Diario El Mercurio, Sábado 25 de Agosto de 2012
¿Que le pasaría al país si mueren los 30 mil técnicos más importantes? La respuesta es dramática: sería la catástrofe. ¿Qué le ocurriría al país si mueren, no los 30 mil, sino que los 3 mil políticos más importantes? No pasaría nada...
La provocativa frase anterior fue dicha en Francia por Saint Simon a principios del siglo XIX y es una buena muestra de que el "desprestigio" de la política no es un fenómeno nuevo.
A raíz de la encuesta CEP, conocida esta semana, se ha remarcado que estamos sumidos en una profunda crisis política, que los políticos no nos representan, que las instituciones no funcionan, que son los mismos de siempre, etc., etc. Nada nuevo bajo el sol.
Ante esta catástrofe, el presidente de la DC, Ignacio Walker, "no descartó" apoyar una Asamblea Constituyente para remediar los males. Un planteamiento que es la guinda de la torta a la errática conducción del presidente de la DC. ¿Qué descarta, a estas alturas, Walker?
A Chile bajo todos los parámetros le ha ido bien. Mucho mejor que a los países comparables. Mucho mejor de lo que le ha ido a lo largo de su historia. Sin embargo, algo pasa. La "trampa del ingreso medio" han dicho algunos, el "empoderamiento" de las redes sociales han dicho otros.
Y si todos los males se resolvían hasta hace algunas semanas cambiando el binominal, hoy la solución a todos los problemas es la Asamblea Constituyente. ¿Para que? Para ser más felices, para resolver la distribución del ingreso, para escuchar a la gente. Una quimera en pos de la cual puede resultar cualquier cosa.
Supongamos que, pese a todo, igual deseáramos hacerla. ¿Cómo elegiremos a sus integrantes? Fácil dirán algunos: que estén "todos representados"... el viejo corporativismo que paradójicamente tuvo su principal impulsor en Saint Simon.
Le diremos a la Camila que esté, para que aporte la mirada de los movimientos sociales. Le pediremos a Arturo Martínez, al presidente de la Sofofa y al obispo Ezzati que no se resten. Tendrían que haber académicos -pero no sólo juristas-, necesitamos economistas, filósofos y antropólogos. Un par de médicos y alguien que represente al mundo de la cultura. Las fuerzas armadas no pueden quedar excluidas: démosle unos 3 cupos. Sería bueno incluir a Caszely para que aporte la mirada del deporte y a la "fiera" para darle, al menos, un cupo a la farándula.
Cómo al cabo de un tiempo nos daremos cuentade que no era tan fácil la conformación corporativista surgirá la segunda fórmula: elijamos a sus integrantes. Tendremos que decidir bajo qué sistema electoral hacerlo, definir los distritos y las circunscripciones. Algo sobre lo cual es imposible llegar a acuerdo.
Supongamos que --pese a todo- se logra conformar. El pronóstico no es alentador: las asambleas constituyentes parten invocando la libertad y la igualdad, y terminan siempre capturadas por alguien. Quien tenga duda puede mirar a Ecuador, Bolivia o Venezuela.
Perfeccionar la Constitución parece deseable. Cambiar el sistema electoral parece ineludible. Restringir las atribuciones del Tribunal Constitucional parece sensato. Cambiar ciertos quórums parece atendible. Pero cambiarlo todo, como pretende la mayor parte de la antigua Concertación, es absurdo.
Y no cambiar nada es miope. En eso la Alianza debe tener claro que seguir ejerciendo el "veto" que tiene puede terminar generando un aluvión.
La profunda crisis institucional de la que hoy se habla no es tal. Hay problemas, pero cuando bajo todos los parámetros objetivos Chile está en su mejor momento de la historia, el lugar común de hablar de la "crisis profunda" es irreal.
Chile siempre ha sido bipolar. Pasamos de la euforia al derrotismo y del derrotismo a la euforia. De ser ratones a ser jaguares y de ser jaguares a ser ratones. Pero ahora Chile parece estar deprimido. Algunos piensan que la solución a este mal es la Asamblea Constituyente. Me temo que el remedio terminaría siendo bastante peor que la enfermedad.
Groucho Marx en una síntesis visionaria genial describió la política como el arte de buscar problemas, encontrarlos, elaborar un diagnóstico falso y aplicar el remedio equivocado
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