Tumba con vista al mar
por Leonardo Sanhueza
Diario Las Últimas Noticias, martes 2 de abril de 2013
Esta semana abrirá sus puertas
la casa museo de Vicente Huidobro, en Cartagena.
No deja de ser algo sorprendente,
pues hasta ahora el proyecto parecía cuento chino,
entrampado durante décadas hasta volverse
una quimera de la gestión cultural.
Incluso hubo un tiempo
en que se tenía contemplado
que la casa y la tumba del poeta
fuera el corazón todo un parque artístico asociado:
una gran y verde huidobrópolis que le diera
categoría y belleza a esa colina pelada y polvorienta.
Pero con el paso de los años
lo único que se sabía al respecto
era que el proyecto continuaba en compás de espera,
mientras la casa y la tumba estaban a un pelo de la ruina.
De hecho, no hace más de dos meses
circuló la noticia del completo abandono
en que se encontraba la tumba.
El hombre que hizo la denuncia por Radio Bío Bío
se quejó también de las dificultades que debe sortear
quien desee visitar el monumento:
escasa señalización, carabineros desinformados,
municipalidad sin recursos ad hoc.
No era algo nuevo, por supuesto.
La primera vez que lo escuché
fue hace exactos veinte años,
cuando se conmemoró
el centenario de Huidobro,
y de ahí en adelante
no cesó de reiterarse
como un indeseable disco rayado.
Recuerdo que una vez
hicieron un reportaje en televisión,
en el que subrayaban el hecho
de que el lugar fuera destino frecuente
de "sujetos de dudosa calaña",
los que realizaban allí toda clase de libaciones,
danzas rituales y obras de arte rupestre.
Hace un año, hubo otra denuncia similar,
pero más huidobriana: el sepulcro
había sido tomado por un rebaño de cabras,
las cuales pacían alegremente
justo detrás del epitafio que dice:
"Abrid la tumba. Al fondo se ve el mar".
Pues bien, dicen que esa época
de abandono ha llegado a su fin.
De todos modos, dejando a un lado
el vandalismo y el descuido,
me parece que había
cierta correspondencia
entre Huidobro y su tumba,
cuyo carácter monumental
estaba en controversia con
lo precario de su entorno
y la humildad con que enfrentaba
la agresiva intemperie de su emplazamiento.
Lo raro habría sido que su tumba
resplandeciera de verdad,
más acá de la imaginación,
convirtiéndose en un memorial
faraónico y falsamente espiritual.
En las exactas antípodas de Neruda,
quien cultivó una personalidad opulenta
y una literatura terrestre y elemental,
Huidobro prefirió la ligereza
que da una vida austera
y se prodigó sin recaudos
en la elaboración
de una poesía aérea y fulgurante.
A pesar de su origen aristocrático,
no tenía vocación de sultán.
No por nada Eduardo Anguita
lo llamó el "pájaro de lujo"
y Pablo de Rokha lo tuvo
entre sus mejores amigos
hasta la muerte.
Ahora la casa museo en Cartagena
albergará miles de papeles valiosos,
más algunos chiches, una silla, un bastón,
el famoso teléfono de Hitler:
la sobriedad de un poeta
que apostó sus fichas a lo efímero,
a lo que nunca dura entre los dedos,
y que sin embargo permanece por ahí,
revoloteando en la brisa de Cartagena,
burlándose de la inmortalidad
y sus ridículas estatuas.
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