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Cambia, todo cambia

LEONIDAS MONTES, santiago chile panoramica



En los últimos casi 30 años, Chile ha crecido rápida y sostenidamente. De ser sólo otro país sudamericano, nos convertimos en la estrella indiscutida de Latinoamérica. Hoy lideramos la región en términos de desarrollo y PIB per cápita.El patio trasero de USA nos quedó chico y formamos parte de la Ocde. Pero nuestro crecimiento no ha sido sólo económico. La verdad es que no hay que ser un sofisticado intelectual marxista para darse cuenta de que los cambios materiales han generadocambios socioculturales. El problema es que algunos todavía ignoran o no quieren ver las consecuencias de nuestro progreso.
Uno de los fenómenos sociales más interesantes es la valoración de la esfera privada y cierta disociación y desconfianza con el entorno que nos rodea. En general, el chileno está contento con su propia vida. La última encuesta CEP revela que un 52% de los chilenos se encuentra muy satisfecho con su vida. Pero piensan que sólo el 13% de los demás chilenos están en la misma situación.La mayoría cree que está mejor que sus padres y una gran mayoría, que sus hijos estarán todavía mejor.
En una encuesta de la UAI y Horizontal se pregunta por la satisfacción personal con algunos servicios e instituciones. Los resultados son sorprendentes. En la escala de 1 a 7, un 80% le pone nota sobre 5 a su supermercado. Un 74% a su empresa o lugar de trabajo. Y un 72% a su banco. Esto claramente contrasta con la percepción respecto de los supermercados, la empresa o la banca en general. Y la evaluación más baja, cabe destacarlo, la tiene “la atención en los servicios del Estado” (51%).
El ciudadano confía más en sí mismo que en un Estado benefactor. Por ejemplo, para salir de la pobreza, un 90% piensa que debe ser a través de las capacidades personales.Sólo un 7% todavía cree en los bonos. Y la gran mayoría piensa que el sustento económico es responsabilidad de las personas, no del Estado. Además, cuando se les pregunta Cambia, todo cambia por la claves del éxito, mencionan, en este orden, “buen nivel de educación”, “el trabajo duro” y “tener ambición”. Es el valor del mérito y del esfuerzo el que alimenta ese deseo tan humano de mejorar.
La valoración de lo propio es un fenómeno inherente a la naturaleza humana. Pero no es sinónimo de egoísmo. La “propiedad” o lo “propio”, en su sentido amplio de la vida, la libertad y el hogar, tiene también una connotación y justificación moral. Y tampoco es consecuencia de un capitalismo perverso. Es el efecto del progreso en una economía social de mercado donde el individuo es soberano de su libertad y dignidad.
Otro fenómeno del desarrollo es la desafección política. En Chile, los partidos políticos sólo generan confianza en un 6% de la población, lo que prácticamente equivale a quienes están inscritos o pertenecen a algún partido. Más aún, la mayoría no se siente de derecha, de izquierda o de centro. Tampoco de la Nueva Mayoría o de la Alianza. La independencia y la autonomía son valores preciados. Y arraigados en la ciudadanía.
En definitiva, vivimos en una sociedad más liberal e individualista. Pero también mucho más exigente.
En 1829, Andrés Bello le escribe a un amigo sus primeras impresiones de Chile. Dice que le gusta el país, pero lo encuentra “algo inferior a su reputación”. Confiesa que echa de menos la naturaleza y la vida intelectual de Caracas y agrega que “en recompensa se disfruta aquí por ahora de verdadera libertad; el país prospera; el pueblo, aunque inmoral, es dócil”. Disfrutamos de libertad y prosperidad. Y aunque seguimos siendo inmorales, esa docilidad ya no existe.
En la última encuesta CEP se pregunta “qué es lo que hace a un buen ciudadano”. En 2005, la mayoría, un 66%, pensaba que era “obedecer siempre las leyes y normas” y “ayudar a personas que estén en peores condiciones”. Esto ha cambiado. Y mucho. Casi 10 años después, la mayoría de los chilenos cree que el buen ciudadano se define al “observar que las autoridades públicas actúen correctamente”. En 2005, esta definición sólo ocupaba el séptimo lugar, con un 38%. El año 2014 es la primera opción, con un 67%. Si no lo cree, sólo imagine lo que hoy sucedería con el lanzamiento del gran plan Transantiago.
Efectivamente, este giro hacia la rendición de cuentas o elaccountability es una revolución para el mundo del poder. Pero en algunos círculos pareciera no existir conciencia cabal de estos cambios. Los viejos cánones ochenteros y noventeros están obsoletos. En una sociedad más abierta, liberal y exigente, la gente ya no se compralos cuentos tan fácilmente. La desconfianza –cierta dosis es sana- es parte del paisaje.Este fenómeno, estimulado por los rápidos avances tecnológicos y la disponibilidad de la información, es evidente.
Los chilenos, más independientes, libres y autónomos, valoran lo que se ha hecho en Chile, porque también es lo que ellos han logrado. Pero el chileno ya no es dócil. Es exigente como ciudadano y como consumidor. En este nuevo Chile el poder político debe entender que lo público ha alcanzado una nueva dimensión republicana en términos de accountability. Y el sector privado debe entender que lo privado muchas veces es también público. Ahora el nuevo ciudadano-consumidor está al centro.
A algunos socialistas, que les gusta moldear la sociedad a su pinta, esta sociedad liberal e individualista les irrita. En cambio, a los promotores y defensores del crecimiento económico y del progreso social, les debería enorgullecer. Es por eso que la centroderecha, en el fondo de su crisis política, tiene la oportunidad de modernizarse a la luz de esta realidad social. Para ello debe despojarse de ataduras y prejuicios, recordando los principios liberales que inspiran a una economía social de mercado. Y esos principios también deberían recordarnos esa inmoralidad que nos achacaba Andrés Bello: la moral no siempre, vaya novedad, se reemplaza o justifica con lo legal.

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