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Tijeras en la cabeza

ÁLVARO MATUS, robert-darnton-620



Contra la idea del censor como un burócrata ridículo e incapaz de comprender el fondo de los textos que vigila, Robert Darnton ha publicado un trabajo apasionante, con información contundente yhasta descabellada sobre la forma en que operaban los censores en Francia antes de la Revolución, en la India bajo el imperio británico y en la RDA de Honecker.
Quizá este último caso sea el punto más alto de Censores trabajando, editado, al igual que toda la obra de Darnton, por el Fondo de Cultura Económica. Escrito a la manera de un reportaje, el historiador visita Alemania después de la reunificación y se entrevista con dos funcionarios de la Jefatura Administrativa para la Publicación y el Comercio del Libro, el organismo que se encargaba de realizar la “planificación” editorial bajo el régimen comunista. Eran, en la práctica, censores. O mejor dicho, un eslabón de la cadena de vigilancia y condena de los textos. Porque la censura era un engranaje finamente aceitado, que involucraba a editores, lectores externos, celadores del comité central, miembros del sindicato de autores y críticos de prensa.
Darnton nos permite vislumbrar la complejidad de esta maquinaria, sorprendernos con las estrategias para burlarla y comprender que sacar un libro era una negociación que tardaba años. Las relaciones entre autor y editor -que era nombrado por el partido- podían ser sumamente estrechas y estos últimos eran tipos inteligentes y preparados, a los que también les importaba mejorar la calidad del libro. Lo mismo sucedía con los lectores (informantes) externos, que solían ser profesores universitarios o críticos literarios. Muchas veces los escritores eran amigos de ellos, o al menos existía respeto profesional, lo que hacía frecuente que existieran acuerdos a espaldas de la rígida estructura partidista.
“Ningún sistema -dice Darnton- puede operar a base de pura coerción”. La negociación implicaba colaboración; aceptar los recortes era una forma de complicidad. El autor, de hecho, es taxativo al señalar que todo parte en la cabeza del autor, con “ese hombrecito verde dentro de tu oído”. La autocensura es quizá el aspecto más desolador, donde se ve hasta qué punto el sistema se ha filtrado en la conciencia del creador. Algunos decían que tenían “tijeras en la cabeza”; el yugoslavo Danilo Kis hablaba de un doble, alguien al que era imposible derrotar: “Es como Dios, lo sabe todo y lo ve todo porque sale de tu mismo cerebro, de tus propios miedos, de tus propias pesadillas”.
El formidable trabajo de Robert Darnton no debiera ser leído como arqueología literaria. Hoy, más que nunca, todos nuestros movimientos quedan registrados en esa compleja red de capital, información y comunicación en que se desenvuelve nuestra vida. Es obvio que las restricciones a la libertad han cambiado de signo, y también es notorio que ahora somos más visibles que nunca: las redes sociales y los grandes conglomerados económicos han instaurado, mediante los más diversos soportes, una democratización de la vigilancia.

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