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CONTRA VIENTO Y MAREA...

Entrevista Ganador del Premio Revista de Libros:
La monumental obra de Fernando Mönckeberg
 
por Juan Ignacio Rodríguez Medina
Diario El Mercurio, Revista de Libros, domingo 9 de enero de 2011http://diario.elmercurio.com/2011/01/09/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/53B3EF31-0FC5-48D9-BF1D-872F00288099.htm?id={53B3EF31-0FC5-48D9-BF1D-872F00288099}
 
Contra viento y marea se titulan las memorias de este médico de 84 años,
con las que acaba de ganar el concurso organizado por "El Mercurio"
y auspiciado por Empresas Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC).
En ellas relata las pequeñas anécdotas de una gran historia,
la cura de lo que él llamó el "mal oculto": la desnutrición infantil.
 
Era uno de sus juegos favoritos.
 
Pararse en la puerta del Cementerio General de Santiago,
contar las carrozas que llegaban durante la mañana y apostar:
"Unos apostaban a las carrozas blancas y otros a las carrozas negras.
Las blancas, con caballos blancos, eran de niños.
Las negras, algunas tiradas con varias parejas de caballos
también negros, correspondían a entierros de adultos.
 
Sin embargo, estas travesuras fueron perdiendo interés,
porque las carrozas blancas siempre superaban en mucho a las negras.
 
Por la puerta trasera del cementerio entraban otros tantos cajones blancos,
pero ellos no llegaban en carroza, sino que en las góndolas 'Recoleta
Cementerio'.
 
El padre u otra persona, se bajaba de la góndola
con un cajoncito blanco bajo el brazo. Esos eran muchos más".
 
La anécdota la narra Fernando Mönckeberg Barros en Contra viento y marea.
 
Hasta erradicar la desnutrición , la obra con la que acaba
de ganar la vigésima edición del Premio Revista de Libros.
 
Todavía sorprendido con la noticia,
confiesa que por un momento
creyó que era una broma del día de los inocentes.
 
Claro, la llamada comunicándole el premio
la recibió en su casa el 28 de diciembre,
a las ocho y media de la noche.
 
A esa hora vuelve de la Corporación para la Nutrición Infantil (Conin).
 
Monckeberg también es autor de Jaque al subdesarrollo ,
Chile en la encrucijada y Desnutrición. El mal oculto , entre otros libros.
 
Y precisamente la lucha contra ese "mal oculto"
quería contar en estas memorias que comenzó a escribir en 2008.
 
¿Para qué? Para no "llevarse al cajón"
la experiencia de una revolución
que significó que un país
pobre y subdesarrollado
terminara con esa lacra;
para dejar constancia
de que no lo hizo solo,
y para mostrarles a otros países
que, a pesar de lo difícil, se puede.
 
Cabe hacer aquí un homenaje a Angélica Vergara, su señora,
quien tomó las riendas familiares para que él se dedicara a lo suyo:
"Asumió la función de madre y padre, se encargó de la parte económica,
porque este asunto de dedicarme a los desnutridos me hizo ver
que no íbamos a llegar a ninguna parte, los desnutridos no pagaban".
 
Con un estilo ágil, el texto no deja fuera el humor
que caracteriza a su autor; el mismo humor
que aparecerá una y otra vez en esta conversación.
 
Un niño con dislexia
 
Era la década de 1930 y en Chile morían
trescientos de cada mil niños menores de un año.
 
Y del total de muertes en el país,
más del 60% ocurría antes de los quince años.
Una hecatombe.
 
Ni los sobrevivientes se salvaban,
pues el daño físico e intelectual, según Mönckeberg,
explicaba la deserción escolar:
el 75% de los niños no terminaba
los cuatro años de enseñanza básica
y sólo 1 o 2% entraba a la universidad
(hoy el 100% completa ocho años de básica,
el 75% la media y el 40% ingresa a la universidad).
 
Aunque él era un niño
-nació en Santiago en 1926-
y no podía conocer esas cifras.
 
Tampoco podía saber
que dedicaría su vida a revertirlas,
menos si se consideraba un tonto.
 
¿Cómo así? "Era un muy mal alumno", explica entre risas.
 
De hecho, varias veces pasó de curso gracias a que su papá
"terminaba construyendo la iglesia del colegio, las salas de clases,
la portería o cualquier otra estructura, sin costos arquitectónicos".
 
Y entró a estudiar medicina a la Universidad Católica
-hizo allí los tres primeros años
antes de cambiarse a la Universidad de Chile-
por las gestiones de una benefactora de la Iglesia,
cuya casa él visitaba como monaguillo.
 
Parte de su infancia trascurrió
en el internado del colegio Patrocinio San José:
"Mi contacto con la familia era bien relativo;
era, lo digo en el libro, con el chofer de la casa,
que me llevaba los días domingo la bolsa de la ropa limpia
y yo tenía que entregarle la de ropa sucia.
Eso y las malas notas deben haber afectado mi autoestima".
 
-¿Cuándo cambia eso?
 
-Mi primer triunfo fue en el servicio militar.
 
Me tocó hacerlo en telecomunicaciones, en telégrafo.
 
Yo era un pajarón , pero, mirando retrospectivamente,
en el colegio me fue tan mal porque tenía dislexia (todavía la tengo).
 
Bueno, mis compañeros en el servicio tenían dificultades
para aprenderse las letras del sistema Morse y luego traducir.
 
Pero a mí me pasó algo muy especial,
las letras no las oía como puntos y rayas,
sino que por la música.
 
La F por ejemplo,
que es "punto-punto-raya-punto",
era "tititaaati".
 
Yo sentía "tititaaati" y era "F".
 
Era como si me estuvieran dictando las letras.
 
¡Por primera vez se me acababa la dislexia... jajaja!
 
Por ejemplo la A es "titaaa",
la R "titaaati", la M "tii-tati".
 
Saqué la mejor habilidad
que se había conocido
en el regimiento por muchos años.
 
Ya en la universidad,
el futuro médico
siguió con su dislexia
y sus malas notas.
 
Por eso pensó dedicarse a la psiquiatría:
 
"Era lo más fácil de todo,
era cuestión de consejos no más,
lo de Freud me parecía puro cuento".
 
Debió someterse a un psicoanálisis
-"estaba muy de moda en aquella época"-
en el que Mönckeberg,
contradiciendo al analista,
atribuía todos sus problemas
a que era muy limitado.
 
Lo mandaron a hacerse un test de inteligencia.
 
¿Resultado? 140 de coeficiente intelectual.
Ese fue el punto de inflexión para creer en sus capacidades.
Dejó la psiquiatría y se fue a trabajar de pediatra a La Legua.
 
-¿Qué significó el paso por La Legua?
 
-La realidad de la pobreza extrema fue impactante.
 
Lo que más me impactaba
era no poder hacer amistad,
no poder conversar con la gente,
no poder mantener un razonamiento lógico.
 
Hice una evaluación y, como esperaba,
resultó que la cantidad de palabras
que usaban era tremendamente limitada.
 
Su mundo era concreto,
contingente, sin abstracción,
sin previsión hacia el futuro,
sin que el pasado les dejara ninguna huella;
volvían a cometer los mismos errores.
 
Y ahí me surgió una primera pregunta:
"¿Esto es de aquí o de todo Chile?".
 
Era el comienzo de la convicción
que durante el gobierno de Allende
lo llevaría a tomarse, junto a su equipo
y un grupo de pobladores,
un edificio en Macul para fundar allí
el Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos (INTA):
 
"Era obvio que la Universidad de Chile no iba a construir el INTA,
y lo era porque, ayer como hoy, su estructura se basa en facultades,
y la junta directiva, que es de las facultades,
mal iba a aceptar la creación de un organismo multiprofesional.
 
Entonces había que tomar el riesgo no más,
tomarse el edificio, esa era la oportunidad.
 
Era un poco audaz; indudablemente,
por mucho tiempo creyeron que estaba loco,
aparecí en todos los diarios
como que me había robado un hospital.
 
-Ud. se retiró en 1994 y parece que
la visita del año pasado fue decepcionante.
 
-Sí, es que toda la conceptualización del INTA
era la antítesis de lo que era la universidad.
 
Pero se dedicaron a hacer investigaciones
que son de interés para el investigador,
que no van a solucionar nada,
o lo van a hacer no sé cuándo,
porque los problemas de la sociedad son multifactoriales.
 
Entonces llegar al INTA de nuevo
y ver que se había convertido
en otro modelo de la Universidad de Chile...
me dio pena.

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