por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias, lunes 6 de junio de 2011
Mi amiga Mónica Lackington me manda fotos
de nuestros compañeros de universidad,
imágenes insospechadas
de fines de los setenta o de comienzos de los ochenta.
Mi amigo Antonio de la Fuente,
desde el otro lado del mundo,
me manda una foto tomada el 74 o el 75
con ocasión de una fiesta
o malón del programa 'Salón púrpura',
que se transmitía por entonces en la Radio Pacífico.
Entre los enfiestados que se reúnen
en torno a una radiocasette
aparece (el poeta) Rodrigo Lira.
Se ve joven y alegre,
con barba y un mechón sobre la frente.
En todas esas fotos impresiona algo
que nunca nos impresionó
directamente en aquellos días:
la flacura extrema de todo el mundo
y un límpido brillo de juventud en sus ojos.
Aparte: los pantalones pata de elefante de pretina ajustada.
Se alcanzan casi a percibir las estridencias
y chirridos del rock, el jazz y el jazz-rock.
Averiguo que Salón púrpura
se iniciaba todas las noches
con un tema de Frank Zappa,
y que había un músico
al que en homenaje al maestro
le habían puesto Francisco Zapata.
Entre círculos, espirales y debacles,
la vida va tallando sus cartas.
La experiencia siempre es evanescente,
pero el destino es duro,
tanto como la "dura luz de Sófocles".
Somos bichos que en cada metamorfosis
dejamos la piel en las fotos que se van quedando por ahí.
A cada paso que doy
se me interponen las huellas del pasado.
Hace tiempo que ya no vivo entre los fantasmas
de una quieta atmósfera decimonónica,
y sin embargo esos fantasmas descartados
han sido reemplazados por otros algo más jóvenes:
mis propios amigos muertos
o cambiados de país o simplemente perdidos.
Para un capítulo sobre los años cincuenta en uno de sus libros,
Enrique Lafourcade tomó el título de una canción
cantada sucesivamente por Gloria Simonetti y Villadiego:
"Nuestro tiempo terminó".
Se trata de un tópico universal,
válido para todas las regiones del mundo
y para todas las épocas.
Es lo mismo que
el "te acordás, hermano" del tango
y el "nosotros, los de entonces,
ya no somos los mismos" de Neruda.
Siempre el tiempo
está terminando para unos
y empezando de nuevo en otra parte.
Edwards Bello establecía una frontera
entre el antes y el después de la felicidad:
el año 14, la Gran Guerra.
Para expresar la sensación de pérdida
con palabras que se quedaron más allá
de una de estas fronteras habría que decir:
estamos fritos, sonamos como tarro, fregamos y cloteamos.
Los jóvenes de hoy se ríen de vocablos como éstos,
que nos delatan como nuestras ridículas pintas de las fotos.
¡Qué plancha!, diría una niña de las de antes,
pero usar ahora en ese sentido la palabra plancha
originaría una situación extremadamente planchuda.
Frank Zappa sonaba a veces como tarro
y otras como un martillo administrado por un demente.
Y Weather Report sonaba
como una espiral giratoria de cáscaras de papa
adornadas con luciérnagas a pilas.
¿Y Tangerine Dream y Manfred Mann y Kraftwerk y King Crimson?
Qué importa, no hay para qué seguir, se acabó no más.
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