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La libertad de elegir perplejidades...‏



Mientras leía acerca de la reforma tributaria,
volví a Pierre Jacomet 
y su libro «Un viaje por mi biblioteca»
(Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 2000)

Extracto:

No aceptar jamás que existen ni las guerras santas,
ni que los impuestos son justos, 
ni creer en la justicia sólo porque existe la ley.

Una cosa es obedecer y otra es que aclamemos
a los que detentan el poder o pretenden alcanzarlo.

Uno puede entender que la gente acepte
la violencia que deriva del ejercicio del poder,
porque sin la policía no existiría la sociedad;
pero que, además de obedecer, 
haya que aclamar es simplemente absurdo.

El poder es siempre militar (Alain en Propos)
y 'las acciones de guerra
adoptan el perfil de la contigencia' 
(De Gaulle  El filo de la espada).

Se impone incluso en las urnas, 
donde quedan depositados 
no sólo los cadáveres
de las candidaturas perdedoras,
sino muchas de las promesas del político
que sólo comprometen al ingenuo que las cree.

A Alain, dice Jacomet,
le gustaría que el ciudadano fuera inflexible
en su intelecto, armado siempre de desconfianza,
dudando siempre de los motivos del jefe
y demás autoridades e individuos con poder.

El hecho es que si el poder
no impone obediencia,
deja de ser poder.

Si el ciudadano no entiende
ni aprueba este mecanismo
poderoso e implacable,
no existe más el orden
que protege nuestra libertad.

Es paradójico, es penoso, es inevitable.

La lectura ayuda a construir un cimiento
que permite opinar con la razón,
no sólo con las emociones.

Y si estamos a merced de ellas
se podría decir que 
no existe individuo 
que no sacrifique la justicia
en pos de sus pasiones.

Como decía Oscar Wilde,
"puedo resistir cualquier cosa,
excepto la tentación".

Y la tentación del poder es irresistible.

La lectura, en cambio, quizá 
estimule un pensamiento propio
despojado de formación académica
y privilegie la reflexión informada 
por sobre clisés escolares y universitarios,
cuyos métodos de cincelado cerebral
son diseñados por estratos sociales
-o países- que detentan el poder.

Sin verdadera lectura no puede haber democracia.

Los pocos que puedan resistir la seducción audiovisual 
conservando sus soportes esenciales de pensamiento,
base de la estructura individual, conservarán el libre albedrío.

Sólo éstos podrán moverse en un espacio conceptual y creativo,
pasando por el significado y las palabras, es decir la lectura.

La peor opinión es la opinión pública. (Chamfort)

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