Diario Las Últimas Noticias
Miércoles 2 de enero de 2012
Leer ya no está de moda,
pero en realidad
nunca lo ha estado mucho.
Ha desaparecido el analfabetismo,
al menos en Chile, justo cuando
lo mejor de la vida viene en otros formatos.
Un gif, un jpg, un comercial televisivo,
un clip musical, un mensaje de texto
dicen más de las delicias y zozobras
de la vida que tantos libros.
Para leer hay que tener tiempo,
ser rápido con los ojos y la mente,
y sobre todo estarse quieto.
Por eso es que en muchas casas
les dicen a los niños que lean.
En los colegios la idea tradicional
era hacer un kit de pupitre,
uniforme escolar, cuadernos y libros.
Las parejas aburridas leían muchísimo,
es que el aburrimiento compartido
es parte de esta vida.
Pero, aparte de la inmovilidad,
la lectura puede producir
también dulzuras extremas.
Algunos lectores
lo son principalmente
de unos cuantos libros
que al releerse a lo largo
de la vida van mutando.
A Borges le pasaba eso,
aunque cuando quedó ciego
se contentaba con acariciar, el pobre,
los volúmenes de su biblioteca.
Es bonito leer cada cierto tiempo, de nuevo,
las oscuras novelas de espionaje de John Le Carré,
sobre todo ésas donde George Smiley
enfrenta con éxito aunque depresivamente
al malvado Karla. Acabado los soviéticos,
John Le Carré perdió su aura.
Borges se hace el fácil,
porque al releer sus breves textos
se nos derrumban el espacio y el tiempo.
Se trata, por cierto,
de literatura para gourmets,
más que para quienes desean
devorar páginas de libros chatarra
hasta averiguar quién es el asesino.
En él no vale tanto la historia
como la manera de contarla.
Robert Louis Stevenson es otro gozo.
Por ejemplo, su suave y atroz relato
del doctor Jekyll y Mister Hyde,
donde uno de ellos era muy virtuoso,
el otro muy malvado
y ambos la misma persona.
Las obras de Oscar Wilde
son también sencillas,
cargadas de ingenio.
A él lo destruyeron
pro ser gay y no arrepentirse.
Andy Warhol,
que se le parece un poco,
tiene un libro
a la vez frívolo y profundo
que se llama
Mi filosofía de A a B y de B a A.
Tolstói puede ser agotador,
con el encanto de las teleseries:
muchos personajes, mucha vida cotidiana.
El Danubio, de Claudio Magris,
puede abrirse en cualquier página,
y siempre hay algo, como ocurre
con los Diarios de Kafka.
Acaba de aparecer una nueva traducción
de Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais,
en una edición también pantagruélica,
para quienes gusten
de los chistes rudos renacentistas.
Para malvados, Thomas Bernhard,
y para almas cansadas, Peter Handke,
ambos austríacos.
Pero de libros mejor no hablar,
que los demás siempre creen
que uno se está como creyendo
y no siempre es así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS