Planificación visionaria y voluntad común para que la ciudad sea funcionalmente mixta, socialmente heterogénea y espacialmente continua...
La ciudad segura
por Sebastián Gray
Diario El Mercurio, Sábado 25 de Agosto de 2012
Diario El Mercurio, Sábado 25 de Agosto de 2012
A mediados de los ’70, Nueva York anunciaba públicamente su bancarrota. El crimen se había apoderado de las calles, grandes empresas y sus empleados abandonaban la ciudad, la percepción colectiva era de temor y el turismo –uno de sus principales ingresos– se resentía una enormidad. En una medida audaz, las autoridades recurrieron a una agencia publicitaria para desarrollar una campaña de promoción del turismo. En 1977 apareció el célebre emblema “I ñ NY”, diseñado por Milton Glaser, que tuvo un éxito fulminante al aparecer en cada rincón y objeto de la ciudad, adoptado con entusiasmo por sus habitantes, convirtiéndose hasta el día de hoy en la imagen gráfica más reconocible de cualquier ciudad del mundo. Así comenzó la recuperación de Nueva York, puesto que había operado el cambio más fundamental de todos: la actitud de los propios ciudadanos. Lo notable es que la estrategia comenzara por la base, involucrando el sentimiento público y venciendo a la prensa sensacionalista y a los intereses políticos que buscaban dividendos en el descontento. Era el único camino posible en una genuina democracia: para problemas de ciudad, participación ciudadana.
La seguridad es una responsabilidad colectiva. Es un error creer que depende en exclusiva de los recursos públicos destinados a vigilar, perseguir y castigar; de hecho, estos recursos son inútiles si la matriz misma de la ciudad, su implantación física y social, está contrahecha. Para ser segura, desde el punto de vista del urbanismo, la ciudad debe ser funcionalmente mixta, socialmente heterogénea y espacialmente continua; condiciones que sólo pueden cumplirse mediante una planificación visionaria, una voluntad común. Santiago no sólo no cumple estas condiciones sino que, al igual que toda urbe chilena, ha seguido un modelo irreflexivo de liberalización del uso del suelo, favoreciendo la inversión inmobiliaria de acuerdo con las tendencias del mercado y bajo una planificación errática o inexistente que no ha hecho más que segregar.
Una ciudad funcionalmente mixta requiere usos del suelo distribuidos con equidad en su territorio, sobre todo en cuanto a la accesibilidad, calidad y escala de su equipamiento, servicios y espacios públicos: de todo y para todos, gratis. Una ciudad socialmente heterogénea implica promover –mediante políticas como subsidio y reinserción– la convivencia efectiva de sectores de diversos niveles culturales y económicos, el fundamento de una sociedad pluralista y solidaria. Esta convivencia es posible y hoy se vislumbra en algunos barrios céntricos de Santiago que recuperan su atractivo y plusvalía. Por último, una ciudad espacialmente continua es de libre tránsito, habitada y percibida sin obstáculos ni controles, callejera y pública. Nuestros gigantescos malls urbanos rodeados de estacionamientos, por ejemplo, no se permiten al interior de las ciudades que admiramos como modelos, puesto que constituyen una barrera infranqueable y además extinguen la vida de calle, que es lo más preciado y saludable de una ciudad, y que ha de defenderse a ultranza.
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