Señor Director:
Peculiares son las expresiones vertidas por el señor Agustín Squella en su carta publicada el domingo, en la que se muestra proclive a que las autoridades públicas sean impedidas de prestar juramento al asumir sus cargos, amparándose en que la nuestra sería una república laica.
Sin embargo, atendido el hecho de que nuestro ordenamiento jurídico dispone que las principales autoridades republicanas sean libres para prestar juramento o promesa, a su elección, a lo que en realidad apunta el referido señor (voluntaria o involuntariamente) es a una república atea, y no laica como él sostiene.
En efecto, el juramento o promesa tiene por objeto vincular a quien lo formula con lo más sagrado o inviolable para él: su relación con Dios, o su honor (o algún otro alto y preciado valor), respectivamente. Ambas actuaciones se fundan en la libertad de conciencia, garantía fundamental prevista en el artículo 19 nº 6 de nuestra Constitución, por lo que su vulneración (manifestada en la supresión del juramento que él sugiere) sería atentatoria contra uno de nuestros principales valores republicanos. De hecho, la opción entre el juramento o la promesa ha sido declarada plenamente constitucional en países de fuerte tradición republicana, como Estados Unidos.
Por último, tengo a bien recordarle al señor Squella que muchas importantes corrientes de pensamiento siguen sosteniendo en nuestros días que el poder procede de Dios (al menos en último término), incluido el poder relacionado al régimen democrático de que hoy gozamos; y que del ejercicio de tal poder en aras del bien común se rendirá algún día cuentas frente al Creador.
Por ello, al aducir el distinguido remitente que desde hace siglos "nadie podría razonablemente sostener" que el poder emana de Dios, tal aserción revela cuando mucho la opinión de sus autores preferidos, así como la suya propia, digna del mayor respeto; pero, por sobre todo, muestra con claridad que, por lejos, la predicación más omnipresente de nuestros días no es la religiosa, sino la irreligiosa e incluso la derechamente antirreligiosa.
Gabriel Bocksang H.
Profesor Derecho UC
Peculiares son las expresiones vertidas por el señor Agustín Squella en su carta publicada el domingo, en la que se muestra proclive a que las autoridades públicas sean impedidas de prestar juramento al asumir sus cargos, amparándose en que la nuestra sería una república laica.
Sin embargo, atendido el hecho de que nuestro ordenamiento jurídico dispone que las principales autoridades republicanas sean libres para prestar juramento o promesa, a su elección, a lo que en realidad apunta el referido señor (voluntaria o involuntariamente) es a una república atea, y no laica como él sostiene.
En efecto, el juramento o promesa tiene por objeto vincular a quien lo formula con lo más sagrado o inviolable para él: su relación con Dios, o su honor (o algún otro alto y preciado valor), respectivamente. Ambas actuaciones se fundan en la libertad de conciencia, garantía fundamental prevista en el artículo 19 nº 6 de nuestra Constitución, por lo que su vulneración (manifestada en la supresión del juramento que él sugiere) sería atentatoria contra uno de nuestros principales valores republicanos. De hecho, la opción entre el juramento o la promesa ha sido declarada plenamente constitucional en países de fuerte tradición republicana, como Estados Unidos.
Por último, tengo a bien recordarle al señor Squella que muchas importantes corrientes de pensamiento siguen sosteniendo en nuestros días que el poder procede de Dios (al menos en último término), incluido el poder relacionado al régimen democrático de que hoy gozamos; y que del ejercicio de tal poder en aras del bien común se rendirá algún día cuentas frente al Creador.
Por ello, al aducir el distinguido remitente que desde hace siglos "nadie podría razonablemente sostener" que el poder emana de Dios, tal aserción revela cuando mucho la opinión de sus autores preferidos, así como la suya propia, digna del mayor respeto; pero, por sobre todo, muestra con claridad que, por lejos, la predicación más omnipresente de nuestros días no es la religiosa, sino la irreligiosa e incluso la derechamente antirreligiosa.
Gabriel Bocksang H.
Profesor Derecho UC
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