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El raspado de la olla de la repetición del plato...‏


Cuando uno veía las propuestas
de las candidaturas presidenciales
que no llegaron al balotaje,
daba la impresión que,
en general eran más bien proclives
a la que fue resultada elegida
como presidenta de Chile
para el próximo período.

Incluso uno de los candidatos,
que quedaron en el camino,
que obtuvo mayor votación
y que podría ser algo más afín
a la candidatura de la que llegó
finalmente segunda, al ser
emplazado por esta última,
uno podría pensar que esta
actitud la perjudicaría al final
porque era probable
que muchos de los que
prefirieron a dicho candidato
aún después de conocerse
la razón de dicho cuestionamiento 
no estarían dispuestos a elegir
a la candidata que lo dejó en evidencia.

Es por ello que resulta extraordinariamente sorprendente,
o tal vez señal de la magnífica arremetida de la candidatura
que finalmente resultó derrotada el que haya obtenido
cerca de un veinte por ciento más de votos
con respecto al incremento que experimentó
la candidata ganadora, considerado
la diferencia de sufragios entre segunda y primera vuelta.

También sorprende 
(si es que a estas alturas algo sorprende)
que no sólo más de la mitad de universo electoral
no se presentó a votar en segunda vuelta,
sino que más de un millón de electores
(un millón, ciento y tantos mil...)
que sí lo habían hecho en primera vuelta
no se presentaron a votar en segunda instancia.

Tal vez esto explica el apelativo
que el columnista Carlos Peña
utilizó para graficar esta instancia decisiva.

No es la pasión lo que hizo converger
a un grupo tan amplio y disímil
en torno a la candidatura ganadora,
con un discurso ambiguo y evasivo,
en que se cuidaba de no desestabilizar
esta convivencia (más que matrimonio) por conveniencia,
sin un programa claro, y hasta con advertencias
(para no hablar de amenazas) de si no se cumplen
las expectativas anunciadas, se saldrá a la calle a reclamarlas.

Y, sabemos que la expresión pacífica y legítima
de un eventual descontento no es a lo que se teme,
sino esa especie de connivencia o acuerdo 
tácito entre los movimientos convocantes
y los exaltados y vándalos de siempre
que no creen en la democracia, que no van a votar,
que son minoritarios y que no sólo son tolerados
sino que implícitamente estimulados,
porque los medios les dan espacio en los noticieros
y así queda magnificado el efecto del descontento,
que no es posible expresar en las urnas.

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