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Claudio Naranjo: Cultivar el amor, la libertad y si es posible llegar a la sabiduría, cosas que son irrelevantes en la educación que tenemos hoy...

Aunque creció rodeado de intelectuales, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo tempranamente sintió que su búsqueda personal no encontraba respuestas en la sala de clases. En Berkeley, donde vive hace más de treinta años, se convirtió en guía espiritual. Hoy dedica sus días a formar educadores y a cambiar la mirada sobre el aprendizaje. "La gente no se da cuenta de que la educación que tenemos se está usando para reproducir que seamos malas personas".   

Por Pilar Navarrete. 

Diario El Mercurio, Revista Ya, martes 22 de abril de 2014http://diario.elmercurio.com/2014/04/22/ya/_portada/noticias/C036E911-B7C9-48A3-8924-9B763506BE6E.htm?id={C036E911-B7C9-48A3-8924-9B763506BE6E}Claudio Naranjo está a las afueras de Buenos Aires, sentado en una pieza. Frente a él tiene su computador, pero desde acá en Santiago solo se ve su cara a través de una videollamada por Skype. Es su única vía de comunicación por estos días en que realiza un retiro. Acaricia su barba blanca y frondosa, como de abuelo sabio, cada vez que se queda pensando en algo antes de responder. En unos días más el psiquiatra chileno, referente mundial de la psicología transpersonal, tomará un vuelo a Santiago donde viene a presentar dos charlas. En ellas repasará parte de su trayectoria, que lo alza como uno de los promotores del Eneagrama y gurú espiritual, pero también como un hombre que, tras encontrar su sanación personal, decidió abocarse a cambiar a nivel mundial la mirada que existe sobre la educación.



-La gente no ve lo perverso de la educación -advierte-. No se dan cuenta de que se está usando para reproducir una manera de sentir y de pensar muy problemática: está perpetuando el mal de que seamos como somos. Que seamos egoístas, materialistas, personas sin ideales. Que seamos personas sin solidaridad. Lo que necesitamos es una educación que nos haga trascender la mente patriarcal, para cultivar el amor, la libertad y si es posible llegar a la sabiduría. Cosas que son irrelevantes en la educación que tenemos hoy -comenta convencido.

Para llegar a esta nueva vocación, sin embargo, tuvo que pasar largos años buscando la brújula de su vida. Una historia intensa que todavía no ha resumido en ningún libro. Su autobiografía, dice, la viene escribiendo hace años. Pero a sus 82 años no tiene apuro en publicarla.

Nacido en Valparaíso en 1932, Claudio Naranjo fue el único hijo de una acomodada familia viñamarina. Su padre era el tesorero de la provincia. Un hombre muy popular en Valparaíso, a quien todos saludaban cuando caminaba por las calles y que, por su trabajo, tenía amistades en el mundo naviero, las que le sirvieron para conseguir más de una vez subirse gratis a un barco para emprender viajes por el mundo.

Su madre, Julia Cohen, era una pianista aficionada. Culta, aristocrática, refinada. Como admiraba a la gente de cierta estatura intelectual, y especialmente a los músicos, su casa era frecuentemente visitada por personajes famosos. A Claudio Arrau, que pasó una temporada dando conciertos en su casa, el psiquiatra chileno le debe su nombre. Sin embargo, esa ajetreada vida social de sus padres a Naranjo le fue lejana, porque a pesar de vivir en Viña del Mar lo enviaron internado al colegio MacKay, que por entonces funcionaba en Valparaíso. Allí creció. Era un niño tímido e introvertido.

-Era muy encerrado en mí mismo. Hablaba con monosílabos. Los demás me dejaban tranquilo, pero no tuve grandes amigos en el colegio. Yo creo que recibí el mensaje implícito de que si mi madre me mandaba al colegio era porque esperaba algo de mí. La forma de ganar su amor era distinguiéndome.

El sistema era tan severo que, asegura, pasó la mayor parte de su infancia caminando en círculos en un patio de cemento que había al medio del colegio, sin vista a ninguna parte.

-Por suerte de esa prisión me sacaron a los 11 años. Fue una gran liberación, un gusto insospechado tener tiempo libre, tener amigos afuera, una vida más espontánea, oír música por radio, todo muy distinto a lo que yo vivía en el colegio -recuerda.

Una vez fuera del internado, subió a un barco para partir junto a su padre rumbo a Nueva York, donde se encontraba su madre. Como pasó meses fuera de Chile, perdió un año de clases.

-Fue lo que más marcó mi adolescencia, porque para mí ese viaje fue como conocer la vida. Me di cuenta de que el colegio era como un robo en la vida: que a uno lo absorbían llenando la cabeza con información, cuando uno debiera estar teniendo una vida más rica en el mundo de las relaciones humanas. Por eso, siempre agradecí que mi padre me dejara perder ese año de colegio.

De regreso a Chile, debió prepararse para volver al ruedo, esta vez en Santiago, en The Grange School. Para nivelar sus estudios, su padre llamó a un antiguo compañero de colegio que se dedicaba a apoyar a estudiantes ad portas de los exámenes. Él, asegura Naranjo, marcó profundamente su adolescencia.
-Lo llamaban el loco Valdés, porque le interesaban cosas como la homeopatía, la filosofía, la medicina natural, el yoga. Me enseñaba lo que había que enseñarme para los exámenes, pero sobre todo me hablaba de sus intereses, cosas que me llamaban la atención profundamente. Era un buscador y me traspasó ese sentir de que había algo trascendente que no se explicaba en palabras.

-¿Esto tiene que ver con la mirada que tiene hoy sobre la educación?

-Sí. Siento que le falta el aspecto afectivo. Hay un aspecto ético en esta educación, pero moralista, que se basa en "esto harás", "esto no harás". La validez de esos códigos en la filosofía está pasada de moda. Hoy la educación debería ser una educación para la virtud, no una educación normativa, donde uno se sienta bien consigo mismo porque hace el bien, pero no obligado por un código que le ordena ser bueno. El mundo va a cambiar cuando las mayorías sean criadas de otra manera. El mundo está economizado de sobremanera, no piensa en otra cosa que el dinero. Cuesta mucho tener vidas verdaderas cuando sobrevivir cuesta tanto. Vivimos como en un estado de emergencia que nos hace más pequeños y menos solidarios.

Fue una conversación con Humberto Maturana, quien al igual que él veraneaba en Quilpué, la que llevó a Claudio Naranjo a estudiar Medicina.

-Pero una vez adentro, la carrera empezó a resultarme decepcionante. Me fui dando cuenta de que yo no tenía tanta vocación médica. Sentía que era un buscador que quería entender algo más profundo sobre la vida, pero en clases solo aprendía cosas para el ejercicio de la medicina.

Luego descubrió el psicoanálisis y se sometió él mismo a terapias, pero al poco tiempo se sintió desilusionado. No era una terapia que lograra sanarlo de sus propios dolores. Tuvieron que pasar varios años más para que Naranjo sintiera que había encontrado su lugar en el mundo. Ocurrió a fines de los 60. Para entonces, dirigía el Centro de Estudios de Antropología Médica (CEAM) -un espacio al interior de la Facultad de Medicina que buscaba que los estudiantes no se deshumanizaran mientras aprendían anatomía, fisiología, histología- y se estaba perfeccionando en Estados Unidos. Tras una estadía en Harvard, aterrizó, becado, en la Universidad de California en Berkeley.

-Por primera vez en la vida me encontré en un oasis de gente como yo. Yo era un buscador y me encontré en la meca de los buscadores. Entonces me sentí en casa, como nunca me había llegado a sentir en Chile.

En Berkeley se conectó con el mundo más holístico. Recuerda que era común escuchar hablar de los monasterios en Japón y por primera vez conoció a gente que practicaba la meditación zen. En California, también descubrió Esalen, un centro de educación alternativa ubicado en Big Sur, al sur de San Francisco. Uno de sus directores era Fritz Perls, el creador de la terapia de Gestalt. Naranjo se convirtió en su mano derecha.

Seguía en Berkeley -donde ha vivido las últimas tres décadas- cuando recibió una carta de su amigo, el fotógrafo Sergio Larraín, quien desde Chile le contaba emocionado que había conocido a un chamán boliviano llamado Óscar Ichazo.
-Me escribió: "No te preocupes de cerrar la puerta de tu casa: vente inmediatamente y no te preocupes de nada, porque lo que estás buscando, lo encontrarás aquí" -recuerda Naranjo.

Entonces el psiquiatra optó por seguir su recomendación.

En Chile, Naranjo decidió aceptar la invitación de Ichazo a participar en un retiro de varios meses en Arica. La idea era, a través de una peregrinación en el desierto, lograr el autodescubrimiento.

Lo que no sospechaba es que este retiro lo rescataría: pocos meses antes de partir, en marzo de 1970, su hijo Matías de 11 años murió en un accidente de auto.
-Ese día había un picnic en los cerros de Big Sur, una ceremonia de tambores en torno al fuego, que habían organizado las personas que iban a unirse al retiro con Óscar Ichazo el año venidero. A mí me correspondía estar ahí pero no fui porque estaba en el funeral de Fritz Perls. A la vuelta de la ceremonia donde lo despedimos, sentí una gran angustia. A las tres de la mañana sonó mi teléfono. Llamaba la policía para avisarme que mi hijo había muerto. Iba con mi segunda esposa y sus dos hijas cuando cayeron por un barranco. Solo él murió.
Destruido por la pérdida, Naranjo partió a Arica. Por las mañanas, hacían un trabajo físico, movimientos corporales donde controlaban la respiración para armonizar mente, cuerpo y alma. Al final del día eran las reuniones con Ichazo, quien iba aplicando a los participantes el Eneagrama (un sistema que identifica nueve personalidades para facilitarles a sus seguidores el autodescubrimiento). Así fue como Naranjo aprendió a aplicar esa herramienta.

-La pérdida de mi hijo gatilló un dolor tan profundo que nunca había sentido en mi vida, pero ese dolor se transformaría en una presencia de mi hijo, en un sentir que estaba conmigo más de lo que yo lo había logrado sentir presente cuando estaba vivo. En Arica sentí que tenía que justificar su muerte con mi renacimiento espiritual. Tenía que darle sentido a su partida.

De regreso en Berkeley, armó un grupo al que le enseñó sus técnicas.

-Muchos decían qué lástima que Claudio se volvió gurú. A la gente le parecía raro que yo me hubiese vuelto un maestro espiritual. Mucha gente del mundo de la psicología no es creyente de nada espiritual, pero yo hablaba como una persona que se ha encontrado con Dios, ¡y así era! Me había encontrado con Dios en el retiro. Se me abrió la capacidad visionaria. La capacidad mística. Me volví místico.
Durante tres años, Naranjo trabajó como guía espiritual. Entonces, dejó de sentirse motivado. Volvió a escribir, enseñar, y hacer talleres. En eso estuvo 20 años en los cuales se hizo conocido en otros países, hasta que a fines de los años 80 recibió desde España la invitación a hacer un curso para formación de terapeutas. Sus talleres se llenaron de estudiantes de psicología y de profesionales europeos de la psicoterapia.

-Entonces, me pareció que estaba perdiendo el tiempo -confiesa al otro lado del computador.


 Ese nuevo desencantamiento coincidió con la invitación a participar en un congreso de educación en Catamarca, Argentina, cuya apertura hizo el filósofo español Fernando Savater.

-Ahí me dije: ¿qué hago yo guiando a los terapeutas cuando es a los educadores a quien yo debería formar, para humanizarlos y que no estén como loros repetidores entrenando a la gente para pasar exámenes y, en cambio, transmitan valores?
Dice que ese fue un giro crucial en su vida.

-Desde entonces, me fui transformando cada vez más en un militante por un cambio en la educación.

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