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Lemebel: Barroquismo hiperbólico, herético y desvergonzado, disenso al grano, mínimo de adornos; ternura y simpatía...



Pedro Lemebel se ha convertido en una figura tan notoria, tan visible en el Chile actual que cuesta darse cuenta en qué medida es un milagro. Nunca había sido tan difícil emitir pronósticos sobre la literatura, nunca habíamos enfrentado un futuro tan incierto y aún así, de algo podemos estar seguros: la persona y la obra de Lemebel permanecerán y serán recordadas por su carácter único, herético, completamente desvergonzado. No es una hazaña menor en una época en la que lo irreverente está de moda y cualquiera sería capaz de vender a sus hijos con tal de posar como rebelde sin causa. Hay más que decir al respecto: Lemebel ha sido traducido, ha viajado a muchos encuentros fuera y dentro del país, ha recibido reconocimientos por doquier y es un ídolo a quien se lee y escucha con devoción en diversas partes, por los sectores más encontrados de la sociedad. Y nada de esto lo ha cambiado, porque no se le han subido los humos a la cabeza ni ha olvidado sus orígenes. Y, lo que es más importante, su prosa, flamígera e irrepetible, conserva un poderoso vigor y casi podría decirse que ha mejorado con el tiempo.
Háblame de amores , su sexto libro de crónicas, comprende artículos y relatos publicados en los últimos 20 años. Por lo general, vienen sin fecha, de modo que es inesperado descubrir "La insoportable levedad", texto escrito en 1993 y que comienza con las palabras: "Ciertamente que reconstruir la historia de la homosexualidad en Chile significa bucear en el océano oscuro de su clandestinidad". Luego vienen una serie de argumentos que, a veces, exhalan florituras y cascadas verbales -Lemebel siempre es Lemebel-, aunque bien podrían haber sido formulados por un cientista social. Sin embargo, el llamativo personaje se mueve a cuerpo de rey en otro tipo de piezas y sus admiradores gozarán con "Morir de amor en el Amazonas", "Luna de Barranquilla que me hiciste sangrar", "Maraqueo matinal", "Toda la piel de América en mi piel" -homenaje a Mercedes Sosa-, "Las azucenas estropeadas del incesto" y, sobre todo, "Los funerales de la Candy". Este ensayo, de mayor extensión que el resto, resucita, mediante un barroquismo hiperbólico, incluso para los estándares del escritor, a la que fuera reina de los transexuales, desde sus tiempos en el Blue Ballet, hasta su período más elegante, cuando fue dueña de un exclusivo restaurante santiaguino; el tema se presta para las lentejuelas, la seda, las pedrerías y toda clase de objetos, chabacanos o primorosos, de tal forma que el autor saca el máximo partido al estilo churrigueresco, rebosante, destemplado que tanto éxito le ha proporcionado.
El peligro de esta clase de escritura es que puede hostigar, pues ocurre con ella algo parecido a comer chocolate: podemos zamparnos una barra, pero seríamos incapaces de tragar una tonelada. Y he aquí que Háblame... demuestra algo realmente sorprendente y que, una vez más, confirma la singular calidad de este narrador: después de todo, resulta que Lemebel puede ser sencillo, puede ir al grano con un mínimo de adornos y puede conmovernos gracias a la ternura y la simpatía que vuelca en sus historias.
Esto es quizá lo mejor de Háblame... y vale la pena detenerse en unos cuantos títulos. "Aloma ya no vive aquí" cuenta la relación con una septuagenaria dama uruguaya, quien, junto a otras amigas, todas ex tupamaras, "se reunía una vez a la semana...a tomar mate leyendo, bromeando, comentando, emocionándose con los ojos anegados", hasta que reaparece su primer novio. Un paisaje muy distinto es el de "La Juanita de Puerto Viejo": en una caleta perdida en el desierto de Atacama, donde no hay luz, agua ni transporte, la gente, muy pobre, vive tranquila y sin problemas. "Adiós, Stella. Ñau, ñau, poeta" es un emocionado recuerdo de la formidable y temperamental Stella Díaz Varín. "Las manitos arañadas" y "De regreso al colegio" revelan ese don especial, ese acercamiento de Lemebel hacia los niños, y "El sabor tecnicolor de La Vega" muestra su irrenunciable gusto arrabalero.
Con todo, Háblame... contiene una breve sección que, en apariencia, nada tiene que ver con el trabajo previo de Lemebel, aun cuando, considerándola a fondo, pertenece ciento por ciento a su pluma: "Tres museos", donde se juntan lo estrambótico, lo incongruente, en medio de la cotidianeidad, el devenir pausado de los días en lugares normales... y muy inverosímiles.
En realidad, Háblame... da para mucho y, de nuevo, Lemebel nos provee con esa voz suya, la voz escéptica, vigorosa e incorrupta del disenso.

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