Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 29 de diciembre de 2013
No teníamos cómo saber,
a comienzos de los años ochenta,
que el viaje en tren a Valparaíso
iba a ser drásticamente convertido
en una cuestión del pasado.
Hacíamos el trayecto
con la distracción
que siempre nos merece
lo normal y conocido.
Tantas veces habíamos visto
el paisaje seco con sus cerros y arbustos,
las tristes estaciones
con unos cuantos pasajeros taciturnos en el andén,
los nombres de los lugares escritos en letreros de palo,
los ramales, las garitas, las bodegas.
Todo esto era parte del aspecto general
de un trayecto que valorábamos más
en cuanto más corto se nos hiciera.
Ahora la ruta ferroviaria a Valparaíso
está en calidad de patrimonio, es decir, muerta.
En 1986 los viajes por esta vía
fueron parados para siempre.
El proceso de desmantelamiento de Ferrocarriles
se llamó en aquella época "racionalización"
y correspondió a un ajuste brutal entre costo y beneficio
que no consideraba entre sus factores determinantes
las disquisiciones estéticas o históricas de nadie.
Parece que esto hubiera sucedido ayer
en circunstancias de que ya han pasado casi treinta años.
Las fotografías de Felipe y Boris Urquieta
-publicadas en el libro La ruta de Meiggs -
nos muestran, no sin sorpresa por parte nuestra,
el estado de melancólico abandono del viejo tendido férreo,
de las bombas de agua, de los puentes de acero,
de las subestaciones eléctricas, de los vagones y locomotoras.
Aquello que nos fue tan familiar,
hoy lo miramos desde el otro lado de la realidad
y ha adquirido la belleza fatal,
la visibilidad de las ruinas y de los despojos.
Creemos casi escuchar los nombres de las estaciones
como enunciados por la gangosa voz de un megáfono:
La Calera, San Pedro, Ocoa, Llay-Llay.
¿O esto nunca sucedió y procede de la tendencia a ficcionalizar de la memoria?
Si la fotografía opera en los intersticios del tiempo,
en este caso el tiempo se manifiesta como un chiflón violento.
Nos habíamos acostumbrado a establecer el pasado
-el deterioro, la erosión- como una medida de lo remoto.
No estábamos preparados para aplicar esta medida
en el rango de nuestras vidas o de nuestras edades.
El destino de lo patrimonial
-de los vestigios que ameritan
algún tipo de cuidado especial-
siempre va por el lado
de lo celebratorio-nostálgico
o de lo turístico.
Para sobrevivir,
las antiguas construcciones deben esperar
que aparezca alguien que las "reinvente"
y las haga circular en algo así
como un mercado verosímil.
De lo contrario están condenadas
al empobrecimiento total,
al robo hormiga, a la extinción.
Es inquietante pensar
que no está lejano el día
en que la "racionalización"
indicará que será deseable,
económico y rentable utilizar el tren
como medio de contacto entre Valparaíso y Santiago.
Algo así ocurrió con el tren de Pirque,
que partía del Parque Bustamante.
En los años cuarenta lo racionalizaron,
es decir, lo destruyeron.
Más tarde -por necesidad-
el Metro retomó la vieja ruta descartada.
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