SEBASTIÁN SICHEL, DIARIO LA TERCERA, JUEVES 24 DE ABRIL DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/04/24/SEBASTIAN-SICHEL/FIN-DEL-COMPLEJO-DE-LOS-REFORMISTAS/
Fin del complejo de los reformistas
En el Chile post Piñera existe consenso de la centroizquiera sobre la necesidad de realizar reformas profundas en al menos tres áreas: tributos, educación y sistema político. Pero una nueva épica se ha encargado de señalar arbitrariamente que esas reformas ya tienen contenidos predefinidos para el imperio del bien: reforma tributaria implica aprobar lo que hay, educación significa terminar con el sistema de provisión mixta y nueva Constitución supone asamblea constituyente. Y si no estás con esos contenidos, eres un potencial estorbo para que dichas reformas sucedan.
Ignacio Walker hace unos días señaló que “nosotros no somos parte de una manada, de un ganado, tenemos un punto de vista, entonces la DC… va a hacer ver y valer su punto de vista (…) en cada una de estas reformas”. A las pocas horas Osvaldo Andrade le respondió: “he tenido piedras en el zapato más grandes”. El derecho a opinar, aportar o disentir en una coalición política transformado en obstáculo y no como una oportunidad para las reformas.
La clave del éxito de quienes han fijado está nueva beatería de lo correcto- siguiendo a Lakoff-, está en que han sabido “enmarcar el debate”: mejores reformas implican hacerse cargo de su fórmula de solución. Su triunfo -redes sociales y algunos movimientos sociales mediante- fue amplificar la idea de la decepción de los chilenos en cuanto a lo avanzado hasta ahora.El relato está enmarcado en una potencial crisis respecto al Chile actual y un triunfo evidente de la Nueva Mayoría y su programa debido a esa decepción. El programa seria un remedio ante esa enfermedad: decepción y programa serian causa y efecto. Y las formulas de solución a estas reformas -no incluidas en el programa-, una conclusión obvia.
El silogismo es casi perfecto: hay una crisis y un programa, ergo hay un contenido de reformas que arreglan dicha crisis. Una casa que se debe derribar para construir una nueva. Ahí se encuentra el pecado de origen, pues es válido compartir reformas y programa, pero no necesariamente el diagnóstico, ni las soluciones; y por lo mismo, las modificaciones concretas que deben y merecen ser debatidas para perfeccionarlas. Esa es la esencia de una coalición política.
Una de las grandes oportunidades que tiene la Nueva Mayoría es descubrir que en su seno no hay verdades reveladas ni fórmulas perfectas. Eso es parte del reencuentro de los 80: se pueden lograr reformas profundas en el acuerdo. Para eso es necesario no sólo aceptar el disenso, sino darle cauce institucional para provocar las reformas. Si antes el inmovilismo nacía del consenso -sólo se avanza en lo que estamos todos de acuerdo-, ahora puede emerger del disenso -sólo se avanza en lo que los dueños del progresismo estemos de acuerdo-. Eso es lo que hay que evitar.
El mérito de que reaparezca un reformismo sin complejos -representado por sectores DC, cercanos a Velasco y liberales progresistas- es dejar de creer que es pecado o se atenta contra el progresismo, si se incluyen en el debate las medidas necesarias para mantener el crecimiento en materia económica, la cobertura y libertad en educación, y la gobernabilidad en materia política.
Esto, a la par de aumentar la capacidad del Estado, evitar la discriminación, mejorar la calidad en educación, y mejorar la competencia y participación en política. Y aunque algunos sientan que opinar esto es una piedra en el zapato, es la esencia de quienes se sienten parte de una centroizquierda moderna y sin complejos, y no de un ejército.
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