Diario El Mercurio, Miércoles 22 de Agosto de 2012
http://blogs.elmercurio.com/deportes/2012/08/22/beyruth-beyruth.asp
Es uno de los futbolistas de hace cuarenta años que podría jugar hoy. En cualquier equipo de cualquier parte. De hecho, es difícil encontrar a uno de sus características. En Chile, ninguno; afuera, tal vez.
Elson Beyruth fue el jugador que todos quisieran tener en su equipo. Todos los hinchas, todos los entrenadores. Como compañero, todos los jugadores; como adversario, ninguno.
Fuerte, con una potencia notable, de un arranque explosivo, de remate fulminante. No era posible frenarlo y muchas veces ni siquiera los golpes lo detenían. Cinco, diez revolcones y volvía al juego como si nada. Sin una queja, sin un reclamo. Al contrario, después de un partido terrible y sólo si alguien le preguntaba, su respuesta era invariable: "El fútbol es así". Nunca supuso una mala intención y si lo supuso no lo dijo.
En la vida fue lo mismo. Cuando ya estuvo lejos de la fama y de los aplausos, y la salud empezó a fallarle, no se quejó. Y si lo hizo fue en la intimidad. Una intimidad estrecha porque se fue quedando solo. Solo solo. Ahora, cuando ya partió, se dijo que su única familia fue Colo Colo. El club, en efecto, fue solidario en los últimos momentos.
Cuando llegó, en 1965, lo entrevisté en un hotel del centro. Una nota de presentación, y ahí me aclaró que su nombre era Elson y no Edson. Sus horas finales las pasó también en un hotel del centro. En todos esos años nunca me habló de si su apellido era Beirut o Beyruth.
Es que no hablaba mucho. Gran jugador, tipo apuesto y celebrado, era sin embargo de bajo perfil. No le gustaban las entrevistas y por cierto no las buscaba. Las rehuía. Las notas periodísticas se hacían con hechos de su carrera y reflexiones del cronista más que con sus palabras.
Siempre se recordarán aquellos goles suyos de la definición del torneo de 1970, jugada en enero del 71, con los que Colo Colo le arrebató a la Unión un título que los rojos venían mereciendo desde la primera fecha. ¡Beyruth, Beyruth! fue el grito que llenó el estadio. Pero no fue sólo esa noche cuando entró al área con dos adversarios a cuestas para sacar el remate de gol. Lo hizo muchas veces. La suma es clara: 110 goles en 237 partidos y dos títulos en ocho temporadas de vestir la blanca. La potencia de su arremetida era inigualable y era irresistible. Aunque luego, como formador junto a su gran amigo Mario Moreno, prefirió a los técnicos por sobre los atletas.
Todos, colocolinos y rivales, tuvieron que admirarlo. Fue querido, indiscutido. Por bravo y por leal. Nunca se quejó y no se iba a ir llorando, a pesar de que la mala le vino con todo en los tiempos finales. Mala que no vamos a detallar porque a él no le gustaría. Por bravo y por leal.
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