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La falta de imaginación para resolver los problemas que plantea la realidad y el valor de la curiosidad, la contemplación y lo gratuito‏

Se necesitan inútiles


Hemos llegado a un punto en que el ocio se volvió mal visto. Hoy se considera un valor tener la agenda copada. Es una señal de eficiencia, de profesionalismo, de utilidad. Los altos ejecutivos, que antes eran prisioneros del celular, ahora lo son también del mail y del chat. La idea es que siempre hay que estar haciendo algo, aunque ese algo sea insignificante. Incluso en las universidades, los pocos investigadores/creadores que existen deben justificar su sueldo realizando labores administrativas.
Intuyo que la poca valoración que tiene el arte, y la cultura en general, se debe en parte a ese endiosamiento de la productividad. Lo que no produce dinero es considerado inútil. El arte, por el contrario, surge de la vida contemplativa. Requiere soledad y libertad. En La felicidad de los pececillos, Simon Leys recuerda que mientras Leonardo da Vinci trabajaba en La última cena, pasaba la mitad del día sin tocar los pinceles. Miraba la pared, se daba vueltas, comía algo, volvía a contemplar el muro, etc. Cuando el duque Sforza cuestionó su lentitud, Leonardo respondió: “A menudo los hombres de genio hacen mucho más cuanto menos actúan, pues tienen que meditar acerca de sus invenciones y madurar en su espíritu las ideas perfectas que expresarán posteriormente reproduciéndolas con sus manos”.
Las palabras de Da Vinci no sólo resultan claves para comprender la pintura, sino la literatura, la filosofía, el teatro y muchos de los grandes avances de la ciencia. En defensa de esta manera de comprender el conocimiento, el italiano Nuccio Ordine ha escrito un ensayo de singular consistencia: La utilidad de lo inútil es una defensa de todo aquello que no persigue un beneficio inmediato y que, sin embargo, es lo que ha terminado por definirnos como humanidad.
El ocio, que no es otra cosa que el puro presente, sin una finalidad concreta, es lo que a la larga nos vuelve conscientes de nosotros mismos y de quienes nos rodean. Jung lo planteó así: “Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve reducida al único dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en gran peligro”. Heidegger apuntó a lo mismo: “Uno debe ver lo útil en el sentido de lo curativo, esto es, lo que lleva al ser humano a sí mismo”.
No es raro, entonces, que en la sociedad actual los siquiatras estén a tope. Y tampoco debe extrañar la falta de imaginación de nuestras elites para resolver los problemas que plantea la realidad. Un repaso a la historia del hombre, desde la poesía al cálculo de probabilidades y el descubrimiento de la electricidad, refleja que el avance humano es inseparable de la curiosidad, la contemplación y lo gratuito. En realidad, quien desee innovar debiera poner un aviso que diga: “Se necesitan inútiles”. Porque la utilidad surge sólo al final, como corolario del afán de experimentación, y no producto del deseo de éxito o enriquecimiento. El utilitarismo, a fin de cuentas, es una forma un tanto ingenua -y por cierto agotadora- de hacernos trampa.

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