Columna del día
Diario El Mercurio, Miércoles 11 de diciembre de 2013
Qué explica el fenómeno del vandalismo
Fernando Laborda: "Los saqueos también pueden explicarse por la proliferación de una cultura populista de la dádiva. La falta de perspectivas de mucha gente humilde y la sensación de impunidad inciden en la situación..."
La ola de saqueos iniciada la semana pasada en la provincia de Córdoba y extendida en las últimas horas a distintos distritos del país mostró lo peor de la sociedad y provocó no poca sorpresa por abarcar como blanco no solo a grandes supermercados, sino también a pequeños comercios, y hasta casas particulares.
He aquí algunas de las razones que explican esta peculiar ola de saqueos producida al compás de los autoacuartelamientos policiales.
1.- Los saqueos a comercios de los últimos días no solo se registran en un país donde desde hace demasiado tiempo la anomia se viene imponiendo sobre la ley y el orden público y donde las fuerzas de seguridad poco hacen frente a piquetes y cortes de rutas, sino donde un mensaje oficial asociado a la confrontación permanente y a la división ha potenciado el odio y el resentimiento en algunos sectores de la sociedad.
Cuando alguien dimensiona los escándalos de corrupción gubernamental que quedan sin castigo, también puede pensar que deberían quedar sin sanción alguna los saqueos de comercios.
2.- El particular diagnóstico sobre la inflación que efectúa el gobierno de Cristina Fernández también puede ayudar a explicar los saqueos. Ese diagnóstico oficial indica que los aumentos de precios no se producen por el cada vez más elevado déficit fiscal del Estado que es financiado con emisión monetaria, sino exclusivamente porque algunos agentes económicos buscan maximizar sus ganancias. En función de ese diagnóstico, algunos grupos de la sociedad pueden tender a creer que como la inflación es culpa de comerciantes inescrupulosos y se puede equiparar a esos comerciantes con la figura de un saqueador, está justificado saquear a un saqueador. El viejo dicho “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón” puede ser empleado para legitimar el accionar ilegal de quienes asaltan comercios.
3.- Un tercer elemento es la creciente sensación de impunidad. Cuando alguien dimensiona los escándalos de corrupción gubernamental que quedan sin castigo, cuando se escucha que alguien denunció ante la Justicia que el Vicepresidente Amado Boudou quería “robarse una empresa”, como la imprenta Ciccone, y cuando ve que ningún funcionario va preso por hechos manifiestamente ilícitos, también puede pensar que deberían quedar sin sanción alguna los saqueos de comercios, incluso cuando sean cometidos por personas que estén lejos de padecer hambre.
Otro dato que ayuda a entender lo ocurrido es la falta de perspectivas de mucha gente.
4.- Los saqueos también pueden explicarse por la proliferación de una cultura populista de la dádiva y la prebenda motorizada por el gobierno kirchnerista y por distintos gobiernos provinciales. Cuando al Estado se le empiezan a agotar los recursos o algunos sectores quedan súbitamente excluidos de los beneficios de sus políticas clientelistas, esos grupos automáticamente se consideran con derecho a saquear comercios para cubrir los beneficios que perdió por el retiro del Estado.
5.- Otro dato que ayuda a entender lo ocurrido es la falta de perspectivas de mucha gente de condición humilde que, aun cuando no padezca necesidades básicas insatisfechas, se lanzó a arrebatar lo que encontrara a su paso. No hace mucho, un cura párroco de una villa de emergencia contó que cuando se les preguntaba a los chicos de ese lugar qué les gustaría ser cuando fueran grandes, muchos respondían que querían ser “piqueteros”. Hoy es probable que alguno que otro conteste que quisiera ser “dealer” o “narcotraficante”. Es que en los últimos años ha sido tan grande la inserción del narcotráfico en distintos poblados humildes de buena parte del país, que el fenómeno está modificando hábitos de conducta de todos sus habitantes. Un informe presentado en su momento por el ex secretario de Lucha contra el Narcotráfico de Córdoba, Sebastián García Díaz, señala la existencia de unos 2.500 puntos de venta de droga sólo en la capital de esa provincia. Esto equivale a 2.500 familias que viven de la venta de drogas ilegales. Sólo con esas 2.500 familias lanzadas a la calle se puede generar un caos en una noche.
Fernando Laborda
La Nación/ GDA
He aquí algunas de las razones que explican esta peculiar ola de saqueos producida al compás de los autoacuartelamientos policiales.
1.- Los saqueos a comercios de los últimos días no solo se registran en un país donde desde hace demasiado tiempo la anomia se viene imponiendo sobre la ley y el orden público y donde las fuerzas de seguridad poco hacen frente a piquetes y cortes de rutas, sino donde un mensaje oficial asociado a la confrontación permanente y a la división ha potenciado el odio y el resentimiento en algunos sectores de la sociedad.
Cuando alguien dimensiona los escándalos de corrupción gubernamental que quedan sin castigo, también puede pensar que deberían quedar sin sanción alguna los saqueos de comercios.
2.- El particular diagnóstico sobre la inflación que efectúa el gobierno de Cristina Fernández también puede ayudar a explicar los saqueos. Ese diagnóstico oficial indica que los aumentos de precios no se producen por el cada vez más elevado déficit fiscal del Estado que es financiado con emisión monetaria, sino exclusivamente porque algunos agentes económicos buscan maximizar sus ganancias. En función de ese diagnóstico, algunos grupos de la sociedad pueden tender a creer que como la inflación es culpa de comerciantes inescrupulosos y se puede equiparar a esos comerciantes con la figura de un saqueador, está justificado saquear a un saqueador. El viejo dicho “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón” puede ser empleado para legitimar el accionar ilegal de quienes asaltan comercios.
3.- Un tercer elemento es la creciente sensación de impunidad. Cuando alguien dimensiona los escándalos de corrupción gubernamental que quedan sin castigo, cuando se escucha que alguien denunció ante la Justicia que el Vicepresidente Amado Boudou quería “robarse una empresa”, como la imprenta Ciccone, y cuando ve que ningún funcionario va preso por hechos manifiestamente ilícitos, también puede pensar que deberían quedar sin sanción alguna los saqueos de comercios, incluso cuando sean cometidos por personas que estén lejos de padecer hambre.
Otro dato que ayuda a entender lo ocurrido es la falta de perspectivas de mucha gente.
4.- Los saqueos también pueden explicarse por la proliferación de una cultura populista de la dádiva y la prebenda motorizada por el gobierno kirchnerista y por distintos gobiernos provinciales. Cuando al Estado se le empiezan a agotar los recursos o algunos sectores quedan súbitamente excluidos de los beneficios de sus políticas clientelistas, esos grupos automáticamente se consideran con derecho a saquear comercios para cubrir los beneficios que perdió por el retiro del Estado.
5.- Otro dato que ayuda a entender lo ocurrido es la falta de perspectivas de mucha gente de condición humilde que, aun cuando no padezca necesidades básicas insatisfechas, se lanzó a arrebatar lo que encontrara a su paso. No hace mucho, un cura párroco de una villa de emergencia contó que cuando se les preguntaba a los chicos de ese lugar qué les gustaría ser cuando fueran grandes, muchos respondían que querían ser “piqueteros”. Hoy es probable que alguno que otro conteste que quisiera ser “dealer” o “narcotraficante”. Es que en los últimos años ha sido tan grande la inserción del narcotráfico en distintos poblados humildes de buena parte del país, que el fenómeno está modificando hábitos de conducta de todos sus habitantes. Un informe presentado en su momento por el ex secretario de Lucha contra el Narcotráfico de Córdoba, Sebastián García Díaz, señala la existencia de unos 2.500 puntos de venta de droga sólo en la capital de esa provincia. Esto equivale a 2.500 familias que viven de la venta de drogas ilegales. Sólo con esas 2.500 familias lanzadas a la calle se puede generar un caos en una noche.
Fernando Laborda
La Nación/ GDA
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