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Música de Carambolas


por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias, Columna 'Tinta China'
http://blogs.discovermagazine.com/cosmicvariance/2011/04/12/guest-post-jim-kakalios-on-the-quantum-mechanics-of-source-code/#more-6659
 
El único juego en el que he logrado cierto brillo
a lo largo de mis treintaisiete años de vida ha sido el pool.
 
No digo que haya sido un campeón, pero me defendía,
lo que no era poco para alguien que se había mostrado
persistentemente negado para los naipes,
ñurdo con la pelota, imprudente para el ajedrez
y enclenque en las demostraciones de fuerza.
 
El pool no era sólo un juego: era también un paisaje,
una comunidad, un campo de batalla y aprendizaje.
 
Empecé a jugar como a los doce años
y a los quince ya me sentía en condiciones
de enfrentarme a todos los parroquianos de un pool
que quedaba a unas cuadras de mi colegio en Temuco.
 
Jugábamos poco dinero y, aunque
muchos pocos a veces eran una buena torta,
la única función de las apuestas
era excitar el ánimo y tensar los nervios.
 
No me iba mal.
 
Una vez le gané al Manzana,
quien muy excepcionalmente
jugaba con alguien, no tanto
porque fuera el dueño del local
y no pudiera descuidarlo en el juego,
sino sobre todo porque al parecer
había sido jugador profesional
y se abstenía amablemente
de humillar a los pobres pájaros
que se atrevían a desafiarlo.
 
Eso fue hace unos veintidós años.
 
Me imagino que el Manzana
debe de estar viejo.
 
Quizás desapareció,
como tantas cosas
desaparecen de un día para otro,
arrasadas por el presente.
 
El otro día leí algo triste
en los avisos económicos de El Mercurio.
 
El dueño de un pool de Recoleta
vendía seis de sus siete mesas;
se había reservado una para sus hijos.
 
"No crea que no me da pena", decía.
 
"Mucha gente venía acá a divertirse.
Son muchos los recuerdos,
¿pero qué voy a hacer?"
 
El hombre se refería
a un hecho inesperable hace veinte años:
que el negocio iba a irse a pique,
que las mesas iban a vaciarse
y que lentamente se escucharía
más despacio el sonido de las carambolas,
esa música de los solitarios, marfil contra marfil,
en un diminuendo que parece siginificar muchas cosas.
 
Cada época tiene sus juegos y diversiones,
unos reemplazan a otros, ningún presente se queda,
pero me temo que la caída del pool no tiene relevo.
 
No hablo, por supuesto, de los jugadores
profesionales o amateurs de competición,
que mantienen viva su afición de manera deportiva,
sino de los oficinistas, los escolares y estudiantes universitarios;
los obreros o los gerentes que encontraban en el pool
una ocupación ocasional para el lapso
entre el fin del trabajo y el regreso a casa.
 
¿Qué hacen ahora esas personas? ¿Cómo se divierten?
¿Se divierten en algo? ¿Donde aprenden
códigos de honor, lenguajes de gestos, presión sicológica?
¿Desarrollan en algo sus habilidades? ¿Se ríen? ¿Lloran?
 
La caída del negocio del pool
es un síntoma de una sociedad
cada vez más higiénica,
insípida y plastificada,
que corretea a los ociosos
y persigue a los fumadores,
a los borrachos, a los tahúres,
a los pajarones, a los vividores,
siempre bajo el mandato de un bienestar
basado en la longevidad sosa,
cuyo respaldo, por lo demás,
es una libre elección
que nunca es libre del todo.
 
Uno se pregunta
qué fue de los jugadores de pool,
de su mirada atacada por el humo,
de su golpe certero y final,
y no alcanza a contestarse
cuando se llena de pazguatos y entusiastas
que van al homecenter y al cementerio
con las mismas cañuelas pálidas al aire
y las mismas bermudas color barquillo
como uniforme del hombre moderno
y míseramente feliz..

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