Tribuna
Diario El Mercurio, Lunes 23 de diciembre de 2013
Asamblea constituyente y página en blanco
Álvaro Fischer: “...si se quiere cambiar la Constitución, es preferible acometer el camino de la reforma, incluso todas las veces que sea necesario, a pesar de los altos consensos que ello exige...”
La propuesta de modificar la Constitución mediante una asamblea constituyente, cualquiera sea la metodología para instituirla, lleva implícita la idea de comenzar con una “página en blanco”, como ha dicho el ex Presidente Lagos. En ese sentido, la asamblea constituyente es una fórmula distinta que recurrir al expediente de reformarla. Reformar la Constitución, aun en el caso de cambios fundamentales en su orientación filosófica, implica identificar aquellos elementos que requieran ser eliminados o agregados, así como aquellos cuya redacción necesite ser precisada o corregida, y luego proceder acorde. Incluso, si una vez terminado ese proceso se escribe una nueva Constitución, que armonice y pula los ripios de redacción que hayan quedado, la postura intencional tras esa reforma es muy distinta a la que se tiene cuando se instituye una asamblea constituyente.
En efecto, la “página en blanco” sugiere que todas las opciones están disponibles y que solo la creatividad y la imaginación de quienes compongan la asamblea es el límite para lo que su redacción contenga. Pero una Constitución es un documento cuyo contenido y redacción, por lo delicado de las consecuencias a que ella da lugar, requiere aprovechar todo el conocimiento y la experiencia acumulada disponible —tanto para utilizar las fórmulas que han probado servir y desechar las que han dado malos resultados, cualquiera sea la filosofía inspiradora como para escoger la correcta manera de redactarlas—, lo que una asamblea constituyente está lejos de garantizar. Piénsese, por ejemplo, en una asamblea constituyente compuesta por todos los concejales de todas las comunas del país, como ha sido sugerido.
Partir una nueva Constitución desde cero, como frente a un tablero de dibujo, o bien, reformar lo que hay mediante correcciones a los problemas que su aplicación haya revelado son metodologías muy distintas. La primera es creativa y la segunda es acumulativa. El filósofo Daniel Dennett ejemplifica ambos criterios en un contexto distinto. Supongamos, dice Dennett, que alguien desea ser congelado para reaparecer de nuevo el año 2500, y le encarga el diseño del proyecto a un conjunto de especialistas. Estos se ponen a pensar frente a “una página en blanco”. Necesitan una máquina donde instalar al mandante, con conexión a una fuente de energía externa que lo mantenga congelado y con vigilancia permanente que asegure que nada falle. Pero, una vez logrado eso, ¿cómo seguir de ahí al año 2500? ¿El dispositivo estará fijo o podrá moverse? Obviamente, debe tener la capacidad moverse. Y, ¿qué pasa si se le acaba la energía? Debe tener maneras de generarla y, eventualmente, intercambiarla con otras entidades que puedan ofrecérsela de maneras más eficientes. Las preguntas de ese tipo son interminables, como incontables son las situaciones posibles a las que habría que anticiparse para diseñarlo bien. Finalmente, los especialistas concluyen que esa máquina ya existe, y que fue construida por ensayo y error por medio de pequeñas modificaciones a través del tiempo. Es el genoma humano. Este es capaz de replicarse, pasando la misma información, salvo las modificaciones adaptativas que se hayan ido reteniendo, de una generación a otra. El genoma humano no emergió de una página en blanco, sino de un proceso de evolución por selección natural, acumulando diseño a su paso. Partir desde algún punto inicial y luego introducir correcciones siguiendo algún criterio de selección es la metodología que siguió la naturaleza para generar seres vivos, es la que ocupan las compañías en las sucesivas generaciones de productos industriales, es la manera como se acumula jurisprudencia o como se construye Wikipedia. La selección natural a veces genera problemas que marcan para siempre su diseño futuro, como el punto ciego de la retina o la deficiente separación entre la tráquea y el esófago. En cambio, la mente humana, que redacta constituciones usando un lenguaje simbólico, no tiene dificultad para extirparlos.
Comenzar una nueva Constitución desde una “página en blanco” es, por ello, una mala idea. Un grupo de personas elegidas en votación popular, entusiasmadas en un proceso creativo sin restricciones, que no tienen por qué considerar la enorme experiencia acumulada, pueden transformar la Constitución resultante en un gran obstáculo para la convivencia nacional y el desarrollo económico. De ahí que, si se quiere cambiar la Constitución, es preferible acometer el camino de la reforma, incluso todas las veces que sea necesario, a pesar de los altos consensos que ello exige.
Álvaro Fischer Abeliuk
En efecto, la “página en blanco” sugiere que todas las opciones están disponibles y que solo la creatividad y la imaginación de quienes compongan la asamblea es el límite para lo que su redacción contenga. Pero una Constitución es un documento cuyo contenido y redacción, por lo delicado de las consecuencias a que ella da lugar, requiere aprovechar todo el conocimiento y la experiencia acumulada disponible —tanto para utilizar las fórmulas que han probado servir y desechar las que han dado malos resultados, cualquiera sea la filosofía inspiradora como para escoger la correcta manera de redactarlas—, lo que una asamblea constituyente está lejos de garantizar. Piénsese, por ejemplo, en una asamblea constituyente compuesta por todos los concejales de todas las comunas del país, como ha sido sugerido.
Partir una nueva Constitución desde cero, como frente a un tablero de dibujo, o bien, reformar lo que hay mediante correcciones a los problemas que su aplicación haya revelado son metodologías muy distintas. La primera es creativa y la segunda es acumulativa. El filósofo Daniel Dennett ejemplifica ambos criterios en un contexto distinto. Supongamos, dice Dennett, que alguien desea ser congelado para reaparecer de nuevo el año 2500, y le encarga el diseño del proyecto a un conjunto de especialistas. Estos se ponen a pensar frente a “una página en blanco”. Necesitan una máquina donde instalar al mandante, con conexión a una fuente de energía externa que lo mantenga congelado y con vigilancia permanente que asegure que nada falle. Pero, una vez logrado eso, ¿cómo seguir de ahí al año 2500? ¿El dispositivo estará fijo o podrá moverse? Obviamente, debe tener la capacidad moverse. Y, ¿qué pasa si se le acaba la energía? Debe tener maneras de generarla y, eventualmente, intercambiarla con otras entidades que puedan ofrecérsela de maneras más eficientes. Las preguntas de ese tipo son interminables, como incontables son las situaciones posibles a las que habría que anticiparse para diseñarlo bien. Finalmente, los especialistas concluyen que esa máquina ya existe, y que fue construida por ensayo y error por medio de pequeñas modificaciones a través del tiempo. Es el genoma humano. Este es capaz de replicarse, pasando la misma información, salvo las modificaciones adaptativas que se hayan ido reteniendo, de una generación a otra. El genoma humano no emergió de una página en blanco, sino de un proceso de evolución por selección natural, acumulando diseño a su paso. Partir desde algún punto inicial y luego introducir correcciones siguiendo algún criterio de selección es la metodología que siguió la naturaleza para generar seres vivos, es la que ocupan las compañías en las sucesivas generaciones de productos industriales, es la manera como se acumula jurisprudencia o como se construye Wikipedia. La selección natural a veces genera problemas que marcan para siempre su diseño futuro, como el punto ciego de la retina o la deficiente separación entre la tráquea y el esófago. En cambio, la mente humana, que redacta constituciones usando un lenguaje simbólico, no tiene dificultad para extirparlos.
Comenzar una nueva Constitución desde una “página en blanco” es, por ello, una mala idea. Un grupo de personas elegidas en votación popular, entusiasmadas en un proceso creativo sin restricciones, que no tienen por qué considerar la enorme experiencia acumulada, pueden transformar la Constitución resultante en un gran obstáculo para la convivencia nacional y el desarrollo económico. De ahí que, si se quiere cambiar la Constitución, es preferible acometer el camino de la reforma, incluso todas las veces que sea necesario, a pesar de los altos consensos que ello exige.
Álvaro Fischer Abeliuk
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