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La inexperiencia al poder



¿A qué gran empresa se le ocurriría poner en su directorio a un alumno de tercer año de Filosofía, Enfermería o lo que sea? Una universidad, ciertamente, no es un empresa, pero eso no significa que sea menos que ella.  

Joaquín García- Huidobro 

Ahora entendemos por qué los estudiantes se hallaban tan tranquilos en el último tiempo. El Gobierno estaba trabajando con ellos para derogar unos artículos que molestan a "la calle": aquellos que prohíben la participación de estudiantes en el gobierno universitario.
Por algún error incomprensible, esta demanda no estaba incluida en el Programa. Pobres de nosotros, los ciudadanos de a pie, que creíamos que Él contemplaba todos los aspectos de nuestra vida futura. Realmente ha sido una dura decepción. Por fortuna, nuestros inspectores sociales velan para que no quede ningún resto de autoritarismo en el tejido social. Gracias a ellos, esta pequeña deficiencia programática será corregida prontamente.
En todo caso, ya se había avanzado bastante en darle poder a quienes todavía tienen el currículum en blanco. La todopoderosa Comisión Nacional de Acreditación, junto con gente de currículum pesado y amplia experiencia en gestión universitaria, incluye entre sus miembros a dos estudiantes. Es una suerte que podamos contar con ellos para dirimir cuestiones como la viabilidad financiera de una universidad o la conveniencia de que un doctorado en astrofísica sea acreditado.
¿A qué gran empresa se le ocurriría poner en su directorio a un alumno de tercer año de Filosofía, Enfermería o lo que sea? Una universidad, ciertamente, no es un empresa, pero eso no significa que sea menos que ella. ¿Hay algo más difícil que organizar la búsqueda sistemática de la verdad en todos los campos del saber, reunir en un mismo proyecto a médicos, arqueólogos y economistas, que tienen ideologías contrapuestas y modos muy diferentes de hacer las cosas?
Si nuestras autoridades quieren colocar alumnos en puestos de responsabilidad, que los lleven a Codelco. El cobre no es más importante que la educación, y administrar la extracción o venta de metales es más fácil que gobernar bien la Universidad de Chile.
Es verdad que el cambio legislativo que proponen es todavía modesto. Al levantar la prohibición, simplemente se está diciendo que los alumnos "pueden" integrar los más altos órganos de gobierno universitario. Todavía no se dice que "deban" hacerlo. Pero, ¿cuánto se tardará en dar el paso siguiente? Además, ¿tendrá alguna universidad estatal la fortaleza suficiente como para mantener cerrada esa puerta cuando la ley la deje sin pestillo?
Que unos líderes estudiantiles planteen esta demanda para acercarnos al actual modelo argentino, español y venezolano de universidad parece comprensible. Pero lo que resulta sorprendente es que personas entraditas en años se sumen a la iniciativa. Hoy actúan según los dictados de unos estudiantes que me recuerdan a esas niñitas de cuatro años que se malpintan los labios con el rouge de la mamá, se ponen un collar que les llega a las rodillas y meten sus piececitos en unos gigantescos zapatos rojos de tacos altos. Todo eso para mostrar que son grandes.
La culpa, en todo caso, no es de los estudiantes, que difícilmente pueden resistir una posibilidad tan atractiva como la de participar en el gobierno de una de las instituciones sociales más complejas.
Son los adultos quienes se equivocan. Desoyen la advertencia del viejo Aristóteles, que decía que los jóvenes no son aptos para la política porque se dejan llevar por sus pasiones y carecen de experiencia de la vida. Pueden ser muy inteligentes, pero solo han estudiado teorías y aún no se han visto expuestos a la difícil tarea de ajustarlas a la realidad. Para eso existen las prácticas, donde aprenden echando a perder. Con suerte, conocen un poco su propia universidad, pero no han vivido otros modelos.
¿Peligra la civilización occidental por el hecho de que haya un par de estudiantes en las juntas directivas de las universidades? Por cierto que no. El peligro no es el derrumbe de la cultura, sino más demagogia, un poco de mediocridad y abundantes dosis de cortoplacismo.

Los estudiantes están solo de paso en las aulas universitarias. Este simple hecho, sumado a su escasa experiencia, les dificulta trabajar a largo plazo. Ahora bien, si existe una institución que exige proyectarse a largo plazo, esa es la universidad. Por eso muchas universidades han durado cinco, seis o siete siglos, una marca que no ha conseguido ninguna empresa.

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