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Me voy lejos, padre


    Revista Qué Pasa, miércoles 30 de julio de 2014

    http://www.quepasa.cl/articulo/guia-del-ocio/teatro/2014/07/249-14906-9-me-voy-lejos-padre.shtml
    Lo primero es un muro de adobe y tres figuras humanas, quietas como lagartijas bajo el sol. Lo primero es el silencio, dos sombreros mexicanos que cubren las caras de quienes los llevan puestos, un hombre que parece la sombra de sí mismo, la textura rasposa del muro de adobe y una luz anaranjada que filtra los ecos del desierto. Luego viene el desgarro en las voces de los hombres de los sombreros: cantos como aullidos lanzados al aire, que hablan de malos amores y otras desgracias. Recién entonces entran de lleno las palabras: “Me voy lejos, padre. Por eso vengo a darle el aviso”. Es el hombre de pie, el hijo, quien inicia el breve diálogo al que asistiremos en Paso del Norte, el cuento de Juan Rulfo que el director chileno Cristián Plana lleva a escena por estos días en el Teatro La Memoria (con coproducción de Fitam). La historia es simple: el hijo (Moisés Angulo) le dice al padre (un deslumbrante Rodrigo Pérez, acompañado por Felipe Vásquez en la voz, bajo el otro sombrero) que se va al Norte a buscar trabajo, porque ya no aguanta la miseria. Le encarga que cuide a su mujer y a sus hijos. Y aprovecha de sacarle en cara que no le haya dado herramientas para salir adelante en la vida. “Nomás me trajo al mundo al averíguatelas como puedas”, reclama el muchacho. Pero el padre lo ve como un estorbo, y dice lo suyo: “Lo que pasa es que eres tonto. Y no me digas que eso yo te lo enseñé”. Es un diálogo en sordina, que parece contener siglos de miseria y desamparo. Plana no sólo resucita la belleza del texto original, su oralidad lacónica sostenida en el murmullo, sino que recrea la atmósfera rulfiana con un trabajo visual que a estas alturas es también un sello propio. Aquí importan los gestos, las pausas, el tono de las palabras, la mano que tiembla, la varilla con la que el padre tantea el cuerpo del hijo. Y luego importará la apertura de esa escenografía y su conversión en una suerte de antro iluminado por neones, a lo Twin Peaks, donde se respira la muerte. Y de nuevo el padre y el hijo, ahora como una aparición fantasmal en su páramo de origen. Lo que importa en los montajes de Plana, a fin de cuentas, es el despliegue simbólico del lenguaje; la enorme fuerza plástica que es capaz de activar y que convierte sus trabajos en piezas únicas. Paso del Norte es una obra de ese universo que no hay que dejar pasar. 

    “Paso del Norte”, de Cristián Plana. Hasta el 23 de agosto en el Teatro La Memoria.

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