El hombre que no tiene cara
-impenetrable e inexpresivo-
convertido en narcisita,
¿a quién ve cuando se mira al espejo?
Escoge una máscara
para cada ocasión
y la vanidad de su ego
es reflejo de la ausencia
de un mundo interior.
Necesita de la manipulación
para provocar admiración
-o temor- en el resto
para mantenerse vivo.
Si le están vedados
el honor y la gloria,
se aferra al poder
con dientes y uñas
con mentiras, trampas y cuñas.
Todo es válido
el horror y el dolor
antes que enfrentarse
con la verdad verdadera:
la falta de sentido, esa nada
compuesta más de tinieblas que de luz.
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