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«Sólo queda sentarse a escribir el recuerdo oscuro que se cierne sobre el tiempo...»‏

Poesía en colaboración
por Roberto Onell
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 29 de junio de 2014
http://diario.elmercurio.com/2014/06/29/al_revista_de_libros/revista_de_libros/noticias/8C42AFA5-5D78-4EE2-B589-FE6F35746297.htm?id={8C42AFA5-5D78-4EE2-B589-FE6F35746297} 
Entre manos tenemos 
el poemario en prosa The Hours,
firmado por Juan Carlos Villavicencio 
(Puerto Montt, 1976), ilustrado por María José Pozo. 

Se nos advierte, además, 
que los poemas fueron inspirados 
por la música The Hours, de Phillip Glass, 
de la cual se trascriben algunas partituras 
(CD incluido en algunos ejemplares).

Las catorce y breves piezas prosísticas 
que componen The Hours , intituladas en inglés, 
son los retazos de una historia que llega a insinuarse, pero no a completarse en su registro. 

Así la apertura: 

"Sólo queda sentarse 
a escribir el recuerdo oscuro 
que se cierne sobre el tiempo, 
ahora que ha llegado 
la última de ellas a tocar la puerta. 
Nadie puede situarse a un costado a escuchar, 
porque nadie entiende las palabras" ("The Poet Acts"). 

Más angustiado que desesperado, 
el hablante persevera 
en la urgencia de anotar lo recién vivido, 
en el dolor de hablar de esa ella ida, 
en la compañía eventual de un tú -yo desdoblado, 
lector- con dolorida perspicacia: 

"Ninguna vez el sol dejó correr el velo 
para que la sangre se encontrara con la piel. 
El silencio fue la herida, no el escape" 
("For Your Own Benefit"). 

La escena del discurrir 
parece ser, entonces, 
la del hablante insomne, nocturno, 
lapidario en su desengaño, 
pero nunca entregado a la rabia, 
sino a la modulación de lo aún inminente: 
aquello nunca ido del todo, 
que amenaza con regresar. 

La brevedad del libro 
intensifica la experiencia. 

En contratapa, Diego Maquieira 
lo describe como 
"registro de los restos magistrales
de un poema desaparecido en acción". 

En efecto, letras y partituras, 
el poemario es el resto 
tras el retiro de la marea musical 
y, por ello, lo que aguarda 
su nueva plenitud sonora. 

Testimonio y anuncio, 
como liturgia de las horas, 
The Hours es poesía, a secas, 
de eso otro enigmático y perceptible 
en las evidencias de cada instante.

Carlos Almonte (Santiago, 1969), 
junto al mismo Villavicencio, 
entrega Breaking Glass , 
libro de poemas de ambos 
(el uno, el revés del otro) 
e ilustraciones de Raúl Schneider. 

El motivo del espejo quebrado, 
imagen multiplicada, se recrea 
a partir de diversas piezas artísticas 
citadas en cada caso. 

Leemos de Almonte: 

"Dos palabras que se olvidan 
y otro día transcurrido, como siempre, 
en el lento ocaso de la vida [...]. 

Ya no escucha las paladas, 
más que un cuervo 
y su graznido en el desierto" ("Marcha fúnebre"). 

O bien: 

"El cuerpo extiende sobre un prado desprovisto, [...] reflejo de las llamas provocadas a un amor vedado. 
Desiste en la embriaguez de esa frágil esperanza" 
("La bella excéntrica"). 

O: 

"Las paredes corroídas por el roce y el asombro. 
Los dibujos se destiñen por efecto del acorde 
y las tinieblas" ("Un frío viento"). 

Villavicencio discurre en forma similar a The Hours , concentrado y extendido, seguro y visionario. 

Poemas que recuerdan 
a la joven dupla Neruda-Lago, de Anillos , 
en esfuerzos compartidos, 
"disidencia asociativa" 
como certeramente prologa Andrés Morales.

El mérito principal 
de ambos poemarios 
es la opción por la prosa. 

Al menos en los últimos 
veinticinco años de poesía chilena, 
la prosa parece una alternativa invisible: 
generalmente desdeñada, 
pero adoptada sin querer queriendo. 

En el llamado verso libre, 
si no hay manejo del ritmo, 
la composición es sólo prosa tijereteada, 
que no funciona como verso ni como prosa 
y que se obliga, por tanto, a distraernos del texto 
con alguna ocurrencia de ocasión. 

Al prosificar, Villavicencio y Almonte 
entregan el despliegue rítmico, 
el ánimo comunicable y comunicado, 
a la velocidad de las valiosas pocas palabras,
pero también de la puntuación: 
enumeraciones, subordinaciones, 
elipsis, yuxtaposiciones, silencios entre párrafos. 

La gramática nuestra de cada día. 

La opción no es sólo válida, sino justa: 
cualquier inseguridad existencial de los hablantes 
se apoya en la seguridad compositiva del poeta. 

Discurso y personaje -sutiles, desaforados- son creíbles.

Nos conmovemos, evocamos, anticipamos: 
                podemos entrar al juego.

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