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Respetable pulgapor Nicolás Luco Rojas[Ex georgian; fue alumno del Saint George's Collegeen los años cincuenta.]


 
Mis nietos se me parecen
por lo menos en una cosa: los atacan las pulgas.
Bueno, viven en el campo y tienen tres perros.
 
Cuando yo tenía su edad, las pulgas me invadían.
Mi mamá me convenció de que yo tenía una sangre tan dulce
que atraía a esos insectos más que las otras personas. Raro privilegio.
 
Era imposible tomar medida alguna cuando uno sufría el asalto de una
pulga en público;
pero al estar solo la encontraba, especialmente en los pliegues de la
ropa interior.
 
Aunque pesan como máximo 0,7 miligramos,
con un zarpazo certero yo lograba capturarla con el pulgar y el índice.
La sentía retorcerse entre mis dedos.
Algunas agonizaban entre efluvios de mi propia hemoglobina.
Aunque, ya bien entrada la adolescencia,
aprendí que lo mejor era dirigirse rápidamente al W.C.
y soltar la pérfida en el agua y tirar la cadena.
 
Cuando me compré mi primer microscopio,
fue un placer observar uno de los cadáveres de esta especie molesta.
 
Pero, la semana pasada, por el Journal of Experimental Biology, supe
de otro observador.
 
En 1967, Henry Bennet-Clark probó que la enorme energía que necesita la pulga
para saltar se almacena en una almohadilla elástica de resilina, como
quien dice,
un estanque de bencina en el muslo. Benet-Clark postuló que esa
energía activaba la rodilla,
que junto con el pie, se apoyaban en el suelo convirtiéndose ambas en resorte.
 
Pero el doctor Gregory Sutton, de la Universidad de Cambridge, desconfió.
 
En 2010 tenía una ventaja sobre Bennet-Clark:
disponía de una cámara filmadora de muy alta velocidad.
Filmó las pulgas en súper cámara lenta.
Le costó enfocar, él había filmado langostas, pero las pulgas son otra cosa.
Finalmente comprendió que en la oscuridad las pulgas no se mueven, que
saltan en la luz.
 
Puso sus pulgas en una penumbra suficiente
como para enfocar la cámara, encendió la luz y las pulgas saltaron.
 
Analizó las imágenes y descubrió que la rodilla
no se apoyaba en el suelo y que la energía se canalizaba sólo por el pie.
Para comprobarlo, estudió la aceleración del salto y su trayectoria.
 
Con un matemático construyeron dos modelos:
uno que seguía la teoría de que era la rodilla la que se apoyaba;
otro, que atribuía la responsabilidad al pie.
 
El modelo de la rodilla no logró predecir correctamente
la aceleración ni la trayectoria del salto, al revés del modelo del
pie apoyándose.
 
Así es que queda resuelto el salto de la pulga:
la fuerza del resorte se transmite por los segmentos de la pierna,
que actúan como palancas para empujar el pie
y lanzar el animal de 0,7 mg a velocidades
como 1,9 metros por segundo, o sea 6,84 km/h.
(la velocidad aproximada de una persona
a buen ritmo de marcha).
 
¿Para qué sirve todo esto?
 
Para saber, para publicar un artículo, para asombrarse y respetar las pulgas.
 
Además, si me llegara a picar una, ya sé que saltan en la luz,
y debo diseñar una técnica para atacarlas inmóviles, en la penumbra.
 
Y estoy seguro de que algún ingeniero estudiará el mecanismo de la
pierna de la pulga
para inventar una máquina que salte a esa velocidad.
 
Capaz que sea mi nieto más pulguiento.

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