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Entendiendo lo que ocurre en Venezuela‏



El método de las termitas
por Joaquín García-Huidobro
Diario El Mercurio, domingo 2 de marzo de 2014

No es verdad que un gobierno con altísimos niveles de inflación, nulo crecimiento económico, los niveles más elevados de criminalidad en el continente, corrupción generalizada y escasez de los productos más básicos tenga sus días contados. Tampoco es suficiente que se multipliquen las protestas ciudadanas y que la prensa internacional destaque las severas limitaciones a la libertad de información. Si así fuera, Maduro debería haber caído hace tiempo, especialmente después de las manifestaciones del último mes. Eso podrá pasar en Ucrania, pero el caso venezolano es muy distinto. Veamos por qué. 


Nosotros nos quedamos con detalles anecdóticos, como la increíble elocuencia de Chávez o el hecho de que Maduro pretenda que su amado líder se le presente como un pajarito. Pero esos rasgos extravagantes nos impiden ver que el sistema chavista es genial, aunque perverso, y que hay factores que explican que aún tenga un amplio apoyo popular, que si no es mayoritario, al menos le permite sobrevivir y ganar tiempo. 

Chávez descubrió que los golpes de Estado tradicionales son bastante ineficientes. De hecho, él mismo fracasó en alguno. Hay que conseguir el apoyo del Ejército y, lo que es más difícil, mantener su lealtad. Además, es necesario encarcelar o eliminar a los enemigos, y todo esto es ingrato, políticamente costoso y difícil de realizar. 

El método chavista es el de las termitas, que van corroyendo el sistema de a poco, sin que duela ni se note. Con mucha plata y los nombramientos precisos, dejó contento al Ejército. Con sistemas similares, fue controlando a la judicatura, la policía y otros organismos públicos. Ahogó la libertad de prensa, que es una típica libertad burguesa que no interesa demasiado a las masas, mientras se siga hablando de deporte y farándula.

En suma, Chávez se valió de infinitos resquicios legales y de la torpeza de la oposición (que en un momento decidió no presentarse a las elecciones en protesta por las trampas electorales) para dictar las leyes que más le convenían, entre ellas una que distribuyó las circunscripciones electorales de un modo muy favorable al chavismo. 

Si a esto se agrega que los democratacristianos y los socialdemócratas estaban desprestigiados por su ineficiencia y corrupción (por supuesto, bastante menores que las actuales), tenemos un panorama muy propicio para experimentos populistas y antipolíticos, como los representados por Chávez y Maduro. 

Todo esto es genial y maligno. Le ha permitido al chavismo deshacer intentos golpistas y mantener a raya a una oposición que apenas logra unirse, y no logra articular un discurso que le haga el peso a la magia retórica gobiernista. 

Pero la pervivencia del sistema no se explica solo por la perversa habilidad de quienes lo montaron. Es cierto que las últimas elecciones presidenciales fueron muy dudosas (por algo no se permitió el ingreso de observadores extranjeros), pero sería ingenuo negar que Maduro aún goza de un apoyo considerable. ¿De dónde sale este apoyo? De la historia y del presente.

La historia les recuerda a muchos venezolanos un tiempo, en la década del setenta, cuando Venezuela nadaba en las riquezas del petróleo, pero ellos no tocaron casi nada. Había magníficas casas, autopistas y recursos para la investigación científica, pero la educación para las grandes masas era mala y el acceso a la salud no estaba a la altura del nivel económico del país. Más allá de las declaraciones retóricas de los partidos de izquierda, lo cierto es que la clase política entera era percibida como lejana y carente de interés por los problemas diarios de esas masas que habitaban los barrios marginales de Caracas. Venezuela estaba muy bien, pero para los otros. 

En ese contexto, llega Chávez, un hombre cercano, que les habla en su idioma y es uno de ellos. Por primera vez sienten una verdadera identificación con el que está arriba. Maduro, en verdad, no es Chávez, pero mantiene el mismo discurso contra los poderosos, contra los ricos, contra el imperio, a quienes se culpa de todos los males. En este contexto, las protestas de los universitarios y demás miembros de la clase media todavía le parecen a esas masas desposeídas muy alejadas de su diaria realidad. Y la propaganda chavista ha logrado convencer a esa parte de la población que se trata de grupos que simplemente están tratando de recuperar los privilegios de antaño. 

También hay razones muy actuales que justifican el apoyo del que aún goza Maduro. Como Cristina Fernández y otros populistas, el chavismo sabe que mientras haya subsidios y otras formas de paternalismo, podrá gozar de sustento popular. O al menos será difícil que esas miles de personas se sumen a unas protestas que buscan unos cambios inciertos y menos palpables que el bono o la ayuda de que disponen hoy y ahora. Se trata de un tipo de proletariado muy conservador, que no está dispuesto a sumarse a aventuras impredecibles, más propias de jóvenes acomodados. 

No es fácil, entonces, el panorama para la oposición. Pero tiene una importante ventaja de su parte. Maduro y su gente no pueden hablar sin insultar, sin atribuir los más oscuros motivos a quienes piensan distinto. La mayoría de los líderes opositores habla, en cambio, otro lenguaje. Quizá sean políticamente torpes y no consigan la necesaria unidad para enfrentar a un enemigo tan poderoso. Pero su mensaje no transmite odio ni recurren a la mentira como arma política. Eso no es todo, quizá no sea mucho. Pero es un comienzo. 

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