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Contra la calidad


"Qué grotesca y penosa situación: el Gobierno que dice estar buscando la calidad educacional, la torpedea en el nivel universitario, justamente en el ámbito donde está siendo reconocida internacionalmente..."


Mientras la Presidenta Bachelet firmaba el proyecto que hará posible el cogobierno universitario, el ministro Eyzaguirre aplaudía a los diputados comunistas y afines ahí presentes, a quienes considera, suponemos, sus inspiradores.

Qué grotesca y penosa situación: el Gobierno que dice estar buscando la calidad educacional, la torpedea en el nivel universitario, justamente en el ámbito donde está siendo reconocida internacionalmente.

Si las universidades chilenas -dentro de su enorme y deseable variedad- han adquirido prestigio entre sus pares de Iberoamérica, es precisamente porque han logrado practicar formas de gobierno que les han permitido tomar decisiones serias y sustentables. La investigación, la docencia, las relaciones con la sociedad, la formación de profesionales son todos logros que vienen consolidándose con gran esfuerzo hace 40 años, desde que el gobierno del Presidente Pinochet frenó el deterioro sostenido de la educación superior, al mismo tiempo que abría espacios a las nuevas iniciativas.

Todo eso está en riesgo. Me corrijo: todo eso se perderá si se aprueba el cogobierno estudiantil.

En 1968, a los 15 años, fui elegido por mis compañeros para integrar el Consejo Superior del Saint George's College. Ahí había que aprobar el presupuesto y los planes de estudio y la contratación de profesores. Los otros dos representantes de los estudiantes tenían solo 17; tiempo después llegaron a ser altos dirigentes del Partido Humanista. Años más tarde, entre 1972-1974, integré como alumno consejos departamentales y de Facultad en Derecho de la UC: cambios al examen de grado, cambios en las notas mínimas de aprobación de ciertos ramos... La experiencia a lo largo de todo Chile fue lamentable: un extenso ejercicio de la frivolidad y del ideologismo.

Pero ahora, casi 50 años después de que muy buenos profesores abandonaran las universidades chilenas a causa de esa grotesca deformación del gobierno corporativo, casi no va a haber frivolidad, sino solo craso ideologismo.

Si se aprueba la posibilidad del cogobierno, habrá dos consecuencias nefastas, de verdad gravísimas, para la calidad de la educación superior: las autoridades universitarias serán elegidas en parte por quienes no tienen compromiso serio ni permanente con la institución, y llegarán a integrar sus órganos colegiados individuos que obedecerán a afiliaciones partidarias, asambleísticas o simplemente atrabiliarias. Justo lo contrario de la racionalidad universitaria.

Y esto no es algo que solo pueda imaginarse, sino que hoy es fácil de comprobar: ¿Quiénes han sido los dirigentes de los últimos años en las principales federaciones? Personas que se jactan de una adscripción extrauniversitaria, que persiguen fines de ámbito político y que inician carreras en el Parlamento. Boric, Cariola, Vallejo, Jackson: desmiéntanme.

Es posible que la marea agresora de la racionalidad universitaria en la toma de decisiones se enfrente, en un comienzo, con muchos profesores que no estamos disponibles para el tonteo ideológico. Pero Chilito es menos fuerte de lo que parece. Con el paso de los años, algunos claudicarán -de hecho, ciertos rectores ya se han prosternado ante la presión juvenil- y no sería raro que a futuro en las universidades chilenas tengamos una generación de profesores que, al modo de los actuales jueces jóvenes, piensen que lo que importa no es el conocimiento ni la formación, sino la democratización.

De nuevo, es tiempo del Gremialismo, de esos tipos que con sentido común dijeron desde 1966 algo elemental y profundo a la vez: la universidad, para los universitarios. Fuera los políticos.

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