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La política pasa la cuenta

HÉCTOR SOTO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 3 DE AGOSTO DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/08/03/HECTOR-SOTO/LA-POLITICA-PASA-LA-CUENTA/


Fue tanto el desconcierto entre los viejos tercios y tan bajas las expectativas que generó en su momento el nombramiento de Rodrigo Peñailillo al frente de la cartera de Interior, que con el correr de los meses el ministro ha pasado de ser rostro visible de los nuevos tiempos a la condición de estrella emergente de la política chilena.
Peñailillo tiene -y lo tiene de sobra- el primer insumo que un ministro del Interior necesita para funcionar: la confianza presidencial irrestricta. Se la ganó con gran discreción, mucho trabajo y absoluta lealtad a Michelle Bachelet. Llegó a ella no por recomendación de los partidos, sino por sí mismo, y se diría que del cambiante entorno que ha rodeado a la Mandataria en la última década es posiblemente quien mejor la ha entendido en sus maneras de ser y de trabajar. Al menos hasta ahora, puesto que está visto que con Bachelet nada es para siempre. En cualquier caso, el ministro la entiende bien y sólo hasta donde le corresponde, porque también sabe respetarle esa esfera de intimidad y autonomía que todo colaborador debe cuidarse de no traspasar si no quiere transformarse para su jefe en un entrometido o en una incomodidad.
Inteligente, mesurado, poco sobreexpuesto y muy comprometido con el proyecto de este segundo tiempo de Bachelet, Peñailillo ha sido hasta ahora un ministro bien evaluado por la cátedra, por mucho que hayan quedado pendientes para una segunda revisión sus curiosos criterios para aplicar la ley vigente en unos casos sí y en otros no.
Hay que considerar dos factores para situar, sin embargo, en perspectiva el juicio del desempeño del ministro. El primero se refiere a que el gabinete es particularmente opaco y todo el mundo sabe que en el país de los los ciegos, el tuerto puede ser rey. El segundo factor obliga a reconocer que, hasta aquí al menos , es en el área política donde más falencias y vacíos se advierten en la nueva administración.
No todas esas debilidades o carencias, sin embargo, son imputables desde luego a Peñailillo. Hay varias que corresponden a cortocircuitos estructurales de la Nueva Mayoría como coalición de gobierno.
Ya se sabe lo que ocurrió: Bachelet como candidata prefirió no verlos y como Presidenta prefiere no reparar. Y, bueno, como lo que no puede o quiere el presidente mal lo puede hacer o querer el ministro, Peñailillo a este respecto es inocente. No es él el llamado a corregir estos entuertos.Distinto es el caso respecto de su gestión como jefe del equipo de ministros, porque en ese plano lo que se escucha no es una orquesta afinada, sino más bien una banda donde hay algunos que desafinan (Hacienda, Educación, Presidencia…) y varios que, en simple, parecieran no estar tocando.
Tampoco esos “gallos” y notas en falso son enteramente imputables a los ministros. Alberto Arenas, el secretario de Hacienda, creía cabalgar con su proyecto de reforma tributaria en un caballo ganador, hasta que alguien le dijo o él mismo se dio cuenta que el diseño era definitivamente malo. Nicolás Eyzaguirre puede haber dicho muchas imprudencias, pero hay que reconocer que entró a una cartera con el encargo de llevar a cabo una reforma educacional para la cual la Nueva Mayoría sólo manejaba un puñado de consignas en un ancho mar de resentimientos. Más difícil es entender el interés de la ministra Rincón en que se perfilen desde ya las candidaturas presidenciales, en circunstancias en que el segundo mandato de Bachelet recién está comenzando. Se dirá que son detalles, pero revelan carencias de orden político que son severas.
Desde la restauración democrática en adelante, no ha habido gobierno más bendito o protegido que el actual por mayorías parlamentarias operativas y eficaces (Michelle Bachelet las tuvo en su primer gobierno, pero harto más frágiles, como lo demostró la experiencia) y tampoco ha existido una coalición de gobierno tan apegada como la Nueva Mayoría al programa que se prometió al país en la campaña. Siendo así, cuesta entonces entender que la administración siga tropezando con tanto obstáculo.
Es cierto que este es un gobierno que quiere cambiarlo todo y ojalá de un solo paraguazo, lo cual hace más arduo el desafío de gobernar. Pero el electorado le firmó un verdadero cheque en blanco para hacerlo. Adelante, señores ministros, vayan a cobrarlo. En principio, tienen el terreno libre. Ya no pueden culpar a la derecha de estar aplicando vetos o colocando piedras en el camino, puesto que para estos efectos el sector es irrelevante.
Bueno, el problema es triple. Es político, es técnico y es de gestión. El primero se traduce en el hecho de una coalición con más fisuras de lo que se cree; la indolencia para reconocer esta realidad, estas divergencias en temas que son sustantivos, es lo que está en el origen del espectáculo de un gobierno que se ha estado disparando en sus propios pies.
El problema técnico se plantea a partir de malos diagnósticos o malas soluciones, y es lo que volvió tan traumática la discusión de la reforma tributaria y que ahora amenaza con complicar las cosas en la reforma educacional.
Aunque el problema de gestión tiene menor densidad, el gobierno por otro lado va a tener que mejorar el estándar de calidad en sus proyectos futuros. Tendrá que estudiar más sus iniciativas e invertir más inteligencia e imaginación en este plano. Si no quieren seguir martillándose los dedos, los ministros tendrán que socializar un poco más con los partidos y las bancadas oficialistas lo que quieran hacer, atendido que después de lo ocurrido ni la Cámara, que ya hizo un papelón, ni el Senado, que se salvó a tiempo de hacerlo, quieren ser simples buzones.
Todo esto es política. Es lo que le faltó al gobierno de Piñera. Es lo que le sobró a Bachelet en su campaña. Y es lo que le está escaseando a su gobierno ahora.

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