Diario El Mercurio, Sábado 13 de abril de 2013
"Son cada vez más frecuentes propuestas de distinta índole, (incluso algunos de los más banales edificios de departamentos), que consideran a los techos como uno de los lugares de mayor atractivo, e instalan allí sus principales espacios públicos..."
De niño tuve fascinación por subir a los techos. Mi pieza estaba en el segundo piso de la casa y podía salir por la ventana y esconderme en ese lugar donde nadie sospechaba que podía andar. Mis horas allí las ocupaba espiando a los vecinos y realizando pruebas de destreza como rodear la casa sin resbalarme, subir a la cumbrera o bajar por una pandereta de ladrillos, sin que ésta se quebrara.
Más grande comencé a subir a los edificios y a lanzar desde el techo avioncitos de papel. Las vistas eran privilegiadas y únicas, pese a que en general eran lugares abandonados y servían como bodegas, tendederos de ropa. Eran un “patio trasero” con buena vista.
Luego estudié Arquitectura y descubrí que el Movimiento Moderno había declarado a los techos como la “quinta fachada”, y que había muchos ejemplos de obras que los utilizaban.
El primer contacto consciente con una “quinta fachada” fue en la Cepal, donde constaté que, pese a los prejuicios y explicaciones de tipo utilitario que había escuchado, éste era un lugar magnífico, un lugar metafísico.
Pasó un tiempo antes de que descubriera la terraza del Hotel Carrera, su piscina notable y las vistas de la cordillera al caer el sol, con La Moneda de primer plano. (Nuestro Hotel Carrera era un caso único de calidad urbana, hoy convertido en un triste ministerio con acceso restringido...)
Desde que comencé a trabajar, la arquitectura en Chile experimentó un descubrimiento de este lugar y su potencial. En este cambio, que no necesariamente implicó habitabilidad, el primer ejemplo de gran escala fue la recuperación de la Estación Mapocho, en que se reemplazó una cubierta de lata derruida por una superficie de cobre impecable hasta hoy.
Son cada vez más frecuentes propuestas de distinta índole, (incluso algunos de los más banales edificios de departamentos), que consideran a los techos como uno de los lugares de mayor atractivo, e instalan allí sus principales espacios públicos, muy distintos de aquellas cubiertas de lata afianzadas con neumáticos usados y tarros de aire acondicionado.
Es por esta toma de conciencia colectiva, que contagia hoy a casi cualquier ciudadano, que me sorprende la subutilización de este potencial que constaté el fin de semana pasado en el Parque Cultural de Valparaíso que, pese a la notable propuesta arquitectónica, a casi dos años de su inauguración, la actual administración aún no ha habilitado la terraza del nuevo volumen, pensada como vista y patio de los vecinos de la calle posterior al centro.
Mayor fue mi sorpresa esta semana al percatarme de que en el entorno de La Moneda, luego de meses de puesta en marcha del programa de “Recuperación de Fachadas Cívicas”, perteneciente a la cartera de proyectos “Legado Bicentenario”, parte de los edificios que rodean el palacio continúan con su habitual callamperío en el techo.
Se ha avanzado mucho en esta materia por lo que sería bueno hacer un esfuerzo final por no desaprovechar estos lugares, en especial aquellos casos que constituyen espacio público y que además son administrados por el Estado.
Más grande comencé a subir a los edificios y a lanzar desde el techo avioncitos de papel. Las vistas eran privilegiadas y únicas, pese a que en general eran lugares abandonados y servían como bodegas, tendederos de ropa. Eran un “patio trasero” con buena vista.
Luego estudié Arquitectura y descubrí que el Movimiento Moderno había declarado a los techos como la “quinta fachada”, y que había muchos ejemplos de obras que los utilizaban.
El primer contacto consciente con una “quinta fachada” fue en la Cepal, donde constaté que, pese a los prejuicios y explicaciones de tipo utilitario que había escuchado, éste era un lugar magnífico, un lugar metafísico.
Pasó un tiempo antes de que descubriera la terraza del Hotel Carrera, su piscina notable y las vistas de la cordillera al caer el sol, con La Moneda de primer plano. (Nuestro Hotel Carrera era un caso único de calidad urbana, hoy convertido en un triste ministerio con acceso restringido...)
Desde que comencé a trabajar, la arquitectura en Chile experimentó un descubrimiento de este lugar y su potencial. En este cambio, que no necesariamente implicó habitabilidad, el primer ejemplo de gran escala fue la recuperación de la Estación Mapocho, en que se reemplazó una cubierta de lata derruida por una superficie de cobre impecable hasta hoy.
Son cada vez más frecuentes propuestas de distinta índole, (incluso algunos de los más banales edificios de departamentos), que consideran a los techos como uno de los lugares de mayor atractivo, e instalan allí sus principales espacios públicos, muy distintos de aquellas cubiertas de lata afianzadas con neumáticos usados y tarros de aire acondicionado.
Es por esta toma de conciencia colectiva, que contagia hoy a casi cualquier ciudadano, que me sorprende la subutilización de este potencial que constaté el fin de semana pasado en el Parque Cultural de Valparaíso que, pese a la notable propuesta arquitectónica, a casi dos años de su inauguración, la actual administración aún no ha habilitado la terraza del nuevo volumen, pensada como vista y patio de los vecinos de la calle posterior al centro.
Mayor fue mi sorpresa esta semana al percatarme de que en el entorno de La Moneda, luego de meses de puesta en marcha del programa de “Recuperación de Fachadas Cívicas”, perteneciente a la cartera de proyectos “Legado Bicentenario”, parte de los edificios que rodean el palacio continúan con su habitual callamperío en el techo.
Se ha avanzado mucho en esta materia por lo que sería bueno hacer un esfuerzo final por no desaprovechar estos lugares, en especial aquellos casos que constituyen espacio público y que además son administrados por el Estado.
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