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La vida se comprende generosamente y desde muchas perspectivas...‏



Para intentar comprender algo 
se necesita más de una perspectiva.
Se necesita entenderla de varias maneras
desde múltiples perspectivas.
La capacidad de abstracción,
de poder reconocer un árbol
no importa que estemos contemplando
un cedro del Líbano o un plátano oriental,
un quillay, un peumo, o un ciprés de la cordillera,
una araucaria, un roble o un cerezo en flor,
o incluso un dibujo sencillo y muy simplificado
realizado por un niño en un jardín infantil.
Se requiere de múltiples perspectivas
para abstraer de dicha diversidad un concepto.
Especialmente si queremos elevar la mirada 
y contemplar un poco más allá de lo que resulta obvio.
Desde donde estoy escribiendo, 
tengo al cerro Manquehue al frente
y al cerro Plomo a mi extremo derecho.
El otro día desde el aeropuerto podía
contemplar el cerro Manquehue
desde una perspectiva totalmente diferente
y situado a la derecha del cerro Plomo.
Creo que algo de eso ocurre
cuando se reduce la política
a posiciones irreconciliables
de derecha e izquierda.
Se necesitan no sólo de dichas miradas
sino que de muchísimas más,
y es necesario profundizar dicha visión
y estructurarla al punto que derive
en algo que conforme una visión
del mundo para proponerla a los demás,
para confrontarla con otras,
para perfeccionarla constantemente
y así, ir construyendo con los demás
caminos viables para una sociedad
más sana, más inclusiva, más justa
y también más imaginativa, más alegre,
más creativa, más plena.
Si ambas (y otras) buscaran el bien,
respetaran la dignidad del ser humano,
el valor de la vida, la libertad y la justicia
y una cierta mirada compasiva y misericordiosa
hacia la condición humana, su fragilidad
así como sus limitaciones y posibilidades,
tal vez los énfasis en las políticas públicas
de aprender de la experiencia e intentar
administrar de forma eficiente y proba
los recursos del Estado, no significaría
que habría que sacrificar valores
ni que fuese necesario poner menos acento
en contribuir a brindar una sociedad
de oportunidades para todos,
para que nadie quede excluido
e incentivando el aporte de cada cual,
no sólo respetando su diversidad
sino valorándola como una riqueza.
El poder como un fin,
sobre todo el pretender perpetuarse en él,
no solo es un error, es una tragedia,
que desvía del fin que a todos nos debería
motivar: la búsqueda del bien común.
Hay momentos para la acción
y momentos para la reflexión.
Y no se contraponen,
pueden coexistir,
aunque hay épocas
en que el énfasis en la vida
que puede ser que
predomina uno sobre el otro
sin olvidar que son más bien
dos caras de una misma moneda.
La Madre Teresa de Calcuta
que pasaba todo el día
en las barriadas más pobres,
aliviando el dolor,
asistiendo a moribundos,
alimentando y sonriendo a los niños,
escuchando a todos y enseñando
con el ejemplo, se consideraba
una monja contemplativa.
Esto es porque pasaba 
desde la madrugada,
largas horas en Adoración
frente al Santísimo
y después de la Eucaristía
salía a las calles de Calcuta,
a la busca de los Cristos, 
para aliviar sus calvarios.
«Cada vez que hagáis algo
por estos, los más pequeños,
a mí me lo hacéis».
Una mirada generosa,
de verdadero servicio público,
más que de servirse del aparato estatal,
para medrar y prosperar uno
y sus correligionarios, amigos,
o compañeros de coalición circunstancial,
desvía no sólo recursos necesarios
para los que verdaderamente 
lo necesitan y para los que debiera
estar reservados, sino que al ser
capturado por operadores políticos,
por maquinarias de poder,
justificándose con eslóganes
que no son más que falacias
que prolongan el error
e impiden el progreso 
por décadas y hasta centurias,
prolongan el sufrimiento de muchos
ante la insensibilidad de los administradores
del poder encerrados en sus propias obsesiones,
rencillas, pugnas y ambiciones insaciables.
Todos nos equivocamos,
y lo hacemos más que nunca
cuando creemos que una determinada
posición política está siempre en lo correcto,
que el adversario es siempre el enemigo a vencer,
y que está siempre equivocado,
sin cuestionarnos nunca,
cuánto de verdad hay en su posición,
o cómo y cuánto de su planteamiento
nos interpela y desnuda las falencias
en nuestra postura, tal vez incluso,
no en temas de principio,
pero sí en la forma en que
se plantean las soluciones.
Es inevitable reducir la realidad,
nadie es capaz de introducir
todos los factores en un mundo
complejo y cambiante,
ponderarlos en su justa medida
y proponer la solución óptima
para cada problema.
Pero el hecho de que
recurramos a dicha reduccionismo,
y obtengamos un eventual logro circunstancial
en políticas basadas en dichos supuestos,
no nos deben hacernos olvidar nunca,
que estamos parados sobre bases limitadas
que hay que revisar permanentemente,
porque no tienen por qué ser aplicables
a problemas distintos, si las condiciones
iniciales o cómo evolucionan, difieren
de los casos exitosos.
Un debate que no pierde el norte
de buscar siempre el bien del país
y comprende cómo éste 
se inserta en la realidad vecinal 
y como aporta a equilibrios
que favorezcan el bienestar
en todo el mundo
(vamos todos en la misma nave),
limitando su visión a horizontes
eleccionarios inmediatos
o ventajas  de corto plazo,
careciendo la vision de verdadero estadista
que contempla los heridos tras las batallas
y observa las huellas no deseadas
o externalidades que nosotros mismos
y nuestros descendiente sufrirán a causa
de estas desafortunadas decisiones
motivadas por fines mezquinos,
actitudes soberbias e irresponsables,
maquinarias de poder e inercias burocráticas
capaces de anular, por la vía de la sobrerregulación 
la capacidad de iniciativa, o de favorecer
a otros grupos de poder (económico, mediático,…)
impidiendo que los sectores más desposeídos
puedan salir de su condición de miseria, violencia y pobreza.
Hay muchos otros aspectos a considerar
que frecuentemente se ignoran o desprecian.
A la naturaleza no se le puede engañar.
Seguimos formando parte de ella,
aunque hayamos sido capaces
de alterar aspectos sustanciales de ella.
El que tengamos capacidad
para intervenir el genoma,
no quiere decir que podamos
controlar las consecuencias
de dicha alteración en forma masiva.
La búsqueda de la felicidad individual
a nombre de la libertad o de otro principio
fundamental, no justifica desestabilizar
un pilar fundamental como la familia
o considerar a otro ser humano inocente
como un estorbo que hay que eliminar.
La felicidad es una búsqueda
que la hacemos en conjunto,
y no se obtiene a costa de los demás,
sino que parte de ella, su plenitud
se alcanza, cuando no queda 
nadie postergado.
Todos nos vamos a morir un día,
más temprano que tarde,
y cuando llegue el momento,
sabremos si hemos realmente vivido.
¿Cómo saberlo?
Por la generosidad cómo se ha vivido.
Cuando nos percatemos que lo único
que nos llevamos de este mundo,
es lo que hemos dado, y cómo hemos 
regalado nuestro tiempo a los demás, 
como hemos 'perdido' esta vida, 
para ganarla eternamente.

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