la cordillera con nieve y con sol es un regalo de Dios, pero sobre todo que está en un momento de particular sabiduría.
A veces sonríe. Siempre mira atentamente a los ojos. Y en pocas palabras dice exactamente lo que piensa. Manuel Pellegrini tiene 53 años. Lleva cuatro como director técnico del Villarreal, en la provincia de Castellón, en España. Dice que está muy cómodo allí y que lo normal es que un DT se quede tres años, y él no pretende moverse por ahora. Le gusta mucho este proyecto de Fernando Roig, el presidente del club, que está dispuesto a invertir en ideas, en canchas, en jugadores y en lo que sea para crecer y algún día llegar al nivel de los grandes, grandes, como el Real Madrid o el Barcelona.
–Para que te hagas una idea, el Villareal gasta 50 millones de euros al año. Todo el fútbol chileno tiene la mitad de ese presupuesto. Y los grandes gastan cerca de 300 millones de euros al año.
"No es fácil llenar el día"
No vive propiamente en Villarreal –"es un pueblo chico y fome"–, sino a 20 minutos de allí, en Benicassim, un balneario maravilloso. Allí tiene una casa frente al mar, donde vive solo –"todo lo hago solo", dice sin drama– que es lo único que realmente lo descansa. Se instala mucho en su terraza y observa el movimiento del mar por largos ratos. "Es como yo, no sabes para dónde te va a llevar".
Se levanta temprano, y desde las 8:30 entrena en la ciudad deportiva del Villarreal. A las 12:30 termina de gritar y de correr con los jugadores, se va a su oficina y recibe a los que llegan con distintas peticiones y problemas. A las 2 vuelve a su casa a almorzar, duerme 15 minutos de siesta, ve un montón de partidos de fútbol de los equipos rivales en la televisión y comienzan sus clases de las cosas más raras: acaba de terminar las de francés, porque no quiere perder lo que aprendió en los Padres Franceses de Manquehue; clases de alemán, de impostación de voz...
–¿Para qué quiere aprender alemán?
–No me interesa hablar alemán. Me interesa aprenderlo. Busco cosas nuevas de las que no sepa nada para ejercitar la mente, para obligarme a pensar. No sabes lo difícil que es el alemán; sin embargo, tiene una lógica impecable, matemática, que me parece interesante. Acuérdate que soy ingeniero y que me gustan mucho las matemáticas. Pero reconozco que intento entender el alemán en presente, pero en pasado, no, eso es imposible... (Se ríe).
–¿También quiere aprender a cantar? ¿O para qué tiene clases de impostación de voz?
–Porque tengo que gritar dos horas al día y es preferible hacerlo bien, desde la guata, no desde la garganta.
–Y en las noches, ¿sale a cenar?, ¿tiene grupos de amigos de bar?
–No, nunca. No me gusta la noche. Me acuesto temprano con mucho gusto, porque me levanto muy temprano. En todo caso, te confieso que no es fácil llenar 24 horas al día.
–¿Lo acosan las admiradoras españolas?
–No, nadie.
–¿Cómo se las arregla para seguir casado con su compañera de curso en Ingeniería de la UC (Carmen Gloria Pucci), si viene como tres veces al año a Chile?
–Hay un costo importante por el hecho de perder la relación diaria, la cotidianidad. Me he perdido mucho de la formación de mis hijos.
–¿Pero hay una comunicación diaria?
–El día comienza con mi llamado a mi señora, luego vienen los mails con todos. Ella viaja una vez al mes a verme y ellos van en las vacaciones. Pero tengo que reconocer que nada de eso es suficiente. La única manera de suplir en parte mi ausencia en Chile es con el hecho de que mis hijos vean que estoy siendo coherente con mi vocación. Porque también es una esperanza para los jóvenes; saber que se puede llegar cuando uno tiene la convicción y la fe que yo he tenido para llegar, en una profesión no tradicional. Mis hijos han visto a su padre arriba y lo han visto abajo, y saben que yo he seguido, porque mi éxito no está en los logros.
Tiene tres hombres, Manuel (26), que se acaba de recibir de médico; Juan Ignacio (24) que está terminando leyes; y Nicolás (19) que entró a Ingeniería Comercial. Ninguno es ingeniero civil, como sus dos padres, pero a los tres les gusta mucho el fútbol.
–¿Salir de Chile es indispensable para conquistar el sueño?
–Sí, desgraciadamente es así. Éste es un país muy chico, muy lejos de donde pasan las cosas. No existe la competencia que se requiere para desarrollarse y crecer. Los pintores, los músicos, los artistas tienen que crecer en otros países. Y lo que yo quiero probarles a los jóvenes chilenos en general es que se puede optar por otras vocaciones y conseguir resultados. Hay muchas esperanzas cuando uno se la juega por lo que quiere. Hay que salir, hay que prepararse para caer muchas veces, pero no hay que tenerle miedo. ¡A mí me encanta la gente que se la juega por cosas distintas, donde las posibilidades de éxito son pocas!
–El camino es mucho más difícil que en el calorcito del propio país...
–Es muy difícil y complicado. Pero para ganar, uno no puede tener el pisco sour y la empanadita. No. Tiene que prepararse mucho. Porque a uno nadie le permite titubear. Si yo titubeo en una decisión, pierdo credibilidad. Para adaptarme en Europa, tuve que leer mucho. Porque hay que compenetrarse en la idiosincracia de cada país. Los errores son distintos de acuerdo a cada cultura. Y hay cosas que son imperdonables en un país y no en otro.
"No soy un suicida"
En 1996 terminó su etapa en Chile. Cuando le dicen que lo hizo pésimo como entrenador de la UC, lo acepta pero tiene muchos argumentos para demostrar que para él fue puro aprendizaje y que logró cosas magníficas para el club y para el fútbol chileno. Ahí supo que tenía que salir al extranjero. Y partió a Ecuador y de ahí a Argentina –lo que es un desafío mayor para un chileno–, y allí en San Lorenzo consiguió realizar el "trabajo más importante de mi vida". Luego vino River y de ahí, a cruzar el Atlántico.
A pesar de sentirse muy realizado, confiesa tener todavía mucha ambición. "Pero si no logro metas más altas que las que estoy realizando en el Villarreal, no pasa nada. Estoy en paz. Y eso me enorgullece".
–¿Qué ha pasado con Matías Fernández, que se lo llevó a su equipo y no ha dado los resultados esperados?
–Sí, está dando los resultados esperados. Nunca supuse que sería distinto. Es muy largo el camino de la adaptación y él acaba de cumplir 21 años.
–¿Entonces no está desilusionado?
–Todo lo contrario. La llegada de Matías ha sido muy importante. Llegó a Europa por un precio muy alto. Él tiene grandes condiciones, pero por supuesto que no puede ser la mejor figura. Tiene que madurar, manejar conceptos distintos de los chilenos. Va a ser una gran figura.
–¿Qué le parece que los futbolistas sean protagonistas de la farándula?
–Lo comprendo, pero no conduce a ninguna parte. El deporte implica una cierta austeridad, una vida sana, un rigor que se contradice con ese mundo. A Matías Fernández lo compraron justamente porque no estaba en la farándula.
–A propósito de su ambición, ¿le gustaría dirigir la selección chilena?
–Sí, me gustaría. Pero no en las condiciones actuales. No soy un suicida, no estoy para que me crucifiquen al cuarto partido si no hay triunfos. Me gustaría dirigir la Roja como parte de un proyecto más grande, con las personas adecuadas en los clubes, con un concepto de fútbol más de largo plazo. Hoy, con la selección actual, yo no sirvo. Ahora yo no podría aceptar que me evalúe un amateur.
–¿Le falta mucho a Chile para tener esas condiciones?
–No. Harold Mayne-Nicholls está recién llegado, pero él tiene un proyecto que me parece serio. Los clubes ya están entrando en el sector privado, que es la única manera de funcionar bien. Te voy a decir que para mí es un orgullo ser chileno. Por eso, en otras condiciones, ¡sí, me encantaría dirigir la Roja!
Lleva 34 años sin fines de semana. Eso lo tiene cansado, a veces. Y a pesar de que ahora en Chile dice que se cortó el pelo para que no se le vieran tanto las canas, no tiene nada, ni un rasgo de viejo. Pero él insiste en que cree que a los 60 años le gustaría terminar con el fútbol.
–¿Y qué va a hacer?
–Me gustan muchas otras cosas. No soy un fanático del fútbol. Me gustaría dejarme unos años para tener fines de semana, (Sonríe).
No le gusta que le saquen fotos en su casa de Santa María de Manquehue, donde viven su mujer y sus tres hijos. Nos cita en el Club de Polo. Saluda amablemente a las pocas personas con que se encuentra. Sin efusividad. Es muy alto y delgado, se le notan las horas de paddle, de tenis y de golf que tiene en el cuerpo. Cuando se sienta, exuda comodidad. No puede disimular que está de vacaciones, que le encanta venir a Chile, que la cordillera con nieve y con sol es un regalo de Dios, pero sobre todo que está en un momento de particular sabiduría.
A veces sonríe. Siempre mira atentamente a los ojos. Y en pocas palabras dice exactamente lo que piensa. Manuel Pellegrini tiene 53 años. Lleva cuatro como director técnico del Villarreal, en la provincia de Castellón, en España. Dice que está muy cómodo allí y que lo normal es que un DT se quede tres años, y él no pretende moverse por ahora. Le gusta mucho este proyecto de Fernando Roig, el presidente del club, que está dispuesto a invertir en ideas, en canchas, en jugadores y en lo que sea para crecer y algún día llegar al nivel de los grandes, grandes, como el Real Madrid o el Barcelona.
–Para que te hagas una idea, el Villareal gasta 50 millones de euros al año. Todo el fútbol chileno tiene la mitad de ese presupuesto. Y los grandes gastan cerca de 300 millones de euros al año.
"No es fácil llenar el día"
No vive propiamente en Villarreal –"es un pueblo chico y fome"–, sino a 20 minutos de allí, en Benicassim, un balneario maravilloso. Allí tiene una casa frente al mar, donde vive solo –"todo lo hago solo", dice sin drama– que es lo único que realmente lo descansa. Se instala mucho en su terraza y observa el movimiento del mar por largos ratos. "Es como yo, no sabes para dónde te va a llevar".
Se levanta temprano, y desde las 8:30 entrena en la ciudad deportiva del Villarreal. A las 12:30 termina de gritar y de correr con los jugadores, se va a su oficina y recibe a los que llegan con distintas peticiones y problemas. A las 2 vuelve a su casa a almorzar, duerme 15 minutos de siesta, ve un montón de partidos de fútbol de los equipos rivales en la televisión y comienzan sus clases de las cosas más raras: acaba de terminar las de francés, porque no quiere perder lo que aprendió en los Padres Franceses de Manquehue; clases de alemán, de impostación de voz...
–¿Para qué quiere aprender alemán?
–No me interesa hablar alemán. Me interesa aprenderlo. Busco cosas nuevas de las que no sepa nada para ejercitar la mente, para obligarme a pensar. No sabes lo difícil que es el alemán; sin embargo, tiene una lógica impecable, matemática, que me parece interesante. Acuérdate que soy ingeniero y que me gustan mucho las matemáticas. Pero reconozco que intento entender el alemán en presente, pero en pasado, no, eso es imposible... (Se ríe).
–¿También quiere aprender a cantar? ¿O para qué tiene clases de impostación de voz?
–Porque tengo que gritar dos horas al día y es preferible hacerlo bien, desde la guata, no desde la garganta.
–Y en las noches, ¿sale a cenar?, ¿tiene grupos de amigos de bar?
–No, nunca. No me gusta la noche. Me acuesto temprano con mucho gusto, porque me levanto muy temprano. En todo caso, te confieso que no es fácil llenar 24 horas al día.
–¿Lo acosan las admiradoras españolas?
–No, nadie.
–¿Cómo se las arregla para seguir casado con su compañera de curso en Ingeniería de la UC (Carmen Gloria Pucci), si viene como tres veces al año a Chile?
–Hay un costo importante por el hecho de perder la relación diaria, la cotidianidad. Me he perdido mucho de la formación de mis hijos.
–¿Pero hay una comunicación diaria?
–El día comienza con mi llamado a mi señora, luego vienen los mails con todos. Ella viaja una vez al mes a verme y ellos van en las vacaciones. Pero tengo que reconocer que nada de eso es suficiente. La única manera de suplir en parte mi ausencia en Chile es con el hecho de que mis hijos vean que estoy siendo coherente con mi vocación. Porque también es una esperanza para los jóvenes; saber que se puede llegar cuando uno tiene la convicción y la fe que yo he tenido para llegar, en una profesión no tradicional. Mis hijos han visto a su padre arriba y lo han visto abajo, y saben que yo he seguido, porque mi éxito no está en los logros.
Tiene tres hombres, Manuel (26), que se acaba de recibir de médico; Juan Ignacio (24) que está terminando leyes; y Nicolás (19) que entró a Ingeniería Comercial. Ninguno es ingeniero civil, como sus dos padres, pero a los tres les gusta mucho el fútbol.
–¿Salir de Chile es indispensable para conquistar el sueño?
–Sí, desgraciadamente es así. Éste es un país muy chico, muy lejos de donde pasan las cosas. No existe la competencia que se requiere para desarrollarse y crecer. Los pintores, los músicos, los artistas tienen que crecer en otros países. Y lo que yo quiero probarles a los jóvenes chilenos en general es que se puede optar por otras vocaciones y conseguir resultados. Hay muchas esperanzas cuando uno se la juega por lo que quiere. Hay que salir, hay que prepararse para caer muchas veces, pero no hay que tenerle miedo. ¡A mí me encanta la gente que se la juega por cosas distintas, donde las posibilidades de éxito son pocas!
–El camino es mucho más difícil que en el calorcito del propio país...
–Es muy difícil y complicado. Pero para ganar, uno no puede tener el pisco sour y la empanadita. No. Tiene que prepararse mucho. Porque a uno nadie le permite titubear. Si yo titubeo en una decisión, pierdo credibilidad. Para adaptarme en Europa, tuve que leer mucho. Porque hay que compenetrarse en la idiosincracia de cada país. Los errores son distintos de acuerdo a cada cultura. Y hay cosas que son imperdonables en un país y no en otro.
"No soy un suicida"
En 1996 terminó su etapa en Chile. Cuando le dicen que lo hizo pésimo como entrenador de la UC, lo acepta pero tiene muchos argumentos para demostrar que para él fue puro aprendizaje y que logró cosas magníficas para el club y para el fútbol chileno. Ahí supo que tenía que salir al extranjero. Y partió a Ecuador y de ahí a Argentina –lo que es un desafío mayor para un chileno–, y allí en San Lorenzo consiguió realizar el "trabajo más importante de mi vida". Luego vino River y de ahí, a cruzar el Atlántico.
A pesar de sentirse muy realizado, confiesa tener todavía mucha ambición. "Pero si no logro metas más altas que las que estoy realizando en el Villarreal, no pasa nada. Estoy en paz. Y eso me enorgullece".
–¿Qué ha pasado con Matías Fernández, que se lo llevó a su equipo y no ha dado los resultados esperados?
–Sí, está dando los resultados esperados. Nunca supuse que sería distinto. Es muy largo el camino de la adaptación y él acaba de cumplir 21 años.
–¿Entonces no está desilusionado?
–Todo lo contrario. La llegada de Matías ha sido muy importante. Llegó a Europa por un precio muy alto. Él tiene grandes condiciones, pero por supuesto que no puede ser la mejor figura. Tiene que madurar, manejar conceptos distintos de los chilenos. Va a ser una gran figura.
–¿Qué le parece que los futbolistas sean protagonistas de la farándula?
–Lo comprendo, pero no conduce a ninguna parte. El deporte implica una cierta austeridad, una vida sana, un rigor que se contradice con ese mundo. A Matías Fernández lo compraron justamente porque no estaba en la farándula.
–A propósito de su ambición, ¿le gustaría dirigir la selección chilena?
–Sí, me gustaría. Pero no en las condiciones actuales. No soy un suicida, no estoy para que me crucifiquen al cuarto partido si no hay triunfos. Me gustaría dirigir la Roja como parte de un proyecto más grande, con las personas adecuadas en los clubes, con un concepto de fútbol más de largo plazo. Hoy, con la selección actual, yo no sirvo. Ahora yo no podría aceptar que me evalúe un amateur.
–¿Le falta mucho a Chile para tener esas condiciones?
–No. Harold Mayne-Nicholls está recién llegado, pero él tiene un proyecto que me parece serio. Los clubes ya están entrando en el sector privado, que es la única manera de funcionar bien. Te voy a decir que para mí es un orgullo ser chileno. Por eso, en otras condiciones, ¡sí, me encantaría dirigir la Roja!
Lleva 34 años sin fines de semana. Eso lo tiene cansado, a veces. Y a pesar de que ahora en Chile dice que se cortó el pelo para que no se le vieran tanto las canas, no tiene nada, ni un rasgo de viejo. Pero él insiste en que cree que a los 60 años le gustaría terminar con el fútbol.
–¿Y qué va a hacer?
–Me gustan muchas otras cosas. No soy un fanático del fútbol. Me gustaría dejarme unos años para tener fines de semana, (Sonríe).
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