Polvo
por Roberto Merino
Diario El Mercurio, Revista de Libros
Domingo 16 de marzo de 2014
Es posible que la ciudad mental o imaginaria,
la de los sueños, se establezca a una edad temprana,
aquella en que coinciden dos procesos:
el del aprendizaje y el de la salida al mundo.
Después no es mucho más lo que se incorpora.
Lo digo porque a veces me preguntan
cuestiones sobre el Santiago actual
y no sé qué contestar.
No se trata de mala voluntad
sino simplemente
de que he ido perdiendo
la capacidad de observar
la realidad en su forma presente.
Nada de lo que
pueda ver en las calles
me reporta alguna novedad,
ninguna reja, ninguna casa,
ninguna vestimenta ni vitrina.
Convivo con el infinito repertorio de las cosas
con una indiferencia que creo que es mutua.
Cuando una escena
-la luz del sol sobre
la fronda de los árboles,
la hierba que ha crecido
en la grieta de una vereda-
me produce emoción,
generalmente esto se debe
a que la imagen me ha
remitido súbitamente al pasado.
Infiero que los niños
-o adolescentes o jóvenes-
de quince años
se desplazan por la ciudad
de una manera radicalmente distinta.
Que viven
en un espesor existencial
muy imantado,
por decirlo en una forma críptica,
con los sentidos alerta y la máquina
de producción simbólica
trabajando a todo dar.
Mis recuerdos
de esa edad al menos
me permiten aventurar
estas especulaciones.
Claro: vivir con la conciencia
de que cada elemento
del mundo exterior
me atañe y me compromete.
Los carteles del comercio,
los zapatos de los transeúntes,
la lluvia incipiente,
los globos de una fiesta infantil
en un antejardín,
los gatos de los techos,
los borrachos,
los gritos de las fiestas,
el estruendo de un choque.
Hace poco con mi amigo
Antonio de la Fuente
estuvimos en una correspondencia
sobre nombres del comercio santiaguino
y todo lo que pudimos citar correspondía
a antiguallas de illo tempore .
La Casa Útil, El Rey que Rabió,
La Leona de Castilla, La Africana,
El Amigo de Todas las Naciones.
Son nombres curiosos,
pero también podría anotar una lista
con los viejos nombres corrientes.
"El comercio, en contra
de su apariencia de estabilidad, es voluble",
apunta Antonio en uno de sus mails,
refiriéndose a ese tópico
de esfuerzo en la vida
de tantos dueños de negocios
que terminan con una sólida situación
dispersada en migajas.
En un libro que conserva
esa mirada nítida de los quince años
( Eje San Diego, arqueología
de una calle mágica,
de Ricardo Chamorro)
encuentro muchas cosas de este tipo.
Realidades de la mirada,
como el destartalado
y ya inútil letrero luminoso
del centro naturista Kilimanjaro,
colgado entre fierros y cables
con su estrella de David y su esvástica.
O realidades "balzacianas",
como la Casa Calvetty,
de la cual se esboza
la curva que va del esplendor
a la decadencia y la extinción,
graficada esta última categoría
en una vidriera llena de polvo.
Esta historia está
en la mejor crónica del libro,
titulada precisamente "El polvo"
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