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El sueño moderno está destinado a ser intranquilo: mitad consolador, mitad desesperado.‏



Columnistas

Mahler y sus costuras

por Gonzalo Saavedra

Diario El Mercurio, Viernes 12 de abril de 2013

Que era música de circo. Grotesca. Propia del Alhambra o del Moulin Rouge. Que estaba impregnada de una sensiblería propia de una costurera. Los críticos que escucharon por primera vez la Cuarta Sinfonía de Mahler, al despuntar el siglo XX, estaban poco dados a la lisonja, pero tal vez la más justa de todas esas invectivas sea la que alude el oficio de coser: el regocijo inocente y el drama más oscuro están ingeniosamente unidos aquí con dobladillo, apenas hilvanados o derechamente rasgados.

A oídos contemporáneos, sin embargo, la obra suena impresionantemente seductora y coherente, como lo mostraron Rani Calderon y la Filarmónica en el concierto del sábado pasado. Todo fluye entre el director y el conjunto del que fue titular hasta el año pasado.

En el primer movimiento, en el que se suceden músicas muy diversas, Calderon siguió concienzudamente las indicaciones de "prudente, no acelerado" e hizo que cada frase y sus respectivos solistas sonaran con naturalidad, sin enredar la compleja textura. En el segundo, un scherzo "cómodamente impulsivo", destacaron los solos del violín de Holly Huelskamp, con su regusto folclórico.

El comienzo del tercer movimiento, que se eleva como un suspiro desde las violas y los chelos sobre los pizzicatti de los bajos, las cuerdas se escucharon exquisitas en su calma; luego, las agitadas irrupciones del resto de la orquesta, bien controladas por Calderon, hacen que el tema inicial se transforme en un pedido de auxilio y hasta se deforme con cierta ironía hasta la sorpresiva explosión triunfal en que la Filarmónica sonó contundente. Y, finísima -maderas y cuerdas-, en la vuelta a la quietud que prepara para el último movimiento.

Para esta parte, Mahler usó un material que ya había compuesto antes de comenzar siquiera su sinfonía: la musicalización de "Vida celestial", un ingenuo poema del "Cuerno maravilloso de la juventud". La soprano Paulina González cantó, como prescribió el compositor, con candor y dulzura, aunque en ocasiones le faltaron certezas en el registro más alto y volumen en las secciones más abultadas. Calderon llevó la orquesta notablemente hasta el extinguido final grave de los contrabajos.

Antes se escuchó, en una entrega equilibrada e inobjetable, la Sinfonía Nº 38, Praga, de Mozart, bien elegida para casar con la Cuarta de Mahler, que da puntadas nostálgicas a ese pasado clásico, pero que sabe que el sueño moderno está destinado a ser intranquilo: mitad consolador, mitad desesperado
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