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Esa tristeza aligerada...‏


por Agustín Squella
Diario El Mercurio, Viernes 23 de mayo de 2014

Tránsitos

"Lo que ocurre es que primero aspiramos al placer; más tarde, cuando el placer se pone esquivo, nos confinamos en la virtud, y, como esta resulta también difícil de conseguir, terminamos refugiados en la melancolía..."


Ahora comprendo lo que el escritor Carlos León quería decir a los alumnos de filosofía del derecho cada vez que confesaba que a su edad tenía ya una mirada botánica sobre las mujeres.

De un tiempo a esta parte, a mí me ocurre exactamente lo mismo que al viejo y querido profesor. Miro a las mujeres (siempre lo he hecho, desde que a los 5 años dejaba caer la goma de borrar al suelo para tener a la vista las piernas de mi bella y joven profesora), pero la mirada, como no puede ser menos, ha cambiado con el paso de los años, asentándose al fin en una que se parece a la de observar con admiración una atractiva especie vegetal que permanece detrás de una vidriera, completamente fuera de mi alcance.

No se necesita haber sido un galán durante los dos primeros tercios de la vida para acabar resignándose a bajar la guardia en el último tercio. En algunos casos esa puede haber sido la actitud observada desde siempre, especialmente tratándose de sujetos tímidos y con suficiente conciencia de que hay algo patético en la creencia de que las mujeres son presas a ser conquistadas y de que se tienen las armas para conseguir éxito en la conquista. Descontado el machismo de semejante idea, ver una posibilidad en cada mujer que se nos pone por delante importa una renuncia a la claridad que deberíamos tener acerca de nuestros muy limitados atributos. Créanme que hay hombres que lo último que pensamos en presencia de una mujer es que ella podría interesarse en nosotros.

Según pasan los años, las mujeres nos despiertan interés, y eso desde los primeros momentos de la vida; más tarde deseo, amor también, sin duda amistad, para cerrar nuevamente con el interés el círculo de la vida, ese interés botánico que describía Carlos León. No quiero decir que ya viejos no podamos amar o ser amigos de una mujer, sino que ese amor y amistad, sobre todo si se es suficientemente mayor, tienen que ver más con el interés que ellas producen que con el deseo que provocan.

Vistas las cosas con mayor amplitud, lo que ocurre es que primero aspiramos al placer; más tarde, cuando el placer se pone esquivo, nos confinamos en la virtud, y, como esta resulta también difícil de conseguir, terminamos refugiados en la melancolía, esa "tristeza aligerada", según la definió Hume. Algo parecido a lo que ocurre con la felicidad: intentamos conquistarla sin éxito durante buena parte de la vida, hasta que ponemos los ojos en su hermana menor y menos agraciada -la alegría-, para acabar cortejando a la tercera de las hermanas: la normalidad. A los jóvenes podrá parecerles conservador, pero, llegado cierto momento de la vida, lo único que se quiere es que las cosas sigan más o menos como están. Solo el largo proceso de vivir y envejecer puede convencernos de que la normalidad es revolucionaria.

Recuerdo una bella reflexión de Octavio Paz acerca del sexo, el erotismo y el amor, y si la rememoro no es porque debamos elegir entre ellos ni menos porque considere que esa tríada va de más a menos, como en los dos casos anteriores. Todo lo contrario, y como cualquiera sabe, va de menos a más, de manera que si el erotismo hace al sexo más satisfactorio, el amor confiere a ambos esa inspiración y sentido que todos hemos experimentado con intensidad una o más veces en la vida. La manera como lo describe Paz es tan magnífica como esta: "El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor".

Volviendo a mi profesor, recuerdo que se tomaba muy en serio este verso de Neruda: "Ya no la quiero, pero tal vez la quiero". Con toda razón, a León esa línea no le parecía ambigua, sino expresiva de la siguiente verdad: nadie ama a otra persona las 24 horas del día y siempre hay un momento -o más de uno- en que dan ganas de mandarla al diablo.

El amor también tiene sus tránsitos.

1 comentario:

  1. La melancólica columna de don Agustín,
    tal vez despertará en más de alguno
    el deseo de escribir
    un libro en el género biográfico
    con un título provisional del tipo:
    La mirada botánica - Memorias de un picaflor

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