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La gran mayoría de chilenos todavía no comprende la dimensión de las transformaciones que se aspira a materializar. Pero está visto que en la Cámara hay ánimo de imposición.‏


En nombre de la ciudadanía

por Álvaro Góngora
Diario El Mercurio, Jueves 22 de mayo de 2014

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Un conjunto de personas que forman una comunidad política, conscientes de sus derechos y responsabilidades para con el Estado y que participan de la actividad pública reflexivamente, constituyen una ciudadanía. Mas, la manida palabra se usa inadecuadamente en todos los sectores, simplemente, como electores o chilenos en general.

Es un axioma democrático gobernar en nombre de la ciudadanía. Sin embargo, hay tendencia marcada a traducir el precepto, en estos momentos, como apoyo inequívoco al programa de gobierno. "Son estas las ideas mayoritarias de la sociedad" (Girardi); "sabemos que contamos con el apoyo mayoritario de la ciudadanía" (Arenas), sin aludir a la desmesurada frasecita: "avalancha ciudadana" (Navarro). De tanto utilizar el vocablo, no se piensa en su significado.

Todo parte de protestas callejeras que representaron problemas serios en diversos ámbitos. Como sus competidores, Michelle Bachelet los asumió en su campaña. Fue elegida Presidenta de la República, pero no está de más apuntar que tiene vuelo propio, carisma, y sabemos cuánto influye entre electores despolitizados reconocer figuras públicas con empatía y distancia de las "máquinas" partidistas. ¿Alguien puede sostener, responsablemente, que de no existir una candidata como ella, el conglomerado habría salido victorioso en las presidenciales y parlamentarias? No tenían otro candidato ni, por sí solos, suficiente popularidad. Por lo mismo, nadie puede asegurar que el triunfo signifique un apoyo incondicional al programa de gobierno, tal como se concibió por un equipo de especialistas que creyeron interpretar las demandas, conceptualizándolas, en privado, y proponiendo fórmulas de solución a partir de conocimientos teóricos.

Una auténtica ciudadanía que se manifiesta a favor de un programa debe hacerlo conscientemente. ¿Cuántos electores leyeron el programa? Y quien lo hizo, ¿entendió lo que se pretendía hacer? A lo más, conoció intenciones. No hay que engañarse. En democracia de masas, los resultados responden a múltiples factores, que son de imagen, comunicacionales, más que reflexivos. ¿Por qué los ministros, ahora, deben recorrer el país socializando su contenido?

¿Es procedente, entonces, atribuirse la representación programática de la ciudadanía? Es tentador aprovechar un renombre presidencial para materializar propuestas ideológicas contenidas. Aprobar proyectos derivados del programa a fardo cerrado y apresuradamente. Total, están los votos: "Las reformas estructurales necesitan una correlación de fuerzas suficiente que las haga viables" (Andrade). Socios que no actúen disciplinadamente traicionan "la palabra empeñada" o arriesgan su cumplimiento, bajo la certeza de que el compromiso es "con la ciudadanía sobre la base de estas ideas" (Girardi). El diputado Andrade recurre a un predicamento conocido muy dañino: gobernar para quienes "nos" han elegido. Y el senador se equivoca. Las ideas programáticas no surgieron de las movilizaciones, al punto de que la reforma tributaria ha tenido que promocionarse. Hay que reconocerlo. La gran mayoría de chilenos todavía no comprende la dimensión de las transformaciones que se aspira a materializar.

Pero está visto que en la Cámara hay ánimo de imposición. Cifremos esperanzas en que sectores del Senado consideren que el programa no es la "verdad revelada", que sus conceptos y fórmulas de solución a problemas clave no son, tal cual se diseñaron, anhelos de la ciudadanía. Y que se necesita análisis desideologizado, procurando consensos. Todos queremos un mejor país, educación de categoría y que Chile tenga de verdad ciudadanía reflexiva, pero el calibre de las reformas que se quiere implementar para futuras generaciones requiere "cruzar las fronteras de la Nueva Mayoría".

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