"Estadio Seguro seguramente será discontinuado o modificado...Ya llegó el nuevo gobierno, se instalarán otras autoridades y solamente una humilde petición: que se acabe el discurso fácil, el blablá de adorno y la palabrería insulsa, que no son más que una pérdida de tiempo..."
Estadio Seguro seguramente será discontinuado o modificado.
Ya llegó el nuevo gobierno, se instalarán otras autoridades y solamente una humilde petición: que se acabe el discurso fácil, el blablá de adorno y la palabrería insulsa, que no son más que una pérdida de tiempo.
Para el que la dice y para el que la escucha o lee.
No más funcionarios dolidos por los estallidos de violencia en el fútbol, dañados en el alma porque un hincha tiró una bengala o un espectador rompió una reja o un chileno lanzó un peñascazo.
No más funcionarios declarando lo obvio: no es el Chile que quieren ver y no son las noticias que les gustaría dar y son las cosas que no quisieran comentar.
No más embeleso, ramplonería y tontería confitada.
No más funcionarios que en vez trabajar con eficiencia, amenazan con castigar al público y al hincha.
No más funcionarios con misiones sagradas, por ejemplo: que la familia chilena, sobre todo los niños, también las mujeres y desde luego los viejos, regresen a los estadios donde antiguamente encontraron gran alegría, enorme recreación y sano esparcimiento.
Un estadio pacífico y ordenado que jamás existió.
Un estadio que nunca fue verdad.
Una idea falsa e inventada.
Un sueño de estadio irreal y una imagen que probablemente viene de los avisos en televisión, donde todo es perfecto, blanco, limpio y de sueño.
Un estadio ficticio donde si alguien saca la madre, es con gracia, y si le inventan oficio a la señora madre del guardalíneas, es por divertirse un rato.
Y allá va la familia al coliseo deportivo, están volviendo a las tribunas y todo es como antes y ese antes, ya está dicho, jamás existió. Es todo falso y sin memoria, vacío y publicitario. Se ven seguros y confiados, que bonita la cuestión: van el papá, la mamá y los hijos tomados de la mano, más los abuelos y la nana allá al fondo, corriendo por una tribuna florida y cantando y bailando por la bebida que toman, el supermercado donde compran, las ofertas del banco, las rebajas de temporada y al estadio al que van.
No queremos imaginación, sino realidad.
Funcionarios que sean como los árbitros: mientras menos se vean y luzcan, mejor lo hacen.
Funcionarios efectivos en el Chile real, que puedan detectar, prevenir, desarticular y encarcelar a los delincuentes.
Entonces, por favor y por piedad, hacen bien la pega, hablan lo mínimo y nos ahorran el racimo de discursos repetidos, demagógicos e inútile
s
Ya llegó el nuevo gobierno, se instalarán otras autoridades y solamente una humilde petición: que se acabe el discurso fácil, el blablá de adorno y la palabrería insulsa, que no son más que una pérdida de tiempo.
Para el que la dice y para el que la escucha o lee.
No más funcionarios dolidos por los estallidos de violencia en el fútbol, dañados en el alma porque un hincha tiró una bengala o un espectador rompió una reja o un chileno lanzó un peñascazo.
No más funcionarios declarando lo obvio: no es el Chile que quieren ver y no son las noticias que les gustaría dar y son las cosas que no quisieran comentar.
No más embeleso, ramplonería y tontería confitada.
No más funcionarios que en vez trabajar con eficiencia, amenazan con castigar al público y al hincha.
No más funcionarios con misiones sagradas, por ejemplo: que la familia chilena, sobre todo los niños, también las mujeres y desde luego los viejos, regresen a los estadios donde antiguamente encontraron gran alegría, enorme recreación y sano esparcimiento.
Un estadio pacífico y ordenado que jamás existió.
Un estadio que nunca fue verdad.
Una idea falsa e inventada.
Un sueño de estadio irreal y una imagen que probablemente viene de los avisos en televisión, donde todo es perfecto, blanco, limpio y de sueño.
Un estadio ficticio donde si alguien saca la madre, es con gracia, y si le inventan oficio a la señora madre del guardalíneas, es por divertirse un rato.
Y allá va la familia al coliseo deportivo, están volviendo a las tribunas y todo es como antes y ese antes, ya está dicho, jamás existió. Es todo falso y sin memoria, vacío y publicitario. Se ven seguros y confiados, que bonita la cuestión: van el papá, la mamá y los hijos tomados de la mano, más los abuelos y la nana allá al fondo, corriendo por una tribuna florida y cantando y bailando por la bebida que toman, el supermercado donde compran, las ofertas del banco, las rebajas de temporada y al estadio al que van.
No queremos imaginación, sino realidad.
Funcionarios que sean como los árbitros: mientras menos se vean y luzcan, mejor lo hacen.
Funcionarios efectivos en el Chile real, que puedan detectar, prevenir, desarticular y encarcelar a los delincuentes.
Entonces, por favor y por piedad, hacen bien la pega, hablan lo mínimo y nos ahorran el racimo de discursos repetidos, demagógicos e inútile
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Entonces los recuerdos que tengo de comienzo
ResponderEliminarde los años sesenta son completamente fabulados, de acuerdo al Dr. Martínez.
No es verdad, nunca existió eso que uno viera los partidos sentados y se levantara sólo para los goles o las jugadas más emocionantes o controvertidas.
No es verdad que uno se comía tranquilamente un sandwich en el descanso en el entretiempo, mientras escuchaba comentarios de los mayores acerca de lo que había ocurrido.
No es verdad que la gente llevaba las radios a transistores (las "transistors", para, en un juego más bien cansino, hacer más emocionante la brega con el vértigo del relato de un Darío Verdugo).
No es verdad que uno podía bajar las graderías para ver más de cerca el partido, tras unas rejas no muy altas al borde de la cancha, mientras en pleno Mundial del 62 jugaba Italia contra la Alemania de Uwe Seeler, Schnelinger y Compañía. Debe ser porque la memoria guarda recuerdos que nunca existieron.
Nunca fue verdad que uno fuera a los estadios, no sólo a ver ganar a su equipo favorito, sino que a ver un juego en que se podía disfrutar de las geniales gambetas de un Garrincha, del despliegue y clase de un Pelé, de la belleza del juego en sí, de la expectativa de contemplar los equipos formados en la cancha sobre una alfombra verde y un juego que los niños podían comprender...