Si nos dijeran que al frente tenemos al político perfecto, al sin defectos, al inmaculado, saldríamos arrancando. Huiríamos despavoridos ante el monstruo. Porque sólo un replicante a lo Blade Runner , lleno de cables y circuitos, podría intentar engañarnos. Las personas de carne y hueso, los humanos verdaderos, no. Defectos tenemos todos, y nadie ha sostenido que los políticos puedan quedar al margen de esa condición.
A su vez, ineptos hay en todos lados, pero resulta poco razonable calificar así a quien simplemente tiene defectos. Es fácil hacerlo desde Gran Bretaña, claro, donde ya ha quedado en evidencia -gracias a la polémica sostenida por su embajador- que todos son eficaces y perfectos. Y es sencillo hacerle eco a esa crítica desde Chile, protegidos por la oficina rectoral, cuando se ha alcanzado un aura a lo Voltaire.
Lo complicado es ser político de actitudes coherentes durante cuatro u ocho años; lo difícil es ser columnista responsable, semana a semana. Responder. Porque aunque los defectos salten a la vista, ellos no transforman en ineptos a sus portadores.
No es inepta la ministra que se ufana de su inteligencia y de su agresividad -condiciones que no se llevan bien entre ellas-, pero que sí muestra un evidente defecto de sensibilidad al dirigir sus notables capacidades intelectuales a la agresiva proposición del aborto supuestamente terapéutico.
No es inepto el vicepresidente socialista que exhibe pinta top y razonamientos propios del prestigio médico, pero que analizadas sus obligaciones de marcar tarjeta partidista, resulta no haber cumplido ni de lejos con el mínimo de sus compromisos. ¿Defecto de metrosexual?
No es inepto el presidente del partido aliancista que utiliza el humor coloquial y la tradición campechana para defender los grandes bienes morales y culturales de los chilenos, pero que cuando tiene que proponer a un candidato de su partido para la presidencia, promueve justo al que tiene cero interés en esas materias. No es inepto, pero muestra el defecto de las jaleas: muy pocas proteínas.
No es inepto el ex presidente del Senado que por años se autoproclamó defensor de los débiles, pero que lleva acumulados ya media docena de actos defectuosos a favor de su propio capital, tanto del simbólico como del otro, al punto de que se duda si es de verdad senador o sólo operador.
No es inepto, sino simplemente un hombre muy variable -voluble, quizás- el ministro aquel que siempre explica por qué ha cambiado, cómo votaría ahora, cómo supuestamente estaría pensando su mentor ya asesinado, en fin, el ministro que presenta el defecto de querer ponerse siempre al día, olvidando que dentro de menos de dos años, el día podría dejarlo atrás.
No es inepto el presidente del partido concertacionista que ha tomado el acordeón por símbolo (Grosman afirma que era el instrumento que podía tocarse sin riesgos en un camión militar en movimiento), lo que le permite abrirse bien a la derecha y dar tonos graves, o expandirse ampliamente a la izquierda y sonar bien agudo. O sea, desafinar continuamente, lo que es sólo un defecto, no la ineptitud completa.
Que cada político responda de sus defectos.
Pero, y los columnistas, ¿somos inmunes? De ninguna manera. Para no caer en la ineptitud, tendríamos que corregir continuamente estos posibles defectos: callar ante el erróneo o injusto comportamiento ajeno; afirmar sin fundamentar; polemizar sin reconocer los errores propios; ignorar la crítica de los lectores; guiarnos por afiliaciones personales.
Cualquiera de esos defectos es tanto o más grave que los exhibidos por los políticos. Unos y otros, a corregirnos.
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