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Tres tiritones por Antonio Martínez


Diario El Mercurio, Viernes 06 de junio de 2014






Dos estadounidenses aterrizan en Santiago,
la conexión se demora y tienen tiempo
para visitar una viña en las cercanías.

La mujer, Kathy (Alisha Seaton),
anda llorosa por un asunto
de maternidad familiar,
pero su verdadera tragedia
debería ser acerca ser
el carácter de su esposo
Mark (Mark Weiler):
un cretino, ignorantón,
inoportuno y majadero.

La pareja aparece en el prólogo
y epílogo de «Tierra de Sangre»
cuya columna vertebral
es la historia de una viña
y de la cepa Carménère
que de Francia llegó a Chile
a mediados del siglo XIX.

Mark y Kathy,
que están en primera fila
son el tipo de público
al que está dirigida la película:
devotos de América Latina
en su obra gruesa,
lugares comunes y estereotipos.

La película depende 
de los fluidos latinos del tour 
breve, agotador y enjundioso
que le lleva de todo.

Con desorden, 
sin jerarquía y al por mayor:
religión, exorcismo, 
sensualidad en vinos y comidas,
superstición y leyenda,
fotografía preciosista
que anda en busca
del realismo mágico
y un relato de amor,
hijos y linaje 
con las esencias de una 
teleserie latinoamericana vespertina.

«Tierra de sangre» no resiste
una edición crítica en su estructura
narrativa y personajes
y un enfoque de esta naturaleza
sería una invitación al martirio.

Lo que tiene es un toque naif,
tan ingenuo como primitivo,
y eso le otorga el perfil 
de la rareza y la extravagancia,
porque es un cine latinoamericano
que se hace bizarro,
incluso a su pesar
y más allá de su voluntad,
por ese afán de imitar
planos y secuencias 
de otro cine y de otros mundos.

La única actuación en serio
es la de Ethien (Aurélien Wiik),
un francés espeso y sudoroso,
que desparrama 
impulsos adultos sobre la trama: 
lascivia, maldad o venganza.

Hay detalles periféricos delirantes,
por ejemplo el trabajo capilar
de raíz francesa en el mencionado 
Ethien y su hermano Louis.

Más que peinados,
son verdaderas instalaciones artísticas.

La preocupación por el vestuario y utilería
es evidente y la iluminación indirecta
y las luces de las velas, remarcan
los cuidados de una producción histórica.

El esfuerzo, eso sí, se circunscribe
a las clases altas, porque la visión
del campesinado chileno
de mitad del siglo XIX es ahistórica:
peones limpios e impecables,
con corte de pelo a la tijera,
chupallas cónicas y sandalias
en vez de ojotas.

«Tierra de sangre»  es una copia infeliz
de los modos y manuales de Hollywood,
pero también es cine tercermundista y aspiracional
con el encanto del despropósito, el delirio y el engendro.

la chapucería y el monstruo que es capaz de engendrar.

Su estructura no resiste
una edición crítica 
por su falta de coherencia
por la forma en que sin contrapeso
impone tributos y arbitrariedades.

Pretender un enfoque racional
a dicha reforma, para no hablar
de intentar sobrellevarla
sería una invitación al martirio.

Lo que tiene es un toque naif, 
tan ingenuo como primitivo, 
y eso le otorga el perfil 
de la rareza y la extravagancia, 
porque es un cine latinoamericano 
que se hace bizarro, 
incluso a su pesar 
y más allá de su voluntad, 
por ese afán de imitar 
planos y secuencias 
de otro cine y de otros mundos.

La única actuación en serio 
es la de Ethien (Aurélien Wiik), 
un francés espeso y sudoroso, 
que desparrama algunos 
impulsos adultos sobre la trama: 
lascivia, maldad o venganza.

Hay detalles periféricos delirantes, 
por ejemplo el trabajo capilar 
de raíz francesa en el mencionado 
Ethien y su hermano Louis. 

Más que peinados, 
son verdaderas instalaciones artísticas.

La preocupación por el vestuario y utilería 
es evidente y la iluminación indirecta y las luces de velas, 
remarcan los cuidados en una producción histórica. 

El esfuerzo, eso sí, se circunscribe a las clases altas, 
porque la visión del campesinado chileno de mitad del siglo XIX 
es ahistórica: peones limpios e impecables, con corte de pelo a la tijera, 
chupallas cónicas y sandalias en vez de ojotas.

"Tierra de sangre" es una copia infeliz 
de los modos y manuales de Hollywood, 
pero también es cine tercermundista y aspiracional 
con el encanto del despropósito, el delirio y el engendro.

Una película y sus efluvios 
son capaces de hechizar al director, 
que no sabe lo que está haciendo 
y ni siquiera lo sabe 
cuando está terminada y se estrena. 

Al comienzo 
todo está oculto 
por las trompetas 
del nacimiento y el cariño, 
el bombo del marketing, 
el agua bendita de algún festival 
y los hurras del equipo.

Solo con el pasar del tiempo 
se rompe el hechizo 
y así descubre el creador 
la verdadera naturaleza de su criatura.

Es la magia negra del cine.

Chile- EE.UU. -México, 2013. 
Director: James Katz. 
Con: Aislinn Derbez, 
José María de Tavira, 
Aurélien Wiik. 

104 minutos.

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