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El eremita del Cerro Alvarado‏


El ermitaño de La Dehesa

En uno de los barrios más acomodados de la capital, en el límite entre Lo Barnechea y Vitacura, vive Ignacio Nelson Antipán. Un eremita que le hace el quite a la ciudad.  

por Sebastián Sottorff 
Diario El Mercurio, lunes 23 de diciembre de 2013

Antes de las autopistas, los condominios y el TAG. Antes de que La Dehesa fuera La Dehesa, con sus hermosas casas y sus pudientes vecinos, todo el vasto sector que rodea al cerro Alvarado, en el límite de las comunas de Lo Barnechea y Vitacura, era un gigantesco campo. Uno repleto de parcelas y sectores agrícolas que con el paso del tiempo se fue transformando en lo que es hoy: una de las zonas más acomodadas de la capital.
Y ahí, como un espectador silencioso, Ignacio Nelson Antipán (63) ha visto cómo la tierra le ha cedido espacio al pavimento y cómo es que el progreso, con sus cosas buenas y malas, lo terminaron relegando a la más completa soledad. Él es un ermitaño por opción. Uno que convive hace más de treinta años junto a los "paltones".
-Este lugar era completamente distinto y no había nada de lo que hay hoy. No había mansiones o autos caros. Es que las cosas han cambiado mucho y la gente está muy mala. En cambio, acá vivo tranquilo, sin riesgos de que alguien me pueda hacer un mal.
A su lado, un trío de perros no le pierde la pista. El Jaibón, el Teniente y el Pañuelo no se separan de su amo nunca y recorren junto a él el escarpado terreno donde este hombre instaló, hace tres décadas, su vida.
La casa, una mezcla de paneles de madera y tablones reciclados, mira hacia la Costanera Norte, antes del cruce con la avenida San Francisco de Asís. Está escondida entre las ramas y no tiene luz, agua ni baño. "Es que no necesito más", dice.
Según la encuesta Casen 2011, con un 0,1%, Vitacura es la comuna de Chile con la tasa más baja de pobreza. Lo Barnechea, en cambio, tiene un 10,3%.
Ignacio Antipán es parte de esa estadística. Él no lo sabe y tampoco le importa. Las cosas que suceden desde su cerro hacia afuera poco le interesan.
Del campo a la ciudad
Oriundo de Nueva Imperial, en la Novena Región, don Ignacio abandonó su ciudad natal para encontrar trabajo. Llegó a Santiago "con lo puesto" y se instaló como pudo en el cerro Alvarado. Vivió algunos años en el campamento Juan Pablo II, en la ribera opuesta del Mapocho, pero nunca se "halló".
-No fumo, no tomo, no trasnocho. Puro trabajo nada más y algunas personas pasaban tomando o haciendo mal. Nunca me acostumbré a las poblaciones. Si uno no da una chaucha, se ponen agresivos y acá estoy tranquilito, sin preocupaciones.
Aquí, sus únicos vecinos son una familia evangélica y un hombre que, como él, también vive solo. En construcciones tan frágiles como la suya, y con quienes, en todo caso, no comparte.
Se gana sus pesos como jornal en una construcción de Lo Barnechea y, consciente de que el lugar donde vive no es suyo, Antipán solo espera que pase el tiempo. En dos años más se jubila y el terreno que habita pronto será urbanizado. Con ello, su frágil hogar pasará a la historia.
-Van a hacer unos departamentos nuevecitos acá y yo apenas me jubile me devuelvo a mi tierra natal. Solo espero que me alcance el tiempo. Así que voy a tener que dejar el barrio alto no más. Dejar la vida de ricachón y largarme a mi tierra natal. Porque a mí nunca me ha gustado la ciudad.

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