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Las extrañas maneras en que estamos unidos...‏


Cada vez nos despedimos mejor

por Gustavo Santander,
Diario El Mercurio, Martes 27 de mayo de 2014

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Nací el día del cumpleaños de mi madre y ese dato, aunque parezca nimio, nos ha marcado hace casi cuarenta años. Ella me cuenta que nunca pensó que esa coincidencia se daría y hasta le habían programado una celebración que, por supuesto, arruiné. Según la mitología familiar narrada por los testigos del hecho (que eran varios pues venían a la fiesta), mi nacimiento fue casi una emergencia dado que me estaba ahorcando con el cordón umbilical y no hubo tiempo de programar nada: una cesárea me tuvo que sacar del útero materno con un leve tono azuloso. Durante mi infancia, mis primos mayores se divertían burlándose de mí, recordándome cada vez que podían que "nací casi muerto". Pero otra circunstancia me uniría todavía más con la historia de esa mujer que, hace un par de días cumplió, al igual que yo, otro año. La madre de mi madre murió cuando ella era una niña de siete años, sin embargo, como si se tratara de una herencia no solicitada, el día de mi nacimiento se hizo presente regalándome una enfermedad que yo descubriría más tarde: el asma. 

Hago este preámbulo tragicómico porque, a propósito de mi cumpleaños y el de ella, me he puesto a pensar en las extrañas maneras en que estamos unidos. Aunque le he puesto mucha voluntad, siento que con mi padre me unen menos cosas: no heredé su color, ni su cabello, ni esos ojos que a veces me han mirado con añoranza. No somos cariñosos el uno con el otro y nuestro tiempo juntos se asemeja más a un debate político que a un encuentro familiar. Él sabe que lo quiero, aunque también sabe que no puede competir en afectos con mi madre.

Por razones más laborales que de otra índole, hace seis o siete años pasamos nuestros cumpleaños alejados, ella en Santiago y yo en una ciudad norteamericana donde debo viajar por trabajo. Entonces nos hemos acostumbrado a despedirnos en la víspera, mientras cenamos o caminamos de vuelta a su casa, sintiendo que el invierno nos acecha una vez más, así ella vuelve a contarme la historia de mi nacimiento, se acuerda de gente que estuvo ese día y que ya no está, revive con angustia los ataques asmáticos que tuve de niño y vuelve a recriminar la afición por el cigarrillo que tuve durante quince años. Y yo le digo que, a pesar de todo, aquí seguimos. Con un movimiento de la mano acomodo el cabello que el viento se ha empecinado en desarreglar y la imagino cuatro décadas atrás, embarazada del hombre que hoy la lleva a su casa, y se me viene a la mente aquella frase de Richard Ford: "los padres nos conectan -por encerrados que estemos en nuestra vida- con algo que nosotros no somos pero ellos sí; una ajenidad, tal vez un misterio, que hace que, aun juntos, estemos solos". La abrazo y me alejo haciéndole señas cariñosas, sintiendo que, con cada año que pasa, nos vamos despidiendo mejor.

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