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UN VAGO ENTRE VAGONES

A media tarde, con poco público,
me subo al primer carro del Metro
en la estación terminal Los Domínicos
y me dirijo al último vagón
que me deja más cerca
de la salida en la conexión
con la línea 4 Tobalaba,
la estación de trasbordo.

Voy liviano de equipaje,
portando bajo el brazo solamente
el delgado y fino poemario
'El apocalipsis de las palabras & la dicha de enmudecer'
de Armando Roa Vial.

Voy a visitar a un querido primo hermano que se encuentra desahuciado, en la
fase terminal de su enfermedad.

No sé por qué razón
me pongo a contar mis pasos
sorteando  los pies
del puñado de pasajeros
con los que me cruzo
en el trayecto
hasta llegar al último: 210.

Como el convoy abarca
prácticamente toda la extensión
del andén, estimo en
un centenar de metros
la longitud del mismo.

Me acuerdo entonces
del antipoema de Nicanor Parra:
ell  Proyecto de tren instantáneo
entre Santiago a Puerto Montt,
en el que la locomotora
se encuentra en su lugar de destino
(Puerto Montt) y el último carro
en el punto de partida (Santiago).

La ventaja que presenta este tipo de tren, según Parra, consiste en que el
viajero llega instantáneamente a Puerto Montt en el momento mismo de abordar
el último carro en Santiago.

Lo único que tiene que hacer a continuación es trasladarse con sus maletas
por el interior del tren hasta llegar al primer carro.

Una vez realizada esta operación
el viajero puede proceder
a abandonar el tren instantáneo
que ha permanecido inmóvil
durante todo el trayecto.

(El antipoeta, en una nota a pie de página hace la observación que este tipo
de tren (directo) sirve sólo para viajes de ida.)

Averiguo la distancia
entre Santiago a Puerto Montt,
poco más de mil kilómetros.

Procedo a estimar los pasos
(medio metro cada pequeña zancada):
unos dos millones de pasos,
unos diez mil convoyes
de ocho vagones del Metro de Santiago.

Me imagino lo que sería viajar
en el tren instantáneo de don Nica.

Para hacer más llevadero el trayecto,
opto por llevar una mochila liviana
y me acuerdo del tren a Puerto Montt
que abordaba con mi familia
al anochecer en la Estación Central;
los coches dormitorio,
el amanecer en el sur,
el desayuno en el coche comedor,
el verdor del paisaje,
la majestad de los volcanes.

Bajábamos en la estación Renaico
para abordar el buscarril
que recorría el borde del lago Lanalhue, pasaba por la cordillera de
Nahuelbuta, Contulmo, Purén y otras localidades y nos dejaba en la estación
Peleco a un par de horas en jeep de un campo inolvidable de la lluviosa
costa de Arauco, denominado Antiquina:
'familia del sol' en Mapudungún.

Se me vienen a la memoria
dos imágenes poéticas ferroviarias:
una de Efraín Barquero,
'Los trenes llegan del sur con olor a bosque'
y la otra de Vicente Huidobro
'El anunciador de estaciones ha gritado
Primavera Al lado izquierdo 30 minutos.
Pasa el tren lleno de flores y de frutos.'

Pienso en Huidobro
en su último viaje en tren
con destino a Cartagena
cargando su maleta.

Después de rechazar el
sobreprecio que un taxista
pretendía cobrarle,
lo veo partir con su equipaje monte arriba hasta su casa donde poco después
de arribar sufrió un derrame cerebral.

...el proyecto de 'tren' instantáneo
-la procesión va por dentro-
desde la Estación de Cartagena hasta la Eternidad...

Pero poco antes una última estación:
la despedida de sus amigos
y entre ellos, la buena de Henriette Petit.

Como lo relata Volodia
en 'La Marcha Infinita',
la biografía de Huidobro:

'Ella esperaba el milagro,
una señal de recuperación.
Y la hubo, pero fue
como una estrella filante,
la última broma de Huidobro.
La miró fijamente
y tal vez con una expresión
que venía del fondo de su infancia,
le dijo con conmovedora ternura:
"Cara de poto"...'.

Una vez llegado al block de departamentos en el que está mi primo, casi sin
poder moverse, esperando la resurrección más que la muerte, tengo una
preciosa y emotiva conversa con él, en el que compartimos de todo,
reflexiones, recuerdos...

Entre ellos, surge de pronto
el apelativo con que un tío bautizó
al bondadoso italiano
del almacén de la esquina
de Santo Domingo con Riquelme,
en Santiago Poniente,
donde vivía él en la casa contigua
de nuestra abuela:
'Cabeza de Papa' era el apodo.

Vuelvo a mi casa, pero antes me detengo
a contemplar el esplendor del atardecer
desplegado en los faldeos cordilleranos.

Todavía conmovido, me dispongo
a rezar el Mes de María,
aunque simultáneamente
flotan en mi mente esas
dos expresiones que traen
de vuelta mi infancia y la de de Huidobro:
'Cabeza de Papa' y 'Cara de Poto'...

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