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La alegre soledad del corredor de fondo - una tradición emparentada con la agonía y el éxtasis‏



ÓSCAR CONTARDO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 13 DE ABRIL DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/04/13/OSCAR-CONTARDO/TIERRA-DE-CORREDORES/1924082

Tierra de corredores


En un cuento del inglés Alan Sillitoe un adolescente internado en un reformatorio logra torcer brevemente su destino cada mañana. Las autoridades de la institución lo dejan salir todas las madrugadas a correr por los alrededores para entrenarse. El chico tiene condiciones de atleta. En el cuento, llamado La soledad del corredor de fondo, el narrador describe la sensación que le provoca correr: “A mi alrededor todo está muerto, pero para bien, porque está muerto antes de cobrar vida siquiera”. Eso que describe el personaje de Sillitoe es algo parecido a la libertad.
El corredor de fondo es un invento contemporáneo. Nació con la resurrección de los Juegos Olímpicos y la recreación de la gesta del soldado ateniense Filípides -aquel que corrió hasta caer muerto para anunciar la derrota persa- en plan deportivo. Es una prueba multitudinaria, pero a la vez, particularmente solitaria: el deportista transforma la prueba en una suerte de experiencia mística, con una contención casi monacal del ritmo del trote y la respiración. Más que el derroche de fuerza o el despliegue de energía, el corredor de fondo ejercita concentración y voluntad.
La prueba del maratón debería tener un sentido especial para nosotros: fue en esa competencia en la que Chile, representado por Manuel Plaza, logró su primera medalla olímpica. Una que pudo ser oro si no hubiera sido por una pequeña equivocación de ruta. No fue la única competencia en la que el suplementero Plaza fue figura: durante la segunda década del siglo XX dominó los campeonatos de atletismo del continente corriendo. Su entrenamiento había sido nada menos que el trabajo que desempeñaba cada mañana repartiendo periódicos por Santiago. Casi un siglo después, el documental El Corredor, de Cristián Leighton, reconstruyó la vida de Erwin Valdebenito, un funcionario público que mantiene una vida paralela a su rol de burócrata: es un consumado maratonista. Tal como Plaza lo hizo a principios de siglo, Valdebenito aprovecha su trabajo para entrenar. En lugar de trasladarse en automóvil o micro desde su casa en San Bernardo hasta su oficina en el centro, cada mañana se levanta de madrugada y corre: por la berma  de la Panamericana, por la calzada de San Francisco, por la vereda de Compañía.
La gesta diaria de Valdebenito dejó de ser una rareza en Santiago a partir de los 90. Fue a fines de esa década que comenzaron las primeras corridas callejeras en una ciudad poco acostumbrada a esa clase de competencia ni gran cultura deportiva callejera. En 1998, una empresa de cosméticos realizó una carrera en el centro de Santiago para reunir fondos y crear conciencia sobre el cáncer de mamas. La convocatoria era para mujeres, en su mayoría trabajadoras. Llegaron cinco mil personas. “Los ejecutivos norteamericanos de la empresa estaban impactados por la concurrencia, nosotros aún mas”, cuenta Maya Khamis, una de las organizadoras de la primera experiencia de este tipo. En adelante, cada vez más, los corredores de fondo se multiplicarían en esta capital.
El éxito del Maratón de Santiago, que convocó a 25 mil personas compitiendo la semana pasada, es una señal más del ánimo de los capitalinos por vivir en comunidad la alegre soledad del corredor de fondo y hacer de la ciudad un territorio propio, un testigo de su voluntad, algo que gracias a Manuel Plaza podríamos considerar una tradición emparentada con el triunfo, eso que tanto nos cuesta conseguir.

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