por Beltrán Mena
Diario El Mercurio
Domingo 30 de abril de 2006
¿Se volverá la lectura un juego de eruditos, una actividad inofensiva, financiada por los bancos, como la ópera? Es posible que no se escriba ya más y que el analfabetismo reinante sea sólo el síntoma de algo más profundo: no se necesita leer. El libro puede estar muerto y quizá los que hoy leemos, los paladines del libro, seamos, como la pareja engañada, los últimos en enterarnos.
No debemos olvidar que hablar es un instinto, el más abandonado de los niños abandonados aprende a hablar; la escritura, en cambio, es un artificio cuyo dominio toma años de tedioso entrenamiento. Nos obliga a conectar ojo, lengua y oído a través de forzados circuitos: "la pe con la a, pa", sílaba por sílaba, por años. No fue fácil, aunque lo hayamos olvidado.
La chica introvertida que se alejaba de la fiesta y oculta al fondo del jardín escapaba a lomos de una novela, o el muchacho oscuro que alternaba sorbos de la copa con furtivas lecturas de su volumen de Goethe, como el poeta Cendrars, que sólo se distinguía de sus amigos delincuentes por el librito de Villon que llevaba en el bolsillo... ese lector, digo, esa manera de leer, surgió hace apenas 300 años y es posible que sólo haya durado 300 años.
La lectura es un músculo, y así como cada uno tiene sólo la musculatura que necesita, así sólo entrenamos la lectura hasta dónde nos es útil. Es posible que la escritura vuelva al lugar de donde partió: una tecnología en manos de los que deciden, sacerdotes caldeos o egipcios, economistas o ingenieros de transporte; para ellos el concepto difícil por escrito. Para el ciudadano consumidor, baste la palabra hablada, la imagen y breves textos: "No virar izquierda", "Curicó 32 Km", "Suspendido por lluvia".
¿Se volverá la lectura un juego de eruditos, una actividad inofensiva, financiada por los bancos, como la ópera? Es posible que no se escriba ya más y que el analfabetismo reinante sea sólo el síntoma de algo más profundo: no se necesita leer. El libro puede estar muerto y quizá los que hoy leemos, los paladines del libro, seamos, como la pareja engañada, los últimos en enterarnos.
No debemos olvidar que hablar es un instinto, el más abandonado de los niños abandonados aprende a hablar; la escritura, en cambio, es un artificio cuyo dominio toma años de tedioso entrenamiento. Nos obliga a conectar ojo, lengua y oído a través de forzados circuitos: "la pe con la a, pa", sílaba por sílaba, por años. No fue fácil, aunque lo hayamos olvidado.
La chica introvertida que se alejaba de la fiesta y oculta al fondo del jardín escapaba a lomos de una novela, o el muchacho oscuro que alternaba sorbos de la copa con furtivas lecturas de su volumen de Goethe, como el poeta Cendrars, que sólo se distinguía de sus amigos delincuentes por el librito de Villon que llevaba en el bolsillo... ese lector, digo, esa manera de leer, surgió hace apenas 300 años y es posible que sólo haya durado 300 años.
La lectura es un músculo, y así como cada uno tiene sólo la musculatura que necesita, así sólo entrenamos la lectura hasta dónde nos es útil. Es posible que la escritura vuelva al lugar de donde partió: una tecnología en manos de los que deciden, sacerdotes caldeos o egipcios, economistas o ingenieros de transporte; para ellos el concepto difícil por escrito. Para el ciudadano consumidor, baste la palabra hablada, la imagen y breves textos: "No virar izquierda", "Curicó 32 Km", "Suspendido por lluvia".