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La tragedia griega


"Hoy Grecia es casi única en el mundo, al presentar una crisis financiera multidimensional: crisis fiscal, crisis externa, crisis bancaria y crisis cambiaria..."


Frente a una virtual cesación de pagos de Grecia, en 2012, la Troika (formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI) aprobó el segundo rescate financiero de Grecia después de la crisis de 2008-2009. En este segundo acto de su tragedia, Grecia recibió nuevos créditos internacionales, cuya entrega es condicional al cumplimiento gradual de un programa de austeridad fiscal y reformas estructurales. Las condiciones financieras de los créditos de rescate son excepcionalmente favorables a Grecia: tiene una deuda mucho más alta en relación con su PIB que Portugal, Italia o España, pero paga la mitad del interés que cancelan los países mencionados.

No obstante este trato preferencial otorgado por la Troika, las reformas griegas fueron tímidas y los resultados, tanto políticos como económicos, han sido desastrosos. La profundísima depresión económica continúa, reflejada en una tasa de desempleo de 26,1% y una tasa de desempleo juvenil de 50,8% en 2014.

Así, hoy Grecia es casi única en el mundo, al presentar una crisis financiera multidimensional: crisis fiscal (de deuda pública), crisis externa (de no acceso a capitales internacionales), crisis bancaria (retiro masivo de depósitos bancarios) y crisis cambiaria (un régimen cambiario inflexible e insostenible, por pertenecer al área euro).

En lo político, Grecia también pertenece más al tercer mundo que al primero. Sus instituciones son débiles y la falta de transparencia en la política y los negocios es endémica. La corrupción de las élites históricas que dominan la política y los negocios es masiva. Los créditos bancarios otorgados a oligopolios dominados por algunas familias bien conectadas políticamente carecen de buenas garantías. La corrupción en la asignación de contratos del Estado (por ejemplo, a proyectos de infraestructura o adquisición de armas) es masiva. Transparencia Internacional ranquea a 174 países del mundo en su Índice de Percepción de Corrupción. Dinamarca y Nueva Zelandia ocupan en 2014 los lugares 1 y 2 en este ranking (que indican virtual ausencia de corrupción), mientras que EE.UU. y Chile están en las posiciones 20 y 21. Grecia empata con Italia en el lugar 69, estando entre los países más corruptos de Europa.

En reacción a su situación económica y política, los gobernantes griegos votaron en enero de 2015 por Syriza, un partido alternativo de izquierda radical populista que prometía el fin de la austeridad fiscal y el no pago de la elevada deuda externa, que asciende a € (?) 315 mil millones o 175% del PIB. Alexis Tsipras, el nuevo primer ministro, intenta renegociar el monto y las condiciones de pago de la deuda con la Troika, amenazando con repudiarla si no logra un acuerdo para reducirla y obtener recursos frescos. Tsipras requiere urgentemente de recursos adicionales para este año (estimados en € (?) 30 mil millones), aun sin cumplir sus promesas populistas de aumentos de gastos y reducciones de impuestos. A causa de estas promesas y el posible default de deuda con una eventual salida del euro, los griegos transfieren masivamente sus depósitos bancarios desde Grecia a países estables y dejan de pagar sus impuestos. Todo ello intensifica la crisis cambiaria y fiscal del país, haciendo probable que el producto y el empleo caigan nuevamente en 2015, después de algunos pequeños brotes verdes en 2014.

A la luz de las amenazas del nuevo gobierno, la Troika suspendió, en febrero 2015, el último desembolso correspondiente a su segundo rescate. Pero Tsipras consigue un plazo adicional, que vence esta semana, para presentar a la Troika un programa razonable de reformas.

¿Cómo seguirá este tercer acto de la tragedia griega? Hay dos escenarios posibles. Primero, el gobierno logra negociar con la Troika un programa de reformas y ajuste fiscal más moderado que el actualmente vigente, pero que dista mucho de las promesas populistas que había hecho Tsipras al electorado griego. Así, Grecia logra un tercer paquete de rescate, en condiciones aún más favorables en intereses y plazos de amortización. El país sigue con el euro y la consiguiente falta de competitividad, no se implementan otras reformas económicas procompetitividad y cambios políticos pro transparencia. Por lo tanto, la inversión, el producto y el empleo siguen estancados por muchos años más, mientras aumenta la emigración griega a Londres, EE.UU. y Australia.

El segundo escenario es uno mucho más favorable para Grecia y la Zona Euro. Grecia abandona el euro e inicialmente declara el default sobre su deuda. Al introducir una nueva dracma, genera una devaluación nominal y real masiva, que restaura instantáneamente la competitividad de precios perdida en la última década. Pero el default y la inflación interna intensifican la huida de capitales, impiden el acceso al financiamiento externo y elevan los intereses reales, con lo cual colapsa la inversión y el consumo. La recesión se intensifica y la crisis bancaria se agudiza. Cae el actual gobierno y un nuevo gobierno, más razonable, negocia un crédito de rescate con el FMI, comprometiendo un programa efectivo de reformas profundas y renegociación de su deuda previa repudiada. Después de una recesión profunda, que puede durar un par de años (¿recuerda usted Chile 1983-1985?), Grecia comienza a crecer vigorosamente, a base de un tipo de cambio muy competitivo, buenos incentivos para el empleo y la inversión, y gran inversión extranjera. Hacia el 2020, el producto y el empleo se encuentran en niveles más elevados y en una senda de mayor crecimiento que bajo el primer escenario.

La Unión Monetaria Europea se beneficia al despedir a un país que es políticamente corrupto, fiscalmente irresponsable y económicamente inviable, en resumen no preparado para estar actualmente en la Zona Euro. La salida de Grecia no hace peligrar la moneda única; más bien la fortalece, por dos razones. Primero, Grecia no pesa en los mercados financieros internacionales. Segundo, la salida de Grecia representa un magnífico precedente para otros países, disciplinando sus tentaciones de irresponsabilidad fiscal y populismo político.

Pero volvamos al presente, al tercer acto del drama griego. Este ofrece cuatro lecciones para el mundo y para Chile.

Primero, la entrega de la soberanía monetaria a una unión es muy riesgosa sin la entrega de soberanía en política fiscal.

Segundo, la corrupción del sistema político, de los funcionarios públicos y de las empresas privadas es mucho más costosa -en inestabilidad política y subdesarrollo económico - de lo que creíamos hasta hace poco.

Tercero, en momentos de crisis los electorados tienden a dejarse tentar por los populismos, de colores variopintos, pero que tienen en común la oferta de recetas infantiles, insostenibles y/o autoritarias.

Cuarto y último, el diseño y la implementación de reformas profundas deben ser muy cuidadosas en lo técnico, aprovechando los avances teóricos y la rica experiencia internacional. En Grecia, en Chile y en todo el mundo abundan las reformas bien intencionadas, pero mal pensadas y ejecutadas, que luego cuestan años o décadas para ser revertidas o corregidas.

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