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El Estado posmoderno: ¿Leviatán del siglo XXI?

Tribuna
El Estado posmoderno: ¿Leviatán del siglo XXI?
por Carlos Williamson
Diario El Mercurio, Martes 19 de Abril de 2011
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2011/04/19/el-estado-posmoderno-leviatan.asp
 
El ambicioso plan de reforma del Estado del gobierno que encabeza
David Cameron es sintomático de los nuevos vientos que comienzan a
soplar en el Reino Unido. La propuesta contempla una radical reducción
del gasto público, y profundos cambios en su estructura. Su retórico
llamado a crear una "gran sociedad", consciente de sus derechos, pero
a la vez responsable de sus deberes, alude a una sociedad plural y
libre y a un Estado que se reinventa; deja de lado el paternalismo y
actúa subsidiariamente.
Las ideas de Cameron, con un evidente sello "thacherista", son un
llamado a la sensatez, aunque suenan extemporáneas. No sólo porque la
reciente crisis financiera internacional provocó un severo activismo
estatal, sino porque la tendencia en los últimos 100 años muestra que
en los países industrializados, casi sin distinción, el poderoso
"Leviatán" se muestra insaciable. El gasto público en relación con el
producto que era en promedio un 12,7% en 1913, alcanzó un 47,7% en
2009. Y la historia es conocida. El gigantismo estatal no es gratis y
en algún momento pasa la cuenta. Se inicia con el flagelo
inflacionario y se propaga al interior en la forma de un sector
privado con baja productividad y una economía estancada. Elevados
déficits fiscales, sólo en el caso de Gran Bretaña y los EE.UU. bordea
el 10%, y un bajo crecimiento económico, obligan a tomar medidas y la
economía política de bajar gastos o incrementar los impuestos nunca es
trivial.
 
¿Cómo se llega a una situación en que el Estado en los países líderes
del mundo posmoderno ocupa hoy la mitad del espacio económico? Hay
muchas razones, pero, sin duda que la principal de todas es la
distorsión sobre sus roles. La pretensión de Hobbes en el siglo XVII
sobre una autoridad absoluta, capaz de dar seguridad y prosperidad a
sus ciudadanos, desafiada 200 años más tarde por John Stuart Mill y su
proclama de que no hay autoridad alguna que pueda arrogarse el derecho
a decidir lo que es bueno o malo para los individuos, fueron las bases
intelectuales de un debate que aún no se agota. Incluso se pensó que
el fracaso del comunismo y la tesis del fin de la historia con el
triunfo del modelo neoliberal llevarían a un consenso normativo de un
Estado que sólo se focalizaría en derrotar la pobreza y de regular los
mercados para promover la competencia. La evidencia parece indicar que
algo más ha estado pasando. El Estado crece y crece porque asume roles
en la producción de bienes públicos e interviene en la vida económica
interna más allá de lo necesario y de lo prudente.
 
Las lecciones para nuestro país son claras. Desde luego, no caer en el
error de un crecimiento sin control en el nivel del gasto público
mediante una política fiscal responsable. Tener realismo político,
como lo ha hecho el actual Gobierno, llevando la discusión al plano no
tanto de cómo achicar el tamaño del Estado, sino cómo hacerlo más
eficaz y eficiente a la luz de sus roles normativos fundamentales:
pobreza y regulación. Aquí es alentador comprobar el sitial que ocupa
en Chile la educación como la verdadera y definitiva palanca de
movilidad social y el liderazgo asumido por el actual Gobierno para
avanzar en este campo, pero esta vez, con sentido de urgencia.
Asimismo, recoger la idea progresista de un ingreso ético familiar,
focalizado en los más pobres, pero condicionado al cumplimiento de
tareas familiares para fomentar la empleabilidad, la salud y la
educación escolar. Es decir, contar con herramientas para ir superando
el asistencialismo y promover una cultura de derechos, pero también de
deberes.
 
En otro plano, revisar algunas regulaciones que explican la baja
productividad y la menor inversión privada. En tal sentido, es
destacable la revisión de algunas normas, en particular cambios que
harían más flexible el funcionamiento del mercado laboral, o evitar
que la regulación no se convierta en una piedra de tope, por ejemplo,
en el ámbito medioambiental. Por último, el propio Estado chileno debe
mirarse a sí mismo y revisar su estructura. Agilizar y descentralizar
la toma de decisiones mediante una mejor coordinación interna y llevar
a cabo un proceso evaluativo de la políticas públicas como se realiza
hoy con la unidad de seguimiento de los avances ministeriales. Y no
solo eso. Elevar drásticamente la productividad del ente estatal
promoviendo mejores prácticas laborales e incentivando el trabajo bien
hecho.

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